El Príncipe-Princesa (2/8)

Luis Ayhllón

8 Relatos Escénicos

Se presenta el segundo de ocho relatos escénicos elaborados por el autor. Como se comentó en la entrega anterior, evocan cuentos de hadas, no tanto por sus modelos estructurales, sino por el hecho de que las situaciones y los personajes se presentan sin alarde o previa explicación.

2. El Príncipe-princesa

Hace muchos años
vivió un príncipe que siempre quiso ser princesa.

Su nacimiento trajo felicidad a todos, pues aseguraba la prosperidad del reino.

Tras pocos años, siendo muy pequeño, se deleitaba jugando con las muñecas de sus hermanas.

Su padre, el rey, se las arrebató, lo llevó ante la chimenea y las arrojó al fuego.

Le dijo:

No puedes hacer eso.
¿Por qué?
Tú serás un guerrero y protegerás con tu vida este reino. Y los guerreros no juegan con muñecas.

El niño observaba las siluetas lamidas por el fuego
mientras el rey salió de la habitación.

Además, mandó quemar a todas las muñecas del castillo en una pira
y prohibió a los sastres que hicieran más.

A escondidas
el príncipe fabricó su propia muñeca
con ramitas de árbol y paños de cocina.
Aunque le quedó un poco deforme
la escondió en su ropero
y la nombró Nora.

Platicaba con ella:

¿Qué hiciste hoy, Nora?
Fui al bosque.
¿Qué hiciste en el bosque?
Cacé unos conejos.
Los despellejé y me los comí.
¿Te los comiste crudos?
No, ¿cómo crees? Pero me quedé con hambre.
¿Y?
Despanzurré unas ovejas
y también me las tragué.
¿Y de postre?
Todos los frutos de las bodegas reales.
Tenía mucha hambre.
¿Y sed?
¿Tú qué crees?
Me bebí el pozo
y todos los barriles de vino.
¿No dejaste ninguno?
No.
El rey te va a matar, Nora.
¿Por qué? ¿Por tragona?
No. Por borracha.

Su madre se percató.

¿Con quién hablas, príncipe?
Con nadie, madre.
No está bien que juegues con eso. Tu padre lo prohibió.
Me gusta jugar.
Juega con espadas, con caballos de madera, con la hija del panadero.
Me gusta jugar con…
Lo sé, pero está prohibido. Rómpela.
No.
Si no lo haces, te quemaré las manos.

Y el niño deshizo a Nora con lágrimas en los ojos.

Pasaron algunos meses y una mañana se puso el vestido de una de sus hermanas.

Un sirviente acusó el momento en el que el príncipe posaba ante el espejo como una princesa y se decía a sí mismo:

¿No te das cuenta lo hermosa soy?

El rey se enteró e increpó a su hijo.
Lo llevó a los calabozos y le mostró las torturas que procuraban a los sodomitas y travestis
uno de los cuales apenas respiraba con una lanza atravesada en el cuerpo.

El niño nunca lo olvidó.

Se hizo guerrero.

Defendió al reino contra nuevos enemigos
y consumió cualquier germen de rebelión.

En cierta batalla
así blandió su enorme espada y peleó con arrojo.

Hacia el final se ensañó con un enemigo.
Como despertando de un sueño
se dio cuenta que lo había mutilado en incontables ocasiones
dejando un despojo de carne y entrañas.

Ese día se soñó princesa.

Cuando el rey decidió hacer una alianza con un otrora rival
eligió para su hijo a una de las hijas del enemigo en cuestión.

El príncipe no pudo dormir la noche anterior a la boda
y a la ceremonia se presentó con un elegante vestido de mujer.

Este vestido.

Deshonró al reino
humilló a su padre
provocó la guerra.

El rey lo desterró.

El príncipe que siempre quiso ser princesa
logró serlo en los caminos aledaños al reino.

Cuentan que vestía con ropajes mugrosos
y que se ofrecía a los viajeros por unas monedas
y que se dejaba vejar por los guerreros que habían derrotado a su padre
y que una noche
mientras alguien lo tomaba al pie de un árbol
pensaba en el rey
en las guerras
y en la noche que se erguía sin luces en el cielo.

FIN

Ciudad de Ginebra, octubre 2017.