Felguerez, Zadkine y Paris

Guillermo Gutiérrez Nieto

Manuel Felguérez tuvo una cercanía singular con París. Siendo boy scout, visitó esta y otras ciudades europeas; después estuvo en dos ocasiones para consolidar su formación artística; ya como un creador consolidado, vivió temporalmente y exhibió sus obras en diversos recintos. En este texto se ofrecen algunas pistas para entender su itinerario parisino.

Ruptura equivale a rompimiento, a separación, y eso fue lo que hizo Manuel Felguérez respecto a la escuela mexicana de pintura. Miembro de la generación de pintores y escritores que emergió a mediados del siglo veinte, el artista zacatecano se convirtió en un referente nacional e internacional respecto a las vanguardias artísticas que asumió, desde el geometrismo hasta el abstraccionismo y el arte digital.

La conexión personal y artística de Felguérez con el mundo es vasta y su primera impronta se remonta a 1947, año en que viaja a Europa como practicante del escultismo. En esta experiencia lo acompañó Jorge Ibargüengoitia, ambos formaban parte de la delegación mexicana de boy scouts que participó en un encuentro internacional de esa agrupación celebrado en las afueras de París, Francia. Este episodio sirvió de argamasa para el cuento “Falta de Espíritu Scout”, de Ibargüengoitia; Felguérez lo narró años después en la revista Vuelta y recientemente resultó el móvil de una detallada investigación realizada por Arturo Reyes Fragoso (Dos Artistas en pantalón corto. Ibargüengoitia y Felguérez scouts. Ediciones La Rana, 2020).

Este primer viaje allende de México, según lo describe el mismo Felguérez en un video del museo de Arte Abstracto de Zacatecas (MAAZ), fue iniciático ya que confirmó su vocación artística. Convencido de ello, en 1949 viajó por segunda vez a Francia para estudiar con Ossip Zadkine en la Academie de la Grande Chaumière en París. Regresa en 1955 a la misma escuela y con el mismo maestro, sin embargo esta vez lo hace como un artista que busca consolidar su estilo propio.

Entender la importancia de estos años fundacionales en la labor creativa de Felguérez conlleva un acercamiento al ambiente de las academias artísticas de la capital francesa en la priera mitad del siglo veinte. Aunque es innegable la predominancia de la École des Beaux Arts, su academicismo y conservadurismo motivaron paulatinamente el surgimiento de academias, sobre todo las especializadas en escultura, ámbito de interés para Felguérez.

En el conglomerado de academias de esa época un referente importante es la Académie Colarossi, la cual fue fundada por el escultor italiano Filippo Colarossi y concluyó sus actividades en 1930, dejando como legados el uso de modelos desnudos en sesiones de escultura, el nombramiento de profesoras de arte y la opción de enseñanza formal o libre a través de talleres. Otro caso notable es el de la Académie de la Grande Chaumière, fundada en 1904 por la pintora suiza Martha Stettler en la calle del mismo nombre en el mítico barrio artístico de Montparnasse, la cual abrió el camino al arte independiente. Su metodología pedagógica permitió la manifestación de formas y técnicas se manifestaran, liberando a los artistas tanto académica como intelectualmente. Durante varios años y hasta 1957, fue un lugar de resistencia y creación artísticas. Años después de su cierre fue reabierta y bajo la coordinación de la Académie Charpentier, no obstante hasta la fecha mantiene su anterior nombre. 

Como Felguérez lo expresó en diversas ocasiones, Paris es un hito de su creatividad escultórica. De sus dos estadías en la Grande Chaumière, la de 1949 puede ser considerada como de iniciación, mientras que la 1955 como de consolidación. En ambas su interrelación académica fundamental fue con Ossip Zadkine, artista bielorruso que la primera ocasión lo aceptó como ayudante y la segunda como artista y amigo.

Ossip Zadkine (Bielorrusia, 1888-Paris, 1967) fue un migrante -geográfico y creativo- toda su vida. Se formó Sunderland y Londres y arribó a Paris en 1910, donde se integró a la École des Beaux-Arts, que abandonó para integrarse a una comuna de artistas denominada La Ruche; participó en la I Guerra Mundial y después viajó por Italia.  Formó parte del movimiento cubista y más tarde comenzó a desarrollar su propio estilo. Durante la guerra emigró a Nueva York y regresó a la capital francesa en 1945. Poco después ingresó como maestro a la Grande Chaumière, profesión que ejerció hasta el cierre de esta academia. Su producción artística comprende medio siglo e incluye más de cuatrocientas esculturas, miles de dibujos, acuarelas y gouaches, grabados, ilustraciones de libros y diseños de tapices. En 1982, su esposa, Valentine Prax, convierte su casa-estudio de Paris (100 rue d’Assas) en el museo Zadkine, donde se encuentra la mayoría de las esculturas del artista.

La dimensión de la influencia que tuvo Zadkine en Felguérez puede vislumbrarse a partir de su trayectoria como docente o instructor. Desde su exilio en los Estados Unidos en la segunda guerra mundial, es prolífica su acción como enseñante. En ese país impartió cursos en The Art Students League, fundada “par des artistes et pour des artistas” y en el Black Mountain College, dirigido en ese entonces por Josef y Anni Albers, profesores alemanes provenientes de la Bauhaus. Ya en Francia, es innegable su influencia, tanto en el Ossip Zadkine Studio of Modern Sculpture and Drawing, creado en 1948 y en donde su llamado a que los asistentes logren creaciones personales es permanente, como en la Academie de la Grande Chaumière, donde coordinó clases y talleres hasta 1957.

Es precisamente de esta última donde al igual que otros escultores de su generación – Amadeo Modigliani, Alexander Archipenko o Henri Gaudier-Brzeska- él emprende una revalorización de las fuentes del arcaísmo, invitando a sus discípulos a “ponerse al servicio de la madera o de la piedra desprendiéndose de la uniformidad académica”. Es en este espacio académico donde constantemente insiste en “cortar los planos con mayor claridad, agudizar los bordes y someter los volúmenes al rigor de la geometría”. Lo fundamental, aseguraba, “es trascender de la rigidez del bloque compacto de la materia hacia formas plenas de armonía a un ritmo fluido”. El ambiente que vivía en la Grande Chaumière se lo describe a su amigo André de Ridder en una carta de 1950:

“Mi clase en la Academia del Grande Chaumiére es una encrucijada de jóvenes internacionales que buscan el nuevo mundo de las formas. Tengo cerca de 30 estudiantes para empezar, y en cada conferencia crítica que hago los viernes de 10 a.m. a 12 p.m., hay un montón de extraños que vienen a escuchar lo que tengo que decir. Es muy reconfortante estar con estos jóvenes, pero termino cansado, tal como si hubiera enfrentado al mismo tiempo ondas de calor y frío”.

A ese grupo se sumó Felguérez en 1949. Su tarea era auxiliar al maestro en tareas diversas en todos los campos expresivos. A cambio, él, al igual que el resto de los asistentes, recibía consejos y asesoría respecto a su desarrollo artístico. Lo que recuerda el artista mexicano con particular apreció es el proceso de construcción-desconstrucción a la que eran sometidos todos cuando se trataba de obras escultóricas. El móvil fundamental era “encontrar lo geométrico en la forma humana, para lo cual se creaban figuras y se deshacían para hacer nuevas”. La selección de las obras realizadas la hacía sólo él y anualmente a presentaba en una exposición denominada “Zadkine y sus discípulos”. Sin aflicción, Felguérez recuerda que, si bien nunca escogió alguna de sus piezas, le sembró la idea de no crear obras para vender ni crear para conservar, ya que lo fundamental en todo momento es el proceso mismo.

Felguérez regresó a Paris por segunda ocasión en 1955, esta vez becado por el Instituto Francés para América Latina y ya con varias exposiciones realizadas en México. Aunque en la entrevista incluida en el portal del MAAZ no precisa si él se integró a la academia o al estudio de Zadkine, lo que si comparte es que recibió el reconocimiento de su mentor, quien constató que había encontrado un rumbo creativo propio y lo conminó a seguir desarrollándolo, para lo cual lo exento de asistir a sus clases a cambio de que lo visitara semanalmente para mostrarle su obra y para conversar con él como artista.

Con esas dos estadías, Felguérez se sumó a la pléyade de artistas extranjeros que se forjaron bajo la tutoría de Zadkine y asumieron la máxima del autor bielorruso de vivir artísticamente en un “estado de búsqueda perpetuo” Algunos de sus cofrades mencionados en un texto de en la página electrónica del Museo Zadkine fueron: Alicia Penalba (Argentina), Dietrich-Mohr (Alemania), Richard Stankiewicz (Estados Unidos) y Marta Colvin (Chile).

El colofón a la relación del pintor mexicano con la capital francesa se ubica en septiembre de 2011, cuando presentó en el Instituto de México en París una selección de su obra reciente. Y no es que hubiera estado ausente de esta ciudad -su obra se incluyó en diversas exposiciones entre ellas en el Petit Paláis y en la Maison de l’Amerique Latine; adicionalmente vivió durante varios con su esposa Mercedes Oteyza en un apartamento cercano a Notre Dame- pero esta exposición él la consideró como un regreso a la urbe que forjó su genio creativo.

Esta muestra es trascendente porque fue concebida a partir de las dimensiones del sitio que la albergó y porque incluyó sólo obras realizadas en el presente siglo: pinturas, esculturas, grabados y fotografías de obra monumental, mostrando un panorama resumido de su concepción artística. Con este sucinto muestrario Felguérez confirmaba su proximidad con Ossip Zadkine, pero sobre todo su genialidad como un creador abstracto en cuyas obras el color y la fuerza plástica no requieren sustento narrativo.