Alfonso Reyes y el Fascismo en América Latina

Pedro González Olvera

La labor creativa y diplomática de Alfonso Reyes es amplia y comprende temáticas singulares. Así lo confirma este texto que explica su postura respecto al fascismo en América Latina.

Como ya se ha dicho en innumerables ocasiones Alfonso Reyes debe ser considerado un clásico de la diplomacia mexicana de todos los tiempos Sus informes a la Secretaría de Relaciones Exteriores y sus estudios sobre los hechos sucedidos en el mundo de su época lo ubican sin problemas como un, además de ilustrado, destacado internacionalista, en el sentido de intérprete de los acontecimientos y de postulador de hipótesis y tesis, algunas de las cuales todavía resuenan como válidas en la actualidad.

Fue al autor, a veces anónimo como suele suceder en el ámbito diplomático, de varias “memorias”, o sea escritos que le fueron encargados por “la superioridad” (según el argot de la cancillería mexicana) pero cuyo contenido incluso refleja su pensamiento más allá de las obligaciones propias del servicio exterior. Es decir, que se expresa con más libertad y da rienda suelta a su manera de ver las cosas en estos escritos si lo comparamos con el lenguaje usado en sus informes políticos oficiales.

En esta breve nota nos referimos a uno de esos textos que lleva el título de “Hispanoamérica y la Conferencia de la Paz”, del 17 de noviembre de 1936, elaborado como material de apoyo a la delegación mexicana que participaría en la III Conferencia Extraordinaria Interamericana de Consolidación de la Paz, celebrada en la capital de Argentina, del 3 al 27 de diciembre de ese año. El documento es anónimo, sin embargo, como dice Victos Díaz Arciniega, “los argumentos esgrimidos, el ponderado tono, el refinado estilo y las características mecanográficas hacen inconfundible su paternidad”.[1]

Recuérdese que apenas meses antes, en mayo, Reyes había sido nombrado por el presidente Lázaro Cárdenas embajador en Argentina, puesto al que iría por segunda vez, ya que antes, desde abril de 1927 hasta marzo de 1930, había sido enviado extraordinario y ministro plenipotenciario (luego embajador) en ese país. Por esta razón, y por sus experiencias adquiridas al concurrir como representante de México en otras conferencias internacionales, fue designado también como parte de la delegación participante en esa III Conferencia Interamericana.

En la memoria citada, empieza con una nota crítica sobre las ilusiones que al finalizar la primera gran guerra se habían hecho acerca de que se acercaba un auge económico internacional, ilusiones pronto deshechas a consecuencia de la crisis de octubre de 1929. La crisis se manifestó políticamente en América en la forma de revoluciones “pacificas” entre enero de 1930 y julio de 1931, en República Dominicana, Bolivia, Perú, Argentina y Brasil. Mientras, en México se producía el choque entre Calles y Cárdenas, considerado por Reyes como un “fenómeno revolucionario”, y en Estados Unidos el presidente Roosevelt  atendía en los primeros 100 días de su gobierno problemas como la prohibición del alcohol, el desempleo, la insolvencia de los agricultores, el caos financiero y el paso industrial. Pero en ambos casos, con Cuba y Colombia añadidas, se notaba una transformación económica y la conservación de los ideales democráticos. El éxito de Cuba se hallaba, según Reyes, en la abolición de la Enmienda Platt, que representaba una positiva conquista jurídica de América.

En este punto, Alfonso Reyes hace una alusión que de haberse conocido por el gobierno norteamericano hubiera causado su  repulsa y probablemente hasta una protesta diplomática, pues el embajador mexicano compara la experiencia del corporativismo agrícola del Valle de Tennessee con “las más audaces reorganizaciones reorganizaciones de la Unión Soviética”, aunque enseguida la matiza al definirla como “ejemplo de una modificación radical obtenida por las vías institucionales regulares”.

La memoria se desliza enseguida al fracaso de los movimientos “revolucionarios” de América Latina, al mantener en los nuevos gobiernos a los grupos políticamente más atrasados, retardatarios, de la “especie más retrógrada”. Y es aquí en donde emerge su espíritu de avanzada cuando escribe que si bien ha habido reformas económicas de emergencia, se ha dejado entrar a la esencia antidemocrática, que podría conducir a alianzas secretas con el fascismo europeo. En otras palabras, Alfonso Reyes se manifiesta con todas sus letras contra la penetración fascista en América, que ya estaba sucediendo en algunos países, como Brasil por ejemplo.

Desde luego, no se conforma con la presentación del problema; ensaya varias causas de esta situación: el tradicional caudillismo latinoamericano, la alianza de los caudillos con los grupos llamados de los “intereses creados”, es decir conservadoras y obstaculizadoras de cualquier renovación social, la infiltración del fascismo europeo, como doctrina política que no entienden los grupos sin preparación política, pero que les es cómoda en la defensa de sus ventajas ya adquiridas y aceptada por lo que Reyes llama “gesto operístico de bravuconería o compadrada que lleva implícito el fascismo” que utiliza como pretexto para su expansión los “peligros del comunismo”, fomentando la infiltración a la que antes se refirió.

En su alegato antifascista, Reyes enumera los resultados negativos de la aceptación de esa doctrina política en América, similares a lo que se presentaban con fuerza en Europa: represiones, persecuciones, leyes absurdas contra la libertad de pensamiento, disgusto y exasperación de trabajadores e intelectuales perseguidos, subordinación de los gobernantes, con innegable tendencia a la dictaduras, sudamericanos a sus fines de perpetuación en el poder, como lo demostraban en esos momentos los regímenes de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Perú, etc. Incluso, el embajador mexicano señala sin temores la participación de alemanes de tendencia nazi en la falsificación de resultados de elecciones en el estado brasileño de Santa Catarina, que supuso la intervención del gobierno federal a fin de contrarrestar el “abuso atentatorio a la soberanía”.

Hasta este punto Alfonso Reyes ha sido muy explícito en su repudio al fascismo  y no se detiene refiriéndose, hasta con disgusto,  a la conducta de algunos gobiernos latinoamericanos con relación a la guerra civil española, que ya tenía varios meses de haber estallado con el levantamiento armado encabezado por Francisco Franco.

En este tenor, Reyes menciona el deseo de esos gobiernos de que triunfe la sublevación militar; no repara en calificar, sin ambages, como una política llena de doblez y disimulo la actitud de los grandes países sudamericanos (no los menciona, pero con seguridad tenía en mente a Argentina y Brasil) y de otros centroamericanos (estos sí señalados: Guatemala y EL Salvador), que habían llegado al extremo de reconocer la Junta de Burgos (primera organización de los militares sublevados en contra del legítimo gobierno republicano español, el 23 de julio de 1936) como representante gubernamental de España, como se proponían los espadones, que diría Hugo Gutiérrez Vega. Más aún los españoles llegados a Sudamérica buscando amparo eran recibidos con precauciones extremas y ridículas, (seguramente con el afán de evitar la contaminación “comunista”[2]), a lo que sumaba la prohibición de manifestaciones en favor de la España republicana y alentando las que se hacían en su contra.

Y aquí viene algo de enorme interés, pues Alfonso Reyes alude al concepto de no intervención utilizado por Europa en su abstención de defensa del gobierno español agredido, al que llama falso y le ve “simplemente como un reconocimiento de beligerancia  al ejército sublevado contra el pueblo”, añadiendo que “todos parecen muy conformes con que España sufra semejante violación al derecho internacional”. Calificamos como muy interesante esta crítica al principio de no intervención, porque se adelanta por algunos meses a la que hará el presidente Lázaro Cárdenas en la conocida carta que le envía el 17 de febrero de 1937 a Isidro Fabela, nombrado por el primero como representante mexicano ante la Sociedad de Naciones, y en la que sucintamente le indica que el principio de no intervención no debe ser motivo de no intervención, acusando también a las naciones europeas de hacerse disimuladas ante la participación de Italia y Alemania en favor de los rebeldes, lo que a fin de cuenta es otra forma de intervenir.

Desconocemos si hubo alguna comunicación previa entre Cárdenas y Reyes sobre este tema, pero es claro que sí había una línea ideológica que los unía ante el asunto español.

La memoria que se comenta pasa entonces a las repercusiones que el caso español podría traer a la III Conferencia Extraordinaria Interamericana de Consolidación de la Paz. Así, reconoce que México parecería el  indicado para levantar la voz contra los peligros y errores del fascismo, aunque no sería escuchado si lo hiciera, por la fama ganada a causa de la revolución iniciada en 1910. ¿Cuál sería entonces el país que podría levantar la voz en contra del fascismo ya rampante en América Latina? Sin dudarlo piensa que Estados Unidos.

 No es que Reyes de repente haya cambiado de bando y de crítico del imperialismo (asumido así, sin complejos en otra de sus memorias, de septiembre de 1936[3]), sino que se muestra confiado en la administración del presidente Roosevelt por representar, en esos momentos, la última esperanza de todos los demócratas del mundo. Es notoria su confianza en la política de buena vecindad preconizada por el mandatario estadounidense y en que este llame al orden los dictadores del cono sur latinoamericano para evitar las filtraciones del fascismo europeo, más peligroso que la supuesta presencia del comunismo, que si acaso existe no sería otra cosa que producto de la presión del fascismo.

La argumentación de Reyes va todavía más lejos al proponer revisar las propuestas de renovación de la doctrina Monroe (que él está bien enterado del repudio de a esta doctrina, desde el gobierno de Venustiano Carranza México, en el seno de la Sociedad de Naciones), a fin de transformarla en una especie de pacto plural de defensa continental y, sin ya citar el nombre de su creador, con el objetivo de no crear y despertar recelos de antigua data, en pueblos que “ahora están de acuerdo felizmente”.

Si esta postura de Reyes puedo prestarse a confusiones o malinterpretaciones, el de inmediato la aclara al indicar que lo ideal sería que Estados Unidos hiciera una declaración de principios democráticos y una censura franca al fascismo en América. Conviene citar textualmente sus palabras por lo que diremos después: “tal acto pesaría saludablemente en la balanza del mundo, y merecería las bendiciones de los buenos americanos. Él fundaría las bases de una amistad internacional que, penetrando más allá de las esferas oficiales, llegaría al corazón de los pueblos, dando sus frutos en las sucesivas generaciones. Sobre el posible reflejo de tal acto en la Europa actual y en el Japón, y sobre las ventajas o desventajas que ello supone, el gobierno de los Estados Unidos tiene que hablar claro con su propia conciencia. El momento no se presta a conciliaciones tímidas.”

El tiempo y la realidad le darían la razón al embajador de México en Argentina. Apenas poco más de un lustro Estados Unidos sufriría en carne propia el ataque del fascismo japonés en Pearl Harbor y se sumaban a la guerra en contra no sólo de éste, sino de los fascismos europeos. Quizá Estados Unidos entró al combate en contra del fascismo de manera obligada, pero quedan para la historia las proyecciones analíticas de Alfonso Reyes en torno a las revoluciones en América Latina, la llegada y expansión del fascismo en América del Sur y las advertencias a los Estados Unidos de que pusieran un alto a esto último.

Por otra parte, es de subrayarse la capacidad de análisis de Alfonso Reyes, no solamente en su papel de diplomático, sino como un auténtico internacionalista, Su prospectiva sobre el fascismo y sus futuras consecuencias son producto de una mente lúcida, que no se ahorra nada en sus comentarios, lo que resulta todavía más valioso si nos atenemos a que el texto aquí glosado fue dirigido a la Cancillería mexicana con el abierto propósito de normar la acción de la delegación mexicana en la III Conferencia Interamericana ya citada..

Detengámonos por un momento en su concepción del principio de no intervención. Elabora un juicio, después retomado por el Lázaro Cárdenas y ampliado por Isidro Fabela, en el que se nota no poco de doctrina mexicana que, años más tarde, en otras circunstancias se va a volver a utilizar por sucesivos gobiernos mexicanos ante situaciones que requerían una abierta posición mexicana, lejos del llamado aislacionismo.

No cabe duda, que los noveles diplomáticos mexicanos deberían tener como libros de cabecera los textos de Alfonso Reyes; además del buen escribir pueden perfeccionar su oficio.


[1] Víctor Días Arciniega (Compilación y Prólogo), Alfonso Reyes, Misión Diplomática, Tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 76.

[2] Observación del autor de esta glosa

[3]Alfonso Reyes. “Coordinación y perfeccionamiento de los instrumentos internacionales existentes para la consolidación de la paz”, en Víctor Díaz Arciniega, Op. cit., pp. 541-592