México y Francia: trayecto entre dos culturas

Guillermo Gutiérrez Nieto

La cooperación académica internacional es parte fundamental de la vinculación entre Estados, prueba de ello es el libro “De Francia a México, de México a Francia: textos sobre el trayecto entre dos culturas”, publicado por la Universidad de Guanajuato, la Alianza Francesa y el Mexican Cultural Centre.

Como se comentó en una colaboración anterior, la cooperación académica internacional es desde hace algún tiempo parte fundamental de la vinculación entre Estados. Aunado a ello, desde hace tiempo hay consenso en que toda estrategia nacional de relacionamiento internacional, además del determinante geográfico, está cimentada en aspectos históricos, económicos o culturales. Esto a propósito de la reciente publicación del libro “De Francia a México, de México a Francia: textos sobre el trayecto entre dos culturas”, coordinado por Andreas Kurz y Eduardo Estala Rojas.

La concepción de este libro es responsabilidad de la Universidad de Guanajuato, a través de su División de Ciencias Sociales y Humanidades (DCSH), de la Alianza Francesa de Guanajuato (AF-G) y del Mexican Cultural Centre (MCC), quienes organizaron, del 10 de octubre al 22 de noviembre de 2017, el seminario“México-Francia: Pensamiento, Ciencia, Literatura, Historia, Arte”, en paralelo a las actividades del XLV Festival Internacional Cervantino (FIC), que ese año tuvo como invitado de honor a Francia.

Este libro, que recibió también apoyo de Javier Pérez Siller y su proyecto www. mexicofrancia.org, incluye siete de las doce de las ponencias presentadas en el seminario y su objetivo es analizar desde una perspectiva multidisciplinaria ciertos temas de las relaciones entre México y Francia durante los siglos XIX y XX. Así, encontramos tanto referentes del afrancesamiento en México durante el siglo XIX como huellas de los primeros libreros franceses en nuestro país o análisis singulares a autores, obras, corrientes artísticas y de pensamiento.

En esta gama de contenido, Andreas Kurz aborda una serie de episodios y textos que, a lo largo del siglo XIX ilustran las complejas relaciones políticas y culturales entre los dos países, dejando al margen el tradicional cliché de un México afrancesado y culturalmente dependiente de París. Su hipótesis es que si bien “la élite cultural mexicana, sobre todo la de tendencias liberales, admite y expresa su admiración por la grande nation, de forma consciente busca, tanto en el pasado propio como en culturas no gálicas, modelos alternativos útiles para la independización cultural e idiosincrásica de una nación en ciernes”.

De forma acuciosa refiere, entre otros temas, el movimiento migratorio de los “barcelonnettes”, iniciado en 1821 por el viaje de los hermanos Jacques y Marc-Antoine Arnaud; la forma en que algunos medios impresos (Le Trait d’Union, La Chinaca)influyeron en el desarrollo político de México, o la importancia de la naciente literatura nacional mexicana, cuya agrupación inicial fue la Academia de San Juan de Letrán. Al concluir sus bisecciones, Kurz valida lo que es su cuestionamiento inicial: la innegable influencia del país europeo en el nuestro sin determinar si fue bienhechora o funesta.

Por su parte, César Federico Macías Cervantes reflexiona sobre las actividades de Rosa y Bouret, dos casas de libreros europeos que se unieron para trabajar el mercado americano decimonónico. Su interesante recorrido arranca al preguntarse si los liberales mexicanos ilustrados del siglo XIX consideraban a la Ilustración como un camino para la emancipación intelectual, política y económica de México y sus habitantes. Y a partir de ahí refiere el establecimiento de imprentas, editores, bibliotecas y libreros, sobre todo en la zona del Bajío, con énfasis en Guanajuato.

Un punto trascendente en su periplo de investigación es el triunfo liberal de 1867, a partir del cual se desarrolló “una confianza casi incuestionable en el poder redentor de las letras, de la ciencia traída de Europa de la difusión de conocimiento por medio del libro o del periódico”. Así, refrenda la importancia que tuvo en su momento el puerto de Cádiz, desde donde operaban los libreros franceses interesados en el mercado hispanohablante.

Sobre el núcleo de su trabajo nos dice que la casa editorial de Rosa y Bouret se formó con la fusión de la Casa de Rosa y la Librería de Bouret, ambas francesas y participantes de la edición de libros en español para su exportación a los países latinoamericanos. Ambas se instalaron en nuestro país para ocuparse de manera directa del creciente mercado mexicano y posteriormente se fusionaron, “formando una continuidad histórica en torno a un fenómeno de gran relevancia: la difusión de textos de autores europeos y americanos entre el público lector de habla hispana, principalmente el de México”.

De los datos curiosos que él menciona destaca el libro más antiguo de esa editorial localizado en la Universidad de Guanajuato: una edición del Ensayo Políticode Alejandro von Humboldt de 1822. Igualmente nos hace saber que José María Luis Mora firmó un convenio en 1836 con la Casa de Rosa, cediendo los derechos de publicación de sus obras completas y que al final de la vida de esta editorial, en 1917, se pactaba la publicación de Ocho mil kilómetros en campaña, de Álvaro Obregón.

“De Francia a México, de México a Francia: textos sobre el trayecto entre dos culturas” incluye también abordajes específicos a ciertos temas y entre ellos se encuentran los textos de Juan de Dios Martínez Lozornio, que analiza la influencia del pensamiento de Henri Bergson en la obra filosófica de José Vasconcelos, y el de Gabriela Trejo Valencia, que analiza algunas técnicas surrealistas para trazar la relación cultural entre México y Francia.

En el caso del pensamiento filosófico de José Vasconcelos, el autor señala que no se ha emitido un juicio equilibrado respecto a su originalidad filosófica, ya que en la mayoría de los casos su pensamiento filosófico se lee desde una perspectiva sociopolítica. En ese sentido, a partir de la propuesta metafísica de Bergson y los tópicos clave de su pensamiento presentes en la obra de Vasconcelos (El monismo estético, Pitágoras. Una teoría del ritmo, Tratado de metafísica y Filosofía estética), Martínez Lozornio presenta conclusiones discordes entre las ideas de Bergson y Vasconcelos

Por su parte, Trejo Valencia, después de presentar los referentes fundamentales del Surrealismo en lo que a expresiones y representantes, traslapa este movimiento artístico a México con sus máximos representantes. Su principal interés es focalizar las técnicas surrealistas como uno de los nodos que le permiten conferir sentido a la relación entre Francia, pilar del movimiento, y México, su remate. Para ello refiere la Primera Exposición Internacional Surrealista en México (1940), la cual considera tanto el extremo del movimiento francés como una de las joyas de la corona porque cuando la segunda guerra mundial mermó el movimiento en Europa, obligó a muchos de sus representantes a exiliarse en Latinoamérica, desde donde habría de enriquecerse el Surrealismo. En el caso de México, asegura la autora, los surrealistas vieron en nuestro país el espejo de sus deleites frenéticos, por ende, su famosa fantasmagoría mexicana responde menos a la realidad de nuestro país que a sus objetivos estéticos.

De gran trascendencia es la referencia rescatada por la autora respecto a la visión de André Breton sobre México, país que mejor representaba las cualidades surrealistas: “la realidad trazada bajo la imaginación, la vida conciliándose con la muerte: Tierra roja, tierra virgen impregnada de la sangre más generosa, tierra donde la vida del hombre no tiene precio, presta siempre, como la pita infinita que lo expresa, a consumirse en una flor de deseo y de peligro.” Descripción que confirma la conclusión de Gabriela Trejo Valencia en su interesante trabajo: “en la relación entre Francia y México, los surrealistas obtuvieron lo que tanto buscaban: atestiguar la combustión del cielo (según César Moro) y México obtuvo una recompensa involuntaria: ser bautizados con el apelativo del lugar surrealista por excelencia…”

En otro ámbito creativo, Claudia L. Gutiérrez Piña desglosa la impronta de Paul Valery en la obra de Salvador Elizondo, iniciando con una cita que engloba la grandeza de ambos escritores: “Lo que queda de un hombre es aquello que su nombre hace pensar, y las obras que hacen de ese nombre un signo de admiración, de odio o de indiferencia”, la cual fue utilizada tanto en “El método de Leonardo Da Vinci”, de Paul Valery (1894), como en “El método de Paul Valéry”, de Salvador Elizondo (1981).

El resultado de la disertación de Gutiérrez Piña es que la figura de Valéry atraviesa de manera permanente la trayectoria de Elizondo y que sus huellas tienen distintas formas y honduras, ubicando la primera de ellas en la faceta más temprana de conformación del perfil intelectual del escritor mexicano. Años después, cuando Elizondo contaba ya con gran parte de su obra publicada y recién cumplido el centenario del nacimiento del escritor francés, afirma la autora, se traza en su producción una línea marcadamente valeriana, lo cual es avalado por el crítico mexicano Adolfo Castañón, quien afirma que uno de los méritos mayores de Elizondo es el de ser uno de los lectores más penetrantes de Paul Valéry en cualquier lengua.

En sintonía también con los autores que conforman la llamada literatura del medio siglo mexicano, Asunción Rangel hace una inmersión a los “Inventarios” de José Emilio Pacheco para identificar los referentes franceses que este escritor incluye en sus escritos, formando lo que ella llama “la galería francesa”. Así, Rangel refiere algunos de los momentos en que Francia aparece en la obra escrita en verso y en las crónicas literarias de Pacheco.

La ruta que identifica Rangel respecto a Pacheco incluye: su predilección por los temas del siglo XIX, Recordándonos que París, capital del siglo XIXes traducido por Pacheco en 1971 en colaboración con Miguel González; su inmersión en el pensamiento de Walter Benjamin y en el París que tanto deslumbró a este autor. Otros autores incluidos en esa galería son Mallarmé, Baudelaire, Gautier; Arthur Rimbaud, George Sand —pseudónimo de la baronesa Amantine Aurore Lucile Dupin—, Gustave Flaubert; Jules Laforgue –nacido en Montevideo, Uruguay, pero que pasó la mayor parte de su vida en Francia–, a Francis Ponge; Victor Hugo, Alejandro Dumas, la batalla de Waterloo y, Napoleón III.

En el texto final incluido en el libro que nos ocupa. partiendo del sustento conceptual de Jean François Lyotard respecto a la post-modernidad, Genaro Martell nos lleva a un recorrido singular a través de una exposición realizada en 1985, vinculándola en contenido y planteamiento con autores de nuestro país a quienes él denomina “Los Inmateriales mexicanos”.

Su pista de despegue es mayo de 1985, cuando un grupo de intelectuales y artistas presentó en París una exposición crítica que pretendía anunciar, mediante diversos elementos estéticos, el cambio de época que daría lugar a una etapa posmoderna. El evento llevó el título de Los inmateriales (Les immateriaux) y fue encabezado por el filósofo Jean François Lyotard.

Posteriormente Martell imagina una visita al museo de Les immateriauxcambiando el catálogo de la exposición de 1985 en París por una guía en la cual da la palabra a diversas manifestaciones artísticas de los inmateriales mexicanos en las cuatro salas que abarcó la exhibición. Circulan así en el imaginario de Martell, y en la de los lectores de su trabajo, obras o planteamientos de José Clemente Orozco, Carlos Fuentes, José Juárez y Antonio Plaza.

El resultado de este recorrido es un juego interminable de intercambios y manifestaciones culturales de creadores de ambos lados del Atlántico. El deleite que deja la lectura del libro “De Francia a México, de México a Francia: textos sobre el trayecto entre dos culturas”confirma dos aspectos fundamentales de la añeja vinculación que existe entre ambos países. En primer lugar, su vastedad, exhibida en los temas que abarca y del cual este libro sólo es un breve muestrario de superenne expansión en el tiempo. En segundo lugar, su variedad, reflejada en la multiplicidad de temas que comprende este diálogo binacional, todo lo cual confirma algo esencial: una identidad recíproca indisoluble.

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