Jaime Moreno Villareal
De tanto en tanto se habla del arte como forma de conocimiento, y acto seguido suelen fruncirse los ceños de filósofos y científicos. Es indudable, sin embargo, que el arte se ha planteado siempre problemas de conocimiento, y que no existe ajenidad entre filosofía, ciencia y arte.
En cuanto a la pintura, si en sentido estricto no consiste en una forma de conocimiento, sí ha encarnado históricamente modelos de conocimiento. Detrás de invenciones técnicas como la perspectiva o la cámara lúcida, o de corrientes pictóricas como el realismo, el impresionismo o el cubismo, hay indagaciones serias, positivas sobre la realidad y su posible representación.
Hoy, el trabajo de Octavio Moctezuma Vega (México, 1957) se ocupa de lo indeterminado, concepto que ha ocupado a filósofos y hombres de ciencia desde tiempo atrás. Tan atrás que puede sobrecogernos recordar que el ápeiron postulado como origen del universo por Anaximandro (siglo 6 a.C.) ha tenido básicamente dos traducciones al español: “lo infinito” y “lo indeterminado”. Ápeiron se refiere etimológicamente a lo ilimitado. La noción práctica de una realidad sin límites ancla justamente en la idea de un universo no limitado. Con ánimo excedido, podría afirmarse que la historia de la pintura es casi función de este postulado; los pintores lo viven a cada paso: la realidad no se acaba.
En su trabajo, Octavio Moctezuma expresa lo indeterminado de maneras diversas. Por ejemplo, mediante la aplicación de capas sucesivas de materia pictórica que no saturan el cuadro, y que por el contrario dotan a la superficie de transparencias. No es un procedimiento novedoso, como en cambio sí lo es su interpretación: vemos en algunos de sus cuadros cómo un rayado negro es cubierto por una capta blanca sobre la que se añade otro rayado negro y otra capa blanca, y así sucesivamente, creando una superficie que podría continuar sobreponiéndose hasta el infinito, o lo indeterminado.
De otra manera, Moctezuma concibe cuadros semejantes a “notaciones” musicales que flotan cual planos sonoros sin tempo ni duración precisos. Se trata acaso de otro reflejo de la mirada dentro del cuadro —como hay tantos en el arte pictórico— pues el espectador, acostumbrado a elegir libremente el tiempo de contemplación, juega con las duraciones virtuales que cada cuadro le plantea, como el intérprete que sigue una partitura libre dotándola de duraciones a su arbitrio, misma que una vez interpretada y concluida vuelve a su condición de notación sin tiempo. Es verdad que en el corte transversal las artes comparten conceptos clave —como composición, ritmo, contrapunto… términos que fluyen sin problema en las artes visuales—, pero a veces los supuestos intercambios sinestésicos son extrapolaciones más bien metafóricas, por ejemplo cuando se dice que tal obra arquitectónica es un “poema”. Moctezuma se cuida muy bien de no hacer metáforas sino que resuelve variables compartidas entre música y pintura creando patrones visuales que se desarrollan en espacialidades.
No puramente espacios, sino espacialidades tendidas en función de su densidad pero también de su flotación y velocidad. Así, empleando un procedimiento gestáltico a partir del goteo intensivo sobre el lienzo, Moctezuma mueve al espectador a buscar el sentido más elemental de la representación: la aparición del sujeto (el otro) en el objeto, ya sea como rostro o como cuerpo. La indeterminación, ahí, se emplaza como una conciencia productiva, no limitada, que es al mismo tiempo imagen sideral de lo infinito.
Como sucede con todas las artes, la experiencia de la pintura nos hace estar en el mundo de otras maneras. Las indagaciones pictóricas de Octavio Moctezuma confrontan al espectador con un modelo de conocimiento sobre el que cada quién puede ir variando al adoptar visiones alternas que dan paso a esa forma de conocimiento que es, sí, incontestablemente propia del arte: el conocimiento de la obra en sí que tenemos a la vista, conocimiento en verdad ilimitado.
Octavio Moctezuma Vega (México, 1957)
- A los trece años tomó clases de pintura con Carlos Orozco Romero.
- Durante más de tres años fue asistente de Vlady en los murales de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada.
- Cuenta con la Maestría en Artes visuales con especialidad en pintura por parte de la UNAM.
- Ha realizado 35 exposiciones individuales entre las que destacan: El triunfo de la razón en el Museo del Chopo, La última parte de la noche y otros laberintos en Zona, Tetragramas en el Centro Cultural de Querétaro Gómez Morín, el Poder de la representación en el Salón dès Aztecas y En el eterno presente en La Quiñonera.
- Su obra se ha presentado en más de 80 bienales nacionales, internacionales y exposiciones colectivas tales como la Bienal de Artes Visuales Yucatán, Bienal Rufino Tamaño, Bienal Alfredo Zalce, Bienal Monterrey FEMSA, Trienal Internacional de Gráfica Kunstverein zu Frechen, etc.
- Como ilustrador ha publicado más de dos mil ilustraciones en el semanario Vértigo, dos libros de lenguas indígenas y dos infantiles.
- Desde hace ocho años es curador de artes visuales en el programa Encuentros de Ciencias, Artes y Humanidades que dependen de la Coordinación de la Investigación Científica de la UNAM, donde ha montado cerca de 100 exposiciones en diferentes recintos.