El año pasado murió el escritor Ignacio Solares. Ese mismo 2023 apareció un libro entrevista que preparó el más cercano de sus amigos, José Gordon: Novelista de lo invisible. Una de las cosas que más llamó mi atención fue la reiterada alusión de Solares a los libros de Sherlock Holmes. Antes que referencias a libros sobre elementos paranormales que siempre nutrieron su visión del mundo, así como a los religiosos y místicos, habló de los libros del escritor escocés, que lo reconfortaron incluso en los años más difíciles de su infancia, sojuzgados por el alcoholismo paterno. Solares sería, como su dilecto escritor, jesuita y espiritista.
Me propuse entonces la relectura de algunos de los libros de Conan Doyle que leí desordenadamente y a veces en ediciones paupérrimas. El lanzamiento de una bella edición de sus libros que actualmente está en los puestos de periódico de la ciudad de México, me dio el impulso necesario. Se trata de bellos ejemplares que quieren ser facsímiles de los libros victorianos originales y que se publicitan como vintage: estampados en oro sobre geltex, ilustraciones de cubierta coloreadas como los originales y un grabado facsímil que abarca la portada y la cuarta de forros. Incluso el primer tomo, Estudio en escarlata (1887), contiene una hoja tipo tabloide que reproduce los anuncios comerciales de la época e incluso noticias de aquellos años, como la información de las fechorías de Jack el Destripador, la creación del Premio Nobel y publicidad de relojes, gramófonos, tintes para cubrir las canas, prendas de vestir y violines. Las guardas también llevan textos publicitarios.
Estudio en escarlata, primero de la serie, es un libro fundamental porque entrega las memorias del Doctor Watson, mismas que presentan, de pies a cabeza, los rasgos del detective que inmortalizaría a Sherlock Holmes y a su creador, el médico Arthur Conan Doyle, quien se basara en su profesor, el médico forense Joseph Bell, para crear a este personaje especulativo.
En el mismo 1887 aparece “Escándalo en Bohemia”, en The Strand Magazine, con el debut de Sherlock Holmes cuyo éxito hizo que, para 1892, la revista tuviera un tiraje de más de un millón de ejemplares.
En Estudio en escarlata, Watson, quien se convertiría en fiel escudero, dice que Holmes domina la anatomía y es un químico de primera. Es voluble, excéntrico, fuma tabaco fuerte y toca el violín. Es alto, delgado, de mirada penetrante y le gusta ser adulado. Nada sabe de literatura, filosofía y política; tiene saberes prácticos sobre venenos y boxeo porque, asegura, la gente llena su cabeza de cosas que no le sirven para nada y se olvida de aquello que utiliza realmente. Cuando habla, tiene una cháchara muy parecida a la trivia.
Es un detective consultor que, por un lado, conoce muy bien la condición humana y, por la otra, es experto en artículos de nota roja porque, como piensa que nada nuevo hay bajo el sol, sus deducciones operan siguiendo distintos casos criminales de la historia. Si Arsenio Lupin –a quien Conan Doyle descalifica, lo mismo que a Gaborieu y a la policía de Scotland Yard– el detective creado por Edgar Allan Poe, fundador del género policial, pensaba que los detectives fracasaban por echar mano de los mismos procedimientos sin atender lo evidente más algunos elementos desconcertantes (la carta puesta a los ojos de todos pero en un sobre distinto y ajado), Conan Doyle valora este modo de razonar: “Son muchas las personas que, si usted les describe una serie de hechos, le anunciarán cuál va a ser el resultado. Son capaces de coordinar en su cerebro los hechos y deducir que han de tener una consecuencia determinada. Sin embargo, son pocas las personas que, diciéndoles usted el resultado, son capaces de extraer de lo más hondo de su propia conciencia los pasos que condujeron a ese resultado final. Y a esta facultad me refiero cuando hablo de razonar hacia atrás, es decir, analíticamente (…) Como puede ver usted, el todo constituye una cadena de ilaciones lógicas sin una rotura ni una grieta”.
Finalmente, Holmes se cuida de explicar excesivamente sus deducciones porque sabe que, cuando un prestidigitador explica sus trucos, da la impresión de ser un tipo corriente. Como Watson conoce la debilidad de Holmes por los halagos, afirma: “Usted ha convertido el detectivismo en algo tan próximo a la ciencia exacta que ya nadie podrá ir más allá”.
Con lo dicho aquí puede inferirse que Holmes milita en el relato de enigma ajedrecístico, también llamado mecanicista, muy distinto de la narración negra que sondea la sociedad y, por tanto, es más polivalente que el texto ensimismado en unas cuantas acciones. Sin embargo, hay que reconocer que las aventuras de Holmes tienen momentos muy gratos, como cuando lo vemos caminar por los laberintos londinenses internándose en los bajos fondos de la sociedad victoriana. Por cierto, cuando Holmes y Watson hablan de los abusos coloniales de su país, les parece la condición más natural del mundo, como si la geografía africana y de la India les perteneciera por derecho divino.
¿Qué encontraba Ignacio Solares en los libros del paradigmático detective? Quizá la fuga de circunstancias difíciles y la posibilidad de un mundo ordenado.
*Arthur Conan Doyle, Estudio en escarlata, traducción de Amando Lázaro Ros, México, RBA Editores, 2022.
Ciudad de México, 1953. Ensayista y narrador. Doctor en Lengua y literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM. Profesor-investigador en la UAM-A, donde ha sido coordinador de la Especialización en Literatura Mexicana del siglo XX y la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Desde 1998 es miembro del SNI (nivel II). Ha colaborado de Crítica, El Día, El Nacional, De Largo Aliento, La Palabra y El Hombre, Mar de Tinta, Memoria de Papel, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Revista de Revistas, Revista de la Universidad, Sábado, Semanario Punto, Semanario Tiempo, Siempre!, Texto Crítico, y Tierra Adentro. Premio Internacional de Ensayo Alfonso Reyes 1997 por La rebambaramba (Monterrey, Nuevo León) y Premio de Periodismo Cultural INBA/Delegación Cuauhtémoc 1988 por Narradores mexicanos de fin de siglo.