Cuevas y los escritores

Breviario de Voces

En 2000, Luis Eduardo Cabrera compiló 120 textos realizados por 96 escritores mexicanos y extranjeros acerca de  José Luis Cuevas. De ese amplio muestrario -incluido en 2 los volúmenes editados por  Conaculta, El Tucán de Virginia y ediciones La Giganta– una selección mínima sobre el artista que jugó con las letras y conjugó su obra plástica con la literatura.

Mientras que muchos pintores ignoran a la literatura y algunos hasta la rechazan y reniegan de cualquier parentesco con el arte que se hace con palabras, José Luis Cuevas la ama, la corteja, la ronda, la enamora y se deja enamorar por ella. Se identifica tanto con la literatura que insiste en expresarse, una y otra vez, a través de la palabra y a ratos se siente más deudor de escritores, que de pintores: las aventuras del artista como iluminador lo han avecindado con Quevedo y con Kafka, con René Char, con Pieyre de Mandiagues. (…) Un Cuevas que no desdeña la imagen de los poetas sabe que también él es poeta, como todos los que poseen esa extraña inteligencia sensible o sensibilidad inteligente que ilumina al mundo y se vuelve VIDENCIA en la dimensión de Rimbaud o de Blake. Ritter, el romántico, nos enseñó que todo lo imaginario es real. Esa luz de lo imaginario, que no es la luz del sol, alumbra tanto el universo de Kafka, como el de Cuevas.

Julieta Campos. El Mundo según Cuevas. 1987.

En el fondo, los dos enemigos mortales que más teme José Luis Cuevas están en él, y son la angustia y el hastío. Por eso una de las razones de que se busque en los otros, es por la batalla subterránea que sostiene contra ellos. El hubiera sido un amigo cercano –con sensibilidades afines- de Baudelaire y Verlaine.

José Luis Cuevas no es una persona que tenga gran fluidez de palabra. Necesita, para brillar, un público o un interlocutor apropiados. Entonces se vuelve un magnifico narrador de anécdotas o un asombroso creador de frases incisivas.

Marco Antonio Campos. José Luis Cuevas en un baile de máscaras. 1978.

En los primeros meses de 1967 propuse a Carlos Monsiváis que escribiera una  novela para la editorial Diógenes que acabábamos de fundar Rafael Giménez Siles y yo. A José Luis Cuevas le formulé la misma propuesta. Y les hice está invitación, sin que ninguno se dedicara a crear obras narrativas, por un solo motivo: porque los dos oralmente contaban historias con limpieza y efectividad.

Por esos años, Cuevas había descubierto su capacidad literaria, que resultaba evidente para los lectores del suplemento México en la cultura (…) llegó a la literatura por el periodismo. En esos primeros trabajos, polémicos por su postura ante la escuela Mexicana de Pintura, Cuevas dejaba atrás el periodismo y se metía a saco dentro de la prosa narrativa cuando contaba pedazos de su vida, más próxima a la vanidad que a la modestia tal como la conocen las personas apocadas. También le ayudaron a ser escritor las frecuentes entrevistas y conferencias que ha dado sobre si mismo.

Emmanuel Carballo. José Luis Cuevas novelista. 1997.

Si en el orden literario, los escritores reaccionaron contra el canon realista y naturalista, didáctico, de la novela de la Revolución y renunciaron a priori a la legitimación por la historia, en el ámbito de la plástica emprenden un proceso de búsqueda y experimentación formales que los llevará, por una vertiente, hacia la fabulación geométrica (Felguerez y Rojo) y, por la otra, a la reinvención de la figuración (Cuevas y Toledo). En cualquier caso, los escritores y pintores de esta familia artística que desde fechas muy tempranas tendría conciencia de su papel, originalidad y magnetismo participa de un insumiso y fértil espíritu de cuerpo que la lleva a tener ciertas simetrías grupusculares con los rizomas del surrealismo francés.

Adolfo Castañón. Memorias de un cazador inmóvil. 1997.

Aunque el protagonista único de sus dibujos sea nominalmente él mismo, Cuevas no hace otra cosa que dibujar a los mexicanos de su época, al prototipo de sus contemporáneos (…) Sus dibujos son la inmolación constante de sí mismo en el altar de su devoción: los seres de su tiempo.

Cuevas nos representa como no queremos ser representados, nos hace feos, sórdidos, agazapados, tristes, débiles, ateridos. No hace concesiones, por más que diga con sus palabras, lo que no dice con su obra gráfica: los extraviados ojos de sus dibujos, gelatinosos, dispersos, no saben nunca hacia dónde mirar; si acaso, ven al frente, en donde el pintor azorado, los crea sin darles respuesta, no hay ninguna esperanza. Cuevas no tiene esperanza en este modo de ser, no se ve ni ofrece ninguna salida: la escapatoria es la belleza, pero estamos tan lejos, tan lejos…

Alejandro Aura. Prólogo a Cuevas. 1991.

De hecho la carrera de este pintor está marcada por su relación estrecha con el trabajo de muchos escritores de todas las épocas y latitudes: Quevedo, Sade, Dostoievski, Kafka y él mismo ha declarado en varias ocasiones que su obra gráfica o pictórica es como la prolongación, en el mundo de las formas, de esta inquietud, de este interés, de esas relaciones cuyo origen y cuya vigencia habrá de encontrar en el contexto de la literatura.

Salvador Elizondo. Cuevas, Escritura e Imagen, 1972.

Quien lo lee, con ese chorro de cosas que nadie pudiera imaginar escritas, se pregunta si todo lo que escribe José Luis Cuevas será cierto. Eso es lo de menos, por Dios. Es cierto porque José Luis lo crea, sin que importe si lo creado viene de la realidad o de la imaginación. Después de todo, cualquier obra de arte verdadera es mezcla de estos dos ingredientes. En arte, lo que cuenta son los resultados.

Margarita Michelena. Cuevas por Cuevas, 1990.

Y finalmente te conocí en persona, más allá de las imágenes públicas y de las imágenes que te habían inventado: mi sorpresa fue mayúscula, pues solo por no rendirme, por darme un nuevo plazo de esperanza te fui a buscar con mis cuentos Las vocales malditas, estaba deprimida por no hallarles editor; iba con la certeza de que era un despropósito, un gesto de desmesurada soberanía pedir a quien había ilustrado a Kafka, al gran pintor José Luis Cuevas, algunos dibujos para mis vocales, pero contra mis verdaderas expectativas, hijas de la reiterada experiencia de sólo recibir portazos, me recibiste en tu casa, en tu amistad y en tu pintura y, entonces sí, me pareciste más que nunca un ente de ficción o, mejor dicho, una persona de a de veras. Te agradezco esa generosidad por la que mis cuentos marchan hoy por el mundo dialogando con tus dibujos, esa generosidad que dotó a México de una colección soberbia de pintura contemporánea y esa obra rebelde, iconoclasta que jamás ha convencido a mi padre.

Oscar de la Borbolla. Metamorfosis de José Luis Cuevas. 1994.

Siempre me ha atraído el ámbito literario de Cuevas, su aproximación a espíritus afines suyos en la literatura con los que gusta asociarse de acuerdo con analogías anímicas y expresivas. Así, cuando se entra al mundo de José Luis Cuevas, es grato encontrarse allí con la presencia de Dostoievski, Swift, Kafka, Cervantes, Shakespeare, Quevedo. Cuevas se rodea de esas grandezas como un gran artista, con la veneración y al mismo tiempo  con complicidad maliciosa de quien se sabe encaminado al mismo fin, doloroso y tal vez inútil: la búsqueda del sentido de la vida.

Augusto Monterroso. José Luis Cuevas y los Escritores, 1997.

Alguna vez le pregunté por qué hablaba tanto si podía pintar y me contestó enfático: “México es el país de los pincha-callandito; todos son unos amordazados; todo se silencia y todo se destruye; yo impongo mi palabra, impongo mi pintura, me impongo y seguiré diciendo mis verdades a grito pelado moleste a quien moleste”.

Elena Poniatowska. José Luis Cuevas, 1978.

Cuevas extiende una evocación interesantísima, a largos momentos la restitución de su propia vida, y en otros la transmutación de algunos de sus singulares o insólitos incidentes y experiencias, en cuentos redondos y sorpresivos, que implican la presencia de un escritor bien dotado.

Edmundo Valadés, José Luis Cuevas, el fabulador. 1991.

El estilo literario de José Luis Cuevas es correcto, su expresión es viva, su lenguaje preciso y directo. Cualidades más que se agregan a su sensibilidad pictórica.

Angelina Muñiz-Huberman. Cuevas por Cuevas, 1965

Cazador solitario, sus hábitos son nocturnos su retina es extra sensitiva por la presencia de una crecida dosis de imaginación que la hace brillar en la oscuridad como si fuese un faro. Su olfato está desarrolladísimo. Sus hábitos sexuales, muy conocidos, confirman la ley fourierista de la “atracción apasionada” o universal gravitación sexual de los cuerpos. El pensamiento de este artista está regido por los principios del magnetismo y la electricidad.

Octavio Paz. Descripción de José Luis Cuevas, 1978.