En estos días en que las editoriales transnacionales parecen dictar quién vale en las distintas literaturas de nuestro continente, han surgido distintas casas que entregan una oferta más allá de los circuitos comerciales. Tengo en mi escritorio los libros de dos de ellas.
Ediciones Periféricas.
Asesinato en la Habana y otros relatos criminales (2023), de Atzin Nieto, que es un logro y una promesa. Los cuentos de este joven autor lo muestran dueño de unas herramientas y una capacidad expresiva notables; tiene una visión jocosa de la realidad, misma que acompaña con un lenguaje juguetón, barrial, sensual, ingenioso y duro. Todo esto arropado por la voluntad de hacer literatura negra porque sus temas giran alrededor del delito: asaltos, corruptelas de policías, declaraciones ante el ministerio público y crímenes por encargo. Las tintas de estos temas se oscurecen con regalos que Genaro García Luna y los sexenios panistas nos dejaron: secuestro, sicariato, tráfico de órganos y los usos de la carne humana.
La presencia de Rafael Bernal y su detective Filiberto García se cuela por varias de estas historias pobladas por seres salidos de las zonas marginales de la ciudad de México, misma que sirve para ubicar las zonas que destilan lo mismo policías que delincuentes. Elijo, casi al azar, un fragmento de este libro que le ha dado a Nieto las armas para mayores aventuras: “Cuando se presentó, supe que era del tipo de personas a las que Dios acostumbra olvidar desde que nacen (…) En el barrio todos sabíamos quién era quién. La mayoría, alguna vez en la vida, le pegó al fino arte de meter el dos de bastos para para sacar el as de oros”.
El cuento titular del libro es redondo, muy bien calculado y escrito. El autor salió de las zonas marginales de la ciudad de México y exploró una Habana también marginal. Su construcción es muy notable porque empieza con una historia que se abandona pero aparece al final del cuento, para conseguir un segundo final, agregado al que ya había tenido la historia que transcurre en Cuba. Es como un arma de repetición.
Manto de sangre. Una tragedia en ciudeath (2022), novela breve de Oswaldo Buendía Galicia, recalca lo sombrío de nuestra ciudad de México aunque los nombres de calles y barrios no remitan al código postal de este habitante de Chimalhuacán, Estado de México. Este pequeño libro descorazonador habla de una mujer a quien asesinan y despedazan a su hijo. Sabedora de que la justicia no existe, busca una venganza de final cinematográfico. Desde el inicio de esta venganza anunciada, que va anticipando la tragedia con un cuervo que aparece en todos los episodios, para paliar el calvario de esta mujer que tuvo que resolver sola su vida y la del hijo, se insiste en que los seres humanos tendrán existencia como fantasmas, tal como vemos en el desenlace de la obra. Esta noveleta, como el libro de Atzin Nieto, muestran cómo los jóvenes dan cuenta del mundo terrible que les ha tocado vivir. Ciudeath, la ciudad de la muerte, convierte a sus niños y jóvenes en mafiosos y narcomenudistas que remachan el sentido de su nombre.
Posmoderno que tuvo que ser, este autor incluye poemas y páginas con grandes letras y sílabas que se adhieren a los recursos de la novela gráfica.
Los bastardos de la uva
Durante un tiempo, Los Bastardos de la Uva fue una revista; hoy también es editorial y entrega un título sugerente: Antología de cantinas, abrevaderos y borracherías que su compilador, Ricardo Lugo Viñas, justifica así: Las cantinas me atraen como fragmentos a su imán: como el llamado de la selva. Poco a poco he desarrollado olfato de gambusino etílico, atisbo con fruición cualquier tufillo a alcohol y orines rancios, propio de los lugares para empinar el codo. Hasta una suerte de dislexia ha anidado en mí: donde dice “peluquería” siempre leo “pulquería”; donde dice “taquilla”, “tequila”. Es una reunión de autores noveles y otros con larga trayectoria.
La cantina es festiva, lugar de reuniones sociales, ámbito para arreglar problemas y planear negocios, aunque también es sitio de naufragio para el desamor:
La cantina es la oficina crepuscular
donde despachan los corazones quebrados
dice el poeta Armando Gómez Villalpando.
Renato Leduc, maestro por antonomasia de esta materia, sabedor de que las reuniones que allí tienen lugar entregan el saber de sus contertulios, preguntó alguna vez: “¿quién llamó cantinas a estas universidades?”.
En Últimos tragos… encontramos un texto de J.M. Servín que vincula los barrios con sus bares; sabe y siente de lo que habla. Eduardo Antonio Parra, en “Nunca había oído la letra”, muestra muy bien la atmósfera de la cantina, pero, sobre todo, deja ver su oficio de escritor consumado porque sabe dramatizar y manejar las tensiones. Entre los trabajos de los jóvenes encontré uno, “El malpaís (Pompín)”, de Gabriel Rodríguez Liceaga, ágil y que sabe lo que es un cuento, con final epifánico muy bien dosificado.
“El ángel del lúpulo”, De Balam Rodrigo es un excelente poema en prosa, deslumbrante por su manejo del lenguaje y por su idea.
Finalmente, Arturo Trejo Villafuerte, que de cantinas sabía montones, desmitifica el garlito de la cantina La Ópera (Cinco de Mayo y Filomeno Mata). Los turistas entran embobados a ver el balazo que dio Pancho Villa en el techo del bar. Pero Francisco Villa no bebía y no entró a la cantina. El balazo salió del arma del abogado Bernabé Jurado, en un pleito de borrachos. Esto lo vivió y vio Francisco Liguori, quien se lo contó a Arturo. ⌈⊂⌋
Ciudad de México, 1953. Ensayista y narrador. Doctor en Lengua y literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM. Profesor-investigador en la UAM-A, donde ha sido coordinador de la Especialización en Literatura Mexicana del siglo XX y la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Desde 1998 es miembro del SNI (nivel II). Ha colaborado de Crítica, El Día, El Nacional, De Largo Aliento, La Palabra y El Hombre, Mar de Tinta, Memoria de Papel, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Revista de Revistas, Revista de la Universidad, Sábado, Semanario Punto, Semanario Tiempo, Siempre!, Texto Crítico, y Tierra Adentro. Premio Internacional de Ensayo Alfonso Reyes 1997 por La rebambaramba (Monterrey, Nuevo León) y Premio de Periodismo Cultural INBA/Delegación Cuauhtémoc 1988 por Narradores mexicanos de fin de siglo.