Eulalio Téllez Vargas
La permanente cercanía que tenemos a Villoro como narrador y cronista, da oportunidad de adentrarse en su faceta de dramaturgo y encontrar puntos de conexión en su amplia veta creativa.
Narrador, cronista, guionista de radio, necaxista, escritor infantil, analista político, profesor y comentarista de rock y futbol, son algunas denominaciones a partir de las que podría girar cualquier análisis acerca de la vida o la obra de Juan Villoro (1956), intelectual de referencia obligada para entender a México en su vida contemporánea.
A diferencia de otros escritores, cuya madurez se refleja con exploraciones profundas en vetas creativas específicas, Villoro se ha aventurado por una amplia variedad de géneros, logrando obras sin parangón, lo mismo que medianías, por fortuna las menos. En esta camaleónica trayectoria, que le ha valido ser considerado como un creador ornitorrinco por sus amigos y críticos, él ha explorado el teatro con tres obras: Muerte parcial (2008); El filósofo declara (2010) y Conferencia sobre la lluvia (2013). Aunque cada una presenta temática y ritmo singulares, lo cierto es que, de forma soterrada, en todas hay un lenguaje poético que exhibe otra faceta creativa del escritor que se encuentra en un momento prodigioso de su trayectoria profesional.
En Muerte parcial, un agente de bienes raíces, una alpinista, un vendedor de mascotas, un cronista deportivo y un político -variopinto conjunto de personajes donde se proyectan esbozos de la personalidad del autor- pactan la simulación de su muerte a fin de iniciar otra existencia, otra identidad, otros sueños, otras ilusiones.
En su debut como dramaturgo Villoro recurre a situaciones reales para exhibir el absurdo del comportamiento humano en ciertos momentos. Su indiscutible manejo del lenguaje fluye a través de los diálogos y declaraciones de sus personajes, sobresaliendo Bruno Cardeli, el cronista deportivo, quien de forma caustica evidencia la postura de sus congéneres respecto a las mujeres o a sus semejantes en situaciones específicas. Como contrapeso, en la obra destaca también la participación de Sandra, la alpinista, quien exhibe temperamento y seguridad en las acciones y posturas que asume.
Fiel a su postura crítica y de respaldo a causas sociales que acusan o denuncian algún yerro en el actuar del Estado, Villoro utiliza a Ernesto Velarde para plantear su particular visión sobre el abuso del poder, la corrupción y la manipulación social, los grandes males que aquejan a nuestro país desde hace varios años.
Más allá de las voces que transitan en Muerte parcial, el ritmo de la obra lo brinda la progresión de escenas marcadas por el conflicto, lo absurdo y lo cómico, conjunción que mantiene al espectador atento. No obstante, el resultado final de esta obra -presentada de enero a marzo de 2008 en el Teatro Orientación- resulta insulso. Se observan cabos sueltos en la trama, el ritmo argumentativo no se sostiene al final y el éxtasis, que podría emerger con la postura de los personajes respecto al sentido de renacer, no es visible. Lo más valioso al final es identificar a un dramaturgo con elementos de composición sólidos y con una visión singular respecto a su historia y sus ejecutantes.
La segunda obra teatral de Villoro, El filósofo declara, fue dirigida por Javier Daulte y se estrenó en 2010 Buenos Aires. Al respecto, en los prolegómenos de la inauguración, Villoro comentó al diario La Nación: “de la dramaturgia me gusta que el diálogo es una forma de la acción. En la novela, en general, se conversa para completar la trama; en el teatro para cambiar el destino”. Al mismo tiempo que definió su obra como “una exploración de la neurosis y de las zonas donde la inteligencia se convierte en disparate”.
Lo cierto es que esta creación teatral describe el último encuentro que tuvieron dos filósofos, el profesor -pulpo raquídeo, molusco de las profundidades neutrales- y el Pato Bermúdez -presidente de la Academia de Filosofía, alias el parámetro, alias el gargajo oncológico- quienes han sido lo mismo amigos, que enemigos. De hecho Villoro describe una arena de enemistad en la que uno de ellos se propone cometer un asesinato moral, es decir infringir una derrota a su rival a través de la argumentación:
ESPOSA: “El filósofo murió de muerte literal”. ¿Cuál es la muerte más digna para un filósofo? Si un cardiólogo debe morir de infarto, ¿de qué debe morir un filósofo?
PROFESOR: De un argumento.
ESPOSA: ¿Qué argumento?
PROFESOR: Un argumento adverso.
En la obra aparecen también dos mujeres: Clara esposa del profesor, quien también tuvo un affaire con el otro personaje, determinando de algún modo el destino de ambos, y Pilar -sobrina del profesor, hija de un viejo amor del Pato Bermúdez, quien recientemente regresó de la India. Con su esposa, el personaje principal intercambia ácidos diálogos de humor que dan movimiento y sentido a la obra, constatando una de las máximas del profesor: “los afectos escasos valen más”. En la visión del autor esta dupla es pathos de la obra teatral y de la creación filosófica en la que está cimentado el éxito del profesor.
ESPOSA: ¿Sigue trabajando en la división mente-cuerpo?
PROFESOR: La he trabajado con usted.
ESPOSA: ¿Me ha estudiado?
PROFESOR: A fondo.
ESPOSA: ¿Qué tanto?
PROFESOR: Lo necesario: tiene una ontología resistente. Más allá de las grasas animales hay una terra incógnita. Hubo momentos de intensa sodomía en que creí conocerla. Pero el camino del deseo se eclipsa con la saciedad.
Otros aspectos notables de El Filósofo declara son la inmanente presencia de Alemania en algunos de los personajes -Ethos de Villoro quien fue agregado cultural de México en la extinta República Democrática de Alemania y traductor del teatro alemán en su conjunto- quienes refieren a Berlín como eje alrededor del cual giran autores, viajes, congresos. Tal tendencia es reiterada con el personaje, principal, teórico y académico especializado en Hegel, alrededor del cual diserta y cuestiona algunos de sus postulados.
Del entramado estilístico al que recurre Villoro, destaca ese lenguaje privado al que los personajes recurren en ciertas partes. Son evidentes las herramientas características que el autor emplea en su narrativa: cada partida ocurre en una habitación distinta; el cambio de cancha y las partidas simultáneas, emergen de pronto. Esta amalgama o fusión de estilos es palpable también en ciertas posiciones asumidas por los personajes respecto a la cotidianidad político-social de nuestro país. Al respecto, encontramos joyas como esta:
PROFESOR: Eso es distinto. Vivimos en un país experimental. Los mandatarios abren un libro y sienten vértigo. Padecen laberintitis ideológica. Les preguntan cuáles son sus convicciones, que ideas defienden, qué marco teórico los respalda y sienten que la tierra se abre. Aquel presidente no soportó el vértigo, la incertidumbre de no poder definirse. Este es un país de lemas. Piense usted en las parejas de palabras que la historia nos ha dejado, como novios que se besan en un parque. Parejitas húmedas. Piense usted en esas palabras trenzadas, que no se sueltan: “Orden y progreso”, un lema de reclusorio; “Tierra y libertad”, una ilusión agrícola; “Arriba y adelante”, una abstracción aeronáutica. Aquél presidente tenía que definirse. En este país las declaraciones definen la realidad. Si el presidente dice: “soy oligofrénico liberal”, esa es su ideología. Si dice: “soy de izquierda impedida”, eso parece plausible. Al día siguiente contrata a un politólogo argentino para que invente su teoría de gobernar.
Conferencia sobre la lluvia, concluyó en marzo de 2017 su temporada en la Sala Xavier Villaurrutia. Originalmente, la obra se estrenó en 2013 con la actuación de Diego Jáuregui, quien asumió la profesión de bibliotecario a fin de entender e interpretar a su personaje. En la temporada recién concluida la dirección estuvo a cargo de Sandra Félix y se presentó con la actuación de Arturo Beristaín, quien desde el inicio consideró a Villoro el personaje de la obra, es decir como alguien que compartía con la audiencia su relación con sus semejantes, con los libros y con el amor.
Esta ocasión, el sentido de las conferencias y de quienes la imparten, así como la lluvia son los elementos recurrentes, los ingredientes narrativos, las dínamos de lo lírico. En el primer caso, el conferencista es contundente:
“Las mejores conferencias son improvisadas. Para leer podemos traer un notario. (…) La lectura no exige tener ideas propias, pero sí seguir el ritmo de las frases, algo más difícil de lo que parece” (…)
¿Pero que es una conferencia sino una divagación organizada?
O cuando devela la naturaleza del hablante:
“No doy conferencias para lucirme; no promuevo mi visión del mundo, y acaso no la tenga. He leído a otros y me interesa congregarlos. Se trata, seguramente, de una manía de solitario, y también de un aprendizaje; hay ideas que sólo surgen cuando ejercitas tu cerebro ante los otros” (…)
La conferencia es eso: un vínculo entre el que sabe y el que puedo hacerlo, una trasfusión cerebral…. La conferencia es eso: una transmisión, un contagio. …Se parece al préstamo de un libro; quien habla es un intermediario.
Respecto a la lluvia, sus matices en el desarrollo de la obra (“Todos nos reservamos algo para una tarde de lluvia…” “A una mujer la lluvia le otorga algo…” “… el agua cayó sobre mí, como un llanto ajeno por mi cara”), se desvanecen en un fragmento contundente:
Incluso en los peores momentos y en las más duras mazmorras, un impulso nos permite escapar mentalmente, ascender, subir más allá de las rocas y los muros que nos encierran y llegar al cielo para extraer algo. ¿Qué obtenemos gracias a la alta fantasía? ¡Lluvia! El ser modifica el cielo. Extasiado, el que imagina se eleva. En consecuencia, según Dante, “llueve en la fantasía”, la zona donde el poeta cambia el clima.
Con Conferencia sobre la lluvia, Villoro recurre a un elemento presente desde su debut como dramaturgo: la posibilidad de transitar por nuestras vidas a modo de testigos, confrontando los pasos andados y la ruta a seguir; siempre reflexionando tanto sobre lo acontecido como lo que acontecerá en el tiempo venidero. En este caso vincular la lluvia con la existencia de los libros y las emociones que estos despiertan al leerlos se vuelve en el leitmotiv de un monologo donde la improvisación es el elemento fundamental, dando pauta a la iluminación y a otros elementos técnicos.
Al querer obtener un resultado de las tres obras teatrales escritas por Juan Villoro lo primero que surge como respuesta es que se trata de momentos donde lo mismo un grupo, dos amigos o un individuo nos comparten temores, repudios, nostalgias y sospechas personales, todo lo cual es interpretado a partir de la experiencia de los espectadores. Aunque cada una con su propio ritmo y desenlace, lo que estas obras teatrales exhiben es a un dramaturgo que se consolida con la marcha del tiempo, confirmando que su imaginación es tan prolífica como la lluvia que nos comparte. Ö