Al llegar al Túnel

Las cosas se ven exactamente iguales cuando vas a morir, sólo que más borrosas, como si se
tratasen de manchones de pintura sobre el cuadro en una pared. Por lo menos así las percibo yo y
llevo quince minutos muriendo.
Los motivos que me orillaron a perecer resultan ahora irrelevantes. Supongo que nunca
fueron importantes, apenas un pretexto para hundir la navaja en una arteria. Sin embargo,
reconozco que hay algo rítmico en la muerte: un toque militar, un tamborileo que invade los
sentidos y elimina cualquier otro sonido, excepto el de tu propio corazón.
Dicen que cuando vas a morir miras tu vida pasar en una fracción de segundo, ¡mentira!,
lo único que avanza es el rojo interminable que cubre tus recuerdos con una capa espesa. Y todo
se antoja a hierro, a óxido y a agua, que tiene una fragancia particular, únicamente advertida por
los agónicos, y huele a mar primigenio, a origen; a vientre y a madre, a leche agria; a hostia y a
vino de eucaristía.
Intento mantenerme despierto. Quiero estar lúcido hasta el último instante, aunque un
sueño atroz me domina. Al llegar al túnel no olvides girar a la izquierda, luego sigue de frente,
ahí la luz es más intensa. Me despabilo, no hay nadie.
Indago alrededor: todo sigue igual, excepto que los objetos han perdido volumen y se
observan en segunda dimensión, como caricaturas en un periódico o en un trozo de papel. Evito
pensar en ello, evito pensar cualquier cosa. Si quieres te llevo al túnel, al llegar la temperatura es
cálida. Abro los ojos y no estoy solo.
Al pie de la bañera se yergue una figura de rostro alargado y ojos sombríos que me
contempla. Pretendo asustarme, pero no puedo. Al final uno olvida cosas, incluso el miedo; sólo
el frío prevalece, ese frío primitivo, de glaciares y de deshielos.
—Si el clima es mejor allá, lo acompaño —le expreso—, pero apenas por un rato que
quiero estar aquí cuando llegue el momento.
Me froto los ojos, sigo despierto.


—Este lleva varios días muerto —afirma el paramédico mientras recoge con sus guantes la navaja del piso—. No creo que haya sufrido, seguramente se quedó dormido.