Leandro Arellano
La existencia es también militancia contra la malicia que anida en ella, asegura Gracián y por experiencia propia sabemos que el destino nunca da puntualmente lo que de él se espera…
Así, por curiosidad o temor, por ocio o necesidad, el ser humano ha volteado, desde los primeros atisbos de la historia, a contemplar el firmamento: para implorar el favor de los dioses, para no violentar el amparo de nuestro ángel guardián, en previsión de la ruta que se ha de navegar, en búsqueda de las señales para la siembra o para contemplar las nubes, como anhelaba el poeta.
En los tiempos que corren el exceso de cultura racional impide entender cabalmente aquello que participa de la irracionalidad. Pero la creencia en poderes, en fuerzas o energías exteriores o cósmicas –como se entiende en el presente- es antiquísima. Proviene del nacimiento mismo de la humanidad. El índice de sus primeras manifestaciones las enlaza y confunde con el origen de las religiones.
Así como la imaginación y la fantasía se adelantan al porvenir, la fe y la superstición forman parte de un mismo tejido indiscernible y sordo.
Además de ser pilares de las ciencias exactas, en opinión de no pocos adeptos, los números poseen un significado oculto y una poderosa carga cósmica, representan más que símbolos y valores en tanto que la numerología pretende adivinar o entrever el futuro. Creyentes o no, nosotros mismos, al tornar la última hoja del calendario realizamos un balance del año que se acaba y nos encomendamos -confiados- a los propósitos del nuevo.
Para casi todos, la numerología es un arte ignorado o no pasa de ser considerada una superstición más, una pseudo ciencia si acaso, como sería la astrología frente a la astronomía. Pero de acuerdo con los partidarios de aquella, los números tienen un poderoso aliento propio que solo los iniciados suelen detectar y administrar.
El cultivo y veneración de esa creencia no es menor, siendo varias las escuelas de culto, conforme se la quiera ver: la cabalística, la caldea, la china, la pitagórica… El propio filósofo griego contribuyó a la superstición, al asignar a los números una relación armoniosa con los planetas. La superstición se nos confunde a ratos con la fe o con el instinto y nunca el instinto se manifiesta puro, nítido. Y por el contrario, el sistema métrico decimal se impone sin disputa.
¿Cuánto hay de instinto y cuánto de reflexión en nuestros actos cotidianos? Entre las artes o disciplinas metafísicas la numerología parece ser asunto no sencillo dado que cada número, además de su valor intrínseco, posee un significado, se asegura. El 1, por ejemplo, es y representa la unidad, la omnipotencia, la autosuficiencia, en tanto que el 3 significa la trinidad, el triángulo absoluto, la perfección acabada. El 10 traba, combina y multiplica al 1 y al 0, dando como resultado la potencialidad de todo, hasta el infinito.
Pero al 7 lo envuelve un halo hermético, un tanto místico. El 7, según los fieles, es un número que aparece en diversas culturas como un número del destino, que rige muchos aspectos de la vida del hombre. El 7 es número de suerte, se escucha en la calle. Sería entonces el número que todo lo comprende y todo lo contiene.
En sus Noches áticas, Aulo Gelio dedica un capítulo (XII, Libro Tercero) a resaltar las potestades de ese número, elaborando una no corta relación de los “ejemplos que comprueban la virtud del número siete”, bien que en otra parte (Capítulo I, Libro Décimo Cuarto), para aclarar paradas, advierte que “En ningún caso se debe tener relación alguna con las gentes que predicen las cosas futuras”.
Más cercano en tiempo, Julio Cortázar asegura en una de sus Cartas (a Francisco Porrúa, fechada el 22 de junio de 1965), en referencia a los cuentos que entonces reunía para un nuevo libro, que “Siete es un buen número”.
Y en El chamán de los cuatro vientos, el libro de Douglas Sharon, se señala que el séptimo hijo varón –es nuestro caso- es hombre lobo… Se trata de una potestad que no hemos explorado por completo, a la que no hemos extraído la savia que pudiese contener. Con todo, cada vez que nos toca decidir, enfrentados con la incertidumbre en distintos órdenes de la vida-, optamos por el 7. No vaya a ser… Ö
Guanajuato, Mexico, 1952. Diplomático en retiro desde 2016. Es autor de los libros Guerra privada (Verbum, 2007); Los pasos del cielo, Ediciones del Ermitaño, 2008); Paisaje oriental, Editorial Delgado, 2012); Las horas situadas (Monte Ávila Editores, 2015). Ha traducido cuentos de Raymond Carver, John Cheever, W. Somerset Maugham y Guy de Maupassant. Fue colaborador de La Jornada Semanal y actualmente participa en la revista ADE (Asociación de Escritores Diplomáticos).