Pasajes de París

Cualquier escritor que recorre las calles de París hasta perderse, sabe bien que cada paso que da va dejando un rastro que se ovillará luego en la escritura. Uno de esos paseantes que hizo de París un pasaje para su escritura fue Walter Benjamin. Este singular pensador judío alemán la consideró como la capital del siglo XIX y encontró en ella el alma de la modernidad. Por eso volvía ahí una y otra vez, como él mismo anotó en uno de sus textos autobiográficos: “Mi primera estancia en París coincide con el año 1913; en 1923 regresé nuevamente allí, desde 1927 hasta 1933 no paso un año sin que estuviera varios meses en París”[1]; y prácticamente desde 1935 se exilió en dicha ciudad hasta 1940, año cuando se suicidó después de su fallido intento de cruzar la frontera franco española para huir de la persecución nazi y refugiarse después en Nueva York, donde lo esperaría su amigo Theodor Adorno.

La relación entre Benjamin y París resulta muy peculiar. Su interés por esa ciudad proviene, en principio, de su abierta admiración por la poesía de Baudelaire, así como por las obras de Proust y los surrealistas. Martín Kohan afirma que “Benjamin ´lee´ París fundamentalmente porque lee a Baudelaire”[2]. En su poesía encuentra los planos de la ciudad, es decir, la estructura de los versos lo llevan a descubrir los pasajes parisinos y a revelar los mensajes ocultos en ellos. Beatriz Sarlo agrega que “hoy es casi imposible decidir si comenzó a estudiar a Baudelaire para estudiar el París del Segundo Imperio, o si el objeto ´París´, construido a partir de las galerías, la arquitectura del hierro, las tipologías sociales, fue, desde el comienzo el objeto inabarcable de su obra inconclusa, el Libro de los Pasajes[3].

El Libro de los Pasajes representa la construcción de un texto a partir de otros textos, generando así una intertextualidad ad infinitum, cuya función es análoga a la de los pasajes que unían a las principales calles de París. Esa fluida comunicación discursiva, producto de una prodigiosa intercalación de citas, a las cuales Benjamin copia, corta, repite, parafrasea, comenta o las vuelve a copiar hasta hacerlas suyas y producir así un estilo original, una escritura citual, que viaja de una cita a otra. Intencionalmente, el primer tema con que se inicia el sistema de citas de Benjamin corresponde a los pasajes, de los cuales dice que “son galerías cubiertas de cristal y revestidas de mármol que atraviesan edificios enteros, cuyos propietarios se han unido para tales especulaciones. A ambos lados de estas galerías, que reciben luz desde arriba, se alinean la tiendas más elegantes, de modo que un pasaje semejante es una ciudad, e incluso un mundo en pequeño”,[4] ahí el flâneur, el paseante urbano, encontrará todo lo que buscaba.

La importancia del Libro de los Pasajes radica en que se constituye en una alegoría intertextual, ya que esa prodigiosa selección e intercalación de citas permite reconstruir la imagen de una ciudad que experimentó profundos cambios a lo largo de la historia, sobre todo del siglo XIX, pero también permite leer de una manera novedosa cómo se va gestando en el imaginario social una ciudad destinada a iluminar a otras. Esas lecturas tienen múltiples interpretaciones tanto como las citas de las que están constituidas.  Sarlo anota que “lo único que se puede hacer con este conjunto de citas y materiales es hipotetizar un libro que no fue”[5]. En efecto, al ser el Libro de los Pasajes una obra inacabada permite al lector imaginar no una, sino muchas París que se replican y adoptan sus peculiares formas en distintas partes del mundo; asimismo, permite comprender el complejo tramado de los que están constituidos los discursos, más aún los literarios, que no son más que redes que nos llevan de una obra a otra, a manera de pasajes invisibles que se ramifican en nuestra imaginación.


[1] Walter Benjamin, Escritos autobiográficos, Alianza editorial, 1996, p. 66.

[2] Martín Kohan, Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin. Madrid, Trotta, 2007, p. 18

[3] Beatriz Sarlo, Siete ensayos sobre Walter Benjamin. Buenos Aires, FCE, 2007, p. 18

[4] Benjamín, El libro de los pasajes. Madrid, Akal, 2005, p. 69

[5] Sarlo, p. 23