Felipe Sánchez Reyes
La marginalidad social permea inevitablemente todas las expresiones artísticas sin embargo es en la literatura donde es más manifiesta. En el caso de Emiliano Pérez Cruz, lugares y personajes alejados de los estándares sociales representan el sostén fundamental en buena parte de sus obras.
Nuestras vidas son dos ríos separados que nacen de la misma fuente y llegan al mismo mar de las palabras/ que pescamos y plasmamos en la hoja en blanco.
En mayo de 1971 ambos abordamos tú, el metro Zaragoza; yo, el metro San Lázaro. Cada uno por su lado llegó a la estación Tacuba. Nos informaron que allí salía un camión guajolotero que nos llevaría entre saltos y baches por la terracería y árboles centenarios que bordeaban el camino, con dirección a Parque Vía, en la ex Hacienda del Rosario, hoy Aquiles Serdán.
Llegamos, vimos la escuela en construcción y albañiles trabajando, los magueyales, milpas y mojoneras de vacas a unos pasos. Llenamos la solicitud de ingreso al bachillerato. Después realizamos el examen y nos llegaron las cartas de aceptación a nuestro domicilio. Tú te quedaste en este plantel; yo en la Prepa.
El antiguo CCH formó parte de la vieja hacienda donde filmaron la película, Allá en el rancho grande (1936) de Fernando de Fuentes, cinta que inició la industria del cine mexicano de la época dorada del cine mexicano. Pero como todo se moderniza y este plantel se encuentra frente al Town Center, mis alumnos ya no lo nombran CCH, sino que, de acuerdo al modelo gringo y a lo postmoderno, lo bautizaron como el CiCiHeigh.
Cuando terminamos nuestro bachillerato, ambos, por evitar las matemáticas, elegimos una carrera humanística: tú, Periodismo en Ciencias Políticas; yo, Letras Clásicas en Filosofía. Cuando terminamos la carrera, tú te fuiste de colaborador con Gustavo Sainz a Bellas Artes; yo empecé a dar clases de Latín aquí en este plantel. En 1983, cuando tú publicaste tu primer libro, Tres de ajo (o tres de a jodido, como los pulques), nuestro amigo Vicente me lo recomendó. Luego, en 1987, publicaste, Si camino voy como los ciegos, el mismo Vicente me insistió que lo reseñara, pero yo estaba atiborrado de trabajo y aún inmaduro en la escritura.
Más tarde, en el 2014, publicaste, Ya somos muchos en este zoológico, al fin nos conocimos por intermediación de nuestro amigo Vicente Torres Medina en una comida en La Reforma. De modo que nuestras vidas y caminos fueron dos ríos separados que marcharon por rumbos diferentes, pero llegaron a la misma fuente, donde nuestras plumas abrevaron la misma tinta, escribimos en hojas y creamos historias de textos diferentes. Porque como afirma el sonero cubano, Mayito Rivera, “Todos somos fósforos de la misa caja/ algunos se encienden temprano/ y otros más tarde se apagan o la chispa les falla”, como nos pasó a nosotros dos, no crees, Emiliano?
Tú y yo, como la mayoría de los escritores, fuimos amamantados con leche materna, amorosa y creativa, imaginación y fantasía, cariño y sensibilidad femenina. Por eso amamos a las mujeres, porque en ellas reencontramos a nuestra madre, abuela y hermanas, es decir, a nuestra familia femenina. Toda tu vida sensible, cariñosa y amatoria está llena de mujeres.
Tus hadas protectoras te llenaron de amor y de caricias, de niño y de adulto, te enseñaron las primeras letras y te mostraron el valor de la escritura, te proporcionaron libros y te compraron tu primera grabadora Sony, te consiguieron trabajo y te prodigaron tres hijos. Porque “el mundo de las mujeres, afirmas, es más exigente, más laborioso, más delicado y dedicado […] porque tienen más facultades para hablar y escribir, y porque son más intimistas (Pérez, 2002, p. 132)”. ¿No me crees? Ahora te hago el recuento.
Tu abuela, tu tía y tu mamá trabajaban, como asistentes, con el doctor oftalmólogo en Polanco, pues “las mujeres, afirmas, que vienen del campo a la ciudad sólo tienen la posibilidad de integrarse como sirvientas en los sectores medios (Pérez, 2002, p. 107)”. Ellas te consintieron, te contaron historias de respeto a los niños y te dieron tus primeros libros, aunque no fueron de literatura, sino de enfermería.
Tu madre llegó al deefe a los 13 años de edad y trabajó cinco años en Polanco con el doctor oftalmólogo, luego se enamoró y se casó con tu padre. De ella admirabas su inteligencia para administrar el dinero, para que tú y tus hermanos siguieran estudiando, mientras tu padre se encargaba de lo material: ahorrar para construir el cuarto de tu casa. Tus padres te dieron una infancia, tranquila, libre, pero con obligaciones, siempre tuvieron admiración y aspiración porque ustedes, sus hijos, estudiaran en el Politécnico y la Universidad.
Naciste en la colonia Santa María la Rivera, en la calle Sor Juana Inés de la Cruz, aunque eres más nativo de Nezahualcóyotl, porque viste nacer a ciudad Neza, “la que pesa”, y la llegada de mazahuas, zapotecos y mixtecos a la antigua laguna, para fundar esa nueva ciudad. Llegaste a aquel enorme llano, como el del CCH en el día de tu inscripción, con dos años de edad a la Calle Ocho de la colonia Estado de México.
Entonces, aseveras en tus crónicas, aquel “llano todo se convertía en una laguna donde chapoteabas con los pies desnudos con tus amigos, hacías barquitos de papel o creabas lanchas con latas de sardina, una liga y un palo plano, que se convertía en una lanchita con aspas que se iba girando con sus tripulantes: su nido de ratitas rosas. Luego les echabas alcohol, les prendías fuego (Pérez, 2002, p. 95)” y te divertías como todos los niños. Mientras, tus hermanos “vivían en el llano, formaban trincheras con capas de lodo y peleaban guerras a terronazos (Pérez, 2002, p. 96)”, como lo hacía Carlitos con sus amigos en el patio de la escuela de la colonia Roma en la novela Las batallas en el desierto de J. E. Pacheco.
En tu infancia, viviste y disfrutaste la vida comunal, no la agresividad urbana; viviste la convivencia activa y solidaridad de tu gente en la construcción de sus nuevas casas, en las festividades y muertes de vecinos o familiares; no la envidia o la rapiña. A partir de ese momento te interesaste por la plática de las señoras, su mundo te daba curiosidad y escuchabas todo de ellas y de tus amigos, y lo plasmaste en tus crónicas, como los personajes femeninos de estos cuentos: Artemisa y Sylvia, América, Luz y Julieta. En la secundaria descubriste el placer de la lectura y a los pobres en las obras literarias, en novelas de El buscón, el Lazarillo de Tormes, y en cuentos de El diosero del antropólogo, Francisco Rojas González.
Luego, en este CCH consolidaste tu gusto por la lectura con tus profesores del 68, que mucho te dieron a leer y analizar, y les agradeciste que te proporcionaran una formación humanística y marxóloga. Aquí trabajaste con tus compañeros e investigaron en equipos, fueron críticos, participativos e investigadores. Aquí descubriste que la carrera de Periodismo no llevaba matemáticas, materia que evitabas, como los otros estudiantes.
En la Facultad te confrontabas con los preparatorianos, educados en las etimologías grecolatinas, pero jamás leyeron a los autores griegos o latinos, como los ceceacheros. Pronto ustedes se hicieron notorios porque eran los más activos y participativos, investigadores y críticos. Tú estudiabas por la mañana y trabajabas por la tarde.
Tú, que antes caminabas mucho por el llano y la ciudad, ahora, como el escritor ateneísta Julio Torri, te transportabas en bicicleta, por eso eres pata de perro. Salías de Neza, como bólido, pasabas por las grandes avenidas de Zaragoza, Viaducto, Tlalpan, hasta llegar a la Universidad. En los semáforos rojos, como tu erotismo aún estaba fresco, admirabas los cuerpos de sirenas que, con su dulce voz y mirada fija, encantan y seducen. Te extasiabas ante las piernas enfundadas en medias transparentes con zapatillas y minifalda de las ninfas que iban, por la mar de asfalto de las riadas, rumbo a sus grutas oscuras de la escuela u oficina. Entonces te convertiste en cargador de libros, porque te suscribiste a las bibliotecas públicas con préstamo a domicilio.
En la facultad te sorprendieron las materias de Redacción Periodística, de Literatura y tu maestro Gustavo Sainz que invitaba a escritores para presentar sus libros en tus clases. En su clase te interesó el aprendizaje, los compañeros de colonias populares, como tú, y escribiste tu primer cuento, a partir de la experiencia de vida de tu vecino y amigo. Después Sainz te invitó, a ti y a tus compañeros, a trabajar en la Dirección de Literatura del INBA.
Luego, aunque preferiste publicar artículos, entrevistas y crónicas, escribiste tu segundo cuento, dedicado a tu amigo que se suicidó. Posteriormente, aunque valoraste lo literario en otra dimensión, obtuviste la beca Salvador Novo, donde “quisiste ser fiel a tus orígenes y mostrar a través de la literatura, las condiciones de explotación de un sector de la población (Pérez, 2002, p. 112)”.
Enseguida, “herido de amor por la japonesita”, empezaste a colaborar en suplementos culturales: La Semana de Bellas Artes, Novedades, Su Otro Yo. Porque sabías que cuando ella leyera los diarios, se encontraría alguna vez con tu nombre y tú, en tu narcisismo masculino, te dirías como la canción de Rubén Blades: Me recordarás, cuando en las tardes muera el sol./ Tú me llamarás en las horas secretas de tu sensualidad.
“La crisis amorosa con ella te hizo escribir más todavía (Pérez, 2002, p. 114)”, como lo reflejan los títulos de tus obras. Cuando tomas Tres de ajo (1983), Si camino, voy como los ciegos (1987) o Me matan si no trabajo y si trabajo me matan (1998), por eso mejor andas como Pata de perro (1994), buscando Noticias de los chavos banda (1994). En las noches sensuales, cuando vagas como Un gato loco en la oscuridad (2002), buscas Reencuentros (1993) con tus parejas, pero ellas te reprochan, Si fuera sombra te acordarías (2000) de mí. Luego te riñen que Borracho no vale (1988), te explican que tienes Ladillas (1998), que Ya somos muchos en este zoológico (2013) de Monstruopolitanos (2018), y que mejor le migres a Tijuana donde nadie me sabe dar razón (2016) de ellas.
De modo que los causantes de que tú, Emiliano, seas escritor fueron Gustavo Sainz y tu familia adorada femenina: la japonesita y Verónica, tu mujer y tu mami, de quien “heredaste la facultad para presentir las cosas (Pérez, 2002, p. 141)”. El apoyo de ellos y tu tesón te hicieron merecedor del Premio Nacional de Testimonio Chihuahua 2000 y el Homenaje de agosto 2018 en el Faro de Oriente a tu labor.
Alguien te puso en este mundo para estar en la vida y no rajarte; para no tomarte en serio las tragedias y convertirlas en humor negro o autoescarnio; para “conocer al ser humano en situaciones límite, sin afeites ni disfraces (Pérez, 2002, p. 133)”; para “darle voz al barrio, a los pepenadores y mujeres”; para mostrar la vida urbana de los pobres, su mundo laboral, y mejorar su condición su vida, porque “son solidarios [y brindan ofrendas] ante la dura adversidad (Pérez, 2002, p. 145)”; para ser pata de perro que vaga por Tlaxcala y Neza, Tabasco y Yucatán, la Universidad de Sonora y Tijuana, Zacatecas y el Reclusorio femenino, donde impartes tus talleres de crónica o creación literaria.
De ti afirman los críticos Tomas Espinosa (Pérez, 2013, p. 9): “Emiliano teje y desteje un discurso, rico, rítmico, musical, donde casi casi no hay hueco o pausas, tejedor de tramas del jugo de palabras e imágenes visuales, verbales, auditivas. Y su verbo es la revancha para hablar de todos los temas, de todas las malas landres o tumores de la sociedad”.
Vicente Francisco Torres (2020, p. 53-54): “conservó su coloquialismo siempre juguetón, entre soez y risueño. De Neza también sacó sus personajes y sus escenarios. Los ha llevado por todos sus libros, a menudo desafiantes desde su título, como el de la noveleta llamada Ladillas. […] Emiliano, junto con Armando Ramírez, hizo una prosa barrial, juguetona, alburera, soez y sensual pero también terriblemente crítica de nuestra sociedad tan desigual […]. La ironía y el sarcasmo que han practicado Armando y Emiliano tienen efectos notables. Ellos constituyeron lo que el siempre perspicaz Evodio Escalante llamó lumpenliteratura. Sus libros han sido aire fresco en el mundo intelectual nuestro y, quiéranlo o no las academias, son una raya aparte en el tigre de la narrativa mexicana”.
Y Christopher Domínguez (Pérez, 2013, p. 10): “Quizá el mayor éxito del coloquialismo urbano de los últimos veinte años sea la obra de Emiliano Pérez Cruz. Es un narrador natural, para quien lo popular no es una impostura ontológica sino una escena literaria. Su oído está en la tradición de Garibay y de Ramírez. Es quizá el cuentista de la ciudad más notable de su generación”.
Alguien te puso en este mundo para “hacer un periodismo libre e independiente (Pérez, 2002, p. 139)”, porque sabes “que no se vive para escribir, (sino que) uno va viviendo así, como sin querer (Pérez, 2002, p. 149)”. Reconoces que escribes “para vivir las mil y una vidas que tu solito no ibas a poder vivir, y al escribir esas vidas ajenas, te resulta placentero, porque te apropias de sus tragedias y alegrías, porque escribes de ti, como partícipe Pérez, 2002, (p. 149)”.
Reconoces tú, por todos nosotros, que “el amor a la vida es intenso […], que estar vivo es una gran ganancia, que es la posibilidad única de permanecer en esta función sin permanencia voluntaria, una función a la que vienes, mi querido Emiliano, pero no sabes en qué momento te vas a ir (Pérez, 2002, p. 147)” tú, tampoco nosotros los que estamos presentes en esta sala.
Gracias, Emiliano, por acudir a esta llamada de tus amigos cecehacheros y coetáneos, para fomentar el encuentro, la lectura y formación crítica de nuestros jóvenes colegiales, tal como lo hicieron contigo y conmigo, en esa etapa, nuestros queridos y admirados maestros. ⌈⊂⌋
Referencias-.
Pérez Cruz, Emiliano (1994). Noticias de los chavos banda. México: Planeta.
Pérez Cruz, Emiliano (1998). Borracho no vale. México: Plaza y Valdés.
Pérez Cruz, Emiliano (1998). Ladillas. México: Daga.
Pérez Cruz, Emiliano (1998). Me matan si no trabajo y si trabajo me matan. México:
Instituto Mexiquense de Cultura.
Pérez Cruz, Emiliano (1998). Si camino, voy como los ciegos. México: CNCA.
Pérez Cruz, Emiliano (2002). Un gato loco en la oscuridad. México: Colibrí.
Pérez Cruz, Emiliano (2002). Si fueras sombra, te acordarías. México: Conaculta-
INBA.
Pérez Cruz, Emiliano (2013). Ya somos muchos en este zoológico. México: FOEM.
Pérez Cruz, Emiliano (2016). Tijuana. Nadie me sabe dar razón. Migración y
memoria. México: INBA-El Salario del miedo.
Pérez Cruz, Emiliano (2018). Monstruopolitanos. México: Molino de Letras.
Torres, Vicente Francisco (2020). Mis adioses. México: UAM-A.
Puebla, 1956. Ensayista, narrador y traductor. Licenciado en Letras Clásicas y Maestro en Literatura Iberoamericana (UNAM). Es coordinador de la Colección Bilingüe de Autores Grecolatinos, dirigida al Bachillerato de la UNAM y es profesor-investigador de la UNAM (CCH Azcapotzalco), donde imparte las materias de Griego y Taller de Lectura y Redacción. Su obra incluye: Poesía erótica: Safo, Teócrito y Catulo (UNAM-CCH, 2020), Teócrito: poemas de amor, desamor y otros mitos (UAM-A, 2019), Pétalos en el aula. La docencia, lecto-escritura y argumentación (UNAM-CCH, 2018), Totalmente desnuda. Vida de Nahui Olin (Conaculta-IVEC, 2013). Ha colaborado en las revistas, Tema y Variaciones de Literatura, Texto Crítico, Liminar, La digna Metáfora, CambiaVías, Eutopía y Poiética.