Felipe Sánchez Reyes
En la geografía literaria mexicana hay autores que, no obstante su prolífica producción, han recibido poca atención de críticos y periodistas en general. Por ello es de celebrar que sus cofrades o seguidores de narrativas forjadas en ambientes agrestes analicen creaciones como la de Eduardo Villlegas.
Eros, dime ¿en qué noche de la desnudez anda el duende Eddy Tenis Boy? ¿con su Lupita en un rincón/ o con La Güera en su vivienda, con doña Lucha/ en el hotel o las tres Mugres/ masturbatorias?
Porque tú, Eduardo, “eres un duende de la noche –pero no el duende dócil y amoroso de la canción de los Dandys, sino rebelde y libertario-. Naciste de un chispazo, cuando dos de tus lágrimas chocaron. Cuando el viento adopta tu imagen, tu tristeza se diluye (Villegas, 1999, p. 28)”, porque “contemplas el pubis de la niña y la hermosura de su cuerpo que le falta un crespón a su sexo. Su aroma embriagador dota a los hombres de frenesí y a las mujeres de locura que se sienten más bellas y seductoras, pues la mezcla de embriaguez y sexo te inunda todas las noches (Villegas, 1996, p. 81-82)”. De ellas has aprendido que “hay miradas encadenadas eternamente a la carne que nos mantiene en el mundo (Villegas, 1996, p. 60)”.
Aquella noche que acudimos a la presentación de la novela de un escritor en la colonia Roma, Vicente Francisco Torres y yo salimos por un lado y tú por el otro, tomamos caminos distintos, para luego, como un duende, encontrarnos en la calle que nos presentó contigo. La segunda vez que charlamos, fue hace seis años cuando tú presentaste tu libro, El regreso de Eddy Tenis Boy y tu nueva colección Letras del Estado de México, en el Palacio de Minería. La tercera fue en el cumpleaños de nuestro querido amigo, Gonzalo Martré, con tus amigos de la Cofradía de Coyotes que resultaron unas hienas cleptómanas.
Naciste en 1962 en Palmillas, Tamaulipas, allá están tus raíces y, aunque tus padres te registraron en Chimalhuacán o Chimalville, como le llamas en tu libro, siempre regresas al origen de tu semilla. Confiesas en 1992 al reportero Leonel Robles (Villegas, 2013, p. 34), “yo vengo de provincia, no dejo de ser un extraño. Vengo de un ambiente donde la visión del mundo es diferente a la de un chavo de Neza. Yo siempre me he sentido tamaulipeco, tomando en cuenta mi provincianismo y los veinte años que viví en Neza”.
Viviste tu adolescencia en Neza-York, en la colonia Vicente Villada, junto a las avenidas Texcoco, Carmelo Pérez y la Arena de luchas Neza, pero como creaste la editorial, Cofradía de Coyotes, te consideras ante tus amigos el Coyote Mayor. Tú formaste parte de los migrantes que fundaron ciudad Neza, allí te criaste y viviste tu juventud, por eso aseveras al reportero Luis Ramírez (Villegas, 2013, p. 37): “yo anduve en los aguaceros, en los lodazales, en los tianguis, en las broncas, en los cines de Neza. Vi cómo creció Ciudad Nezahualcóyotl, desde los llanos hasta ahora que está tremendamente poblada. Puedo decirte que asistí a su conformación”.
El origen de tu escritura y reflexión, sarcasmos y tu detective Eddy Tenis Boy se remonta a tus vivencias allí. Confiesas al reportero Javier Aranda Luna en 1988 (Villegas, 2013, p. 35): “ver la colonia tan jodida, saber que al día siguiente no tenía ni para el camión para ir a la escuela, me fue produciendo mucha tristeza, una especie de llanto interno muy fuerte que me orilló a escribir en mis cuadernos. Con el tiempo me di cuenta que escribir era una especie de terapia, de catarsis, pues echar en el papel el mundo interno que tenía y el externo que me parecía insoportable me hacía sentir menos mal. […] Hago reflexionar al lector sobre las cosas que vivimos día a día. No me quedo en la mera denuncia, desarrollo un trabajo literario”.
Al hacer un recorrido por parte de tu obra nos detenemos primero en tus relatos de La noche de la desnudez (1996). Aquí integras cuentos medievales, bien logrados, en los que mezclas el misterio y el tema romántico, como “El llanto de las paredes”, “Despertad a la sonriente”, “Los cuervos de la abadía”.
Este libro cautiva por sus descripciones y metáforas poéticas, como éstas: “lloré porque las caricias se me pudrían en las yemas de los dedos sin dárselas a mi compañera, puesto que la había perdido. Cuántos besos se me suicidaron en los labios. Viví situaciones que apenas ahora voy abandonando, como costras secas cayendo de una vieja herida (Villegas, 1996, p. 21)”.
Además, por tus frases filosóficas, como éstas: “intuí que la realidad también tiene espejos y que nuestros ojos son torpes para mirar lo falso de nuestras visiones (Villegas, 1996, p. 9)”. “Cuando uno carece de palabras para decir las cosas que ha vivido, es mejor quedarse callado. Así el silencio puede recrear aquellos mundos que no dejan de estar en éste (Villegas, 1996, p. 13)”, “¿Acaso se puede aceptar que el amor se dé una sola vez en la vida? No, me resulta imposible aceptarlo (Villegas, 1996, p. 19)”.
Los relatos de este libro, por tus comparaciones y metáforas, ya anuncian al poeta que guardas en tu interior y que mostrarás en tu obra poética del 2007 al 2013. Si en esta obra te centras en fantasmas y misterios medievales: el oficinista paranoico y la mujer loba asesina, el enano ambicioso y el párroco incestuoso, en el siguiente libro, El anhelo del duende (1999), desbordas tu fantasía poética, cuidas, como buen dramaturgo, el suspenso y ocultas pistas. Abordas el maltrato y la tortura de los judiciales a un joven preso, humilde. Él es usado por el administrador y su amigo como chivo expiatorio, pues lo acusan de algo que él jamás cometió: robar y matar.
Aquí denuncias, uno, la crueldad y tortura de la policía contra los jóvenes desvalidos: “Te preguntan el nombre y quisieras declarar me llamo sed y me apellido peste (Villegas, 1999, p. 34)”. Dos, empleas nuevamente tus frases poéticas: “las palabras luego se hicieron nada y continuaron caminando en silencio (Villegas, 1999, p. 41)”; “La esperanza es como un cuello de jirafa, nos brinda hojas verdes y nos acerca al cielo, pero el agua que calma la sed está en el suelo (Villegas, 1999, p. 59)”; “Los anhelos deben ser como las huellas del caracol, brillante para que otros las sigan (Villegas, 1999, p. 60)”.
Y tres, recurres a la ficción del duende o tu otro yo que se aparece al preso e intenta liberarlo de su prisión y obtener, al menos, su libertad mental. Tu duende, como el Quijote, lucha sin armas contra la injusticia de su raza. Simboliza tu defensa, tu verdad, que nace ante momentos de dolor, y nos traslada a mundos mágicos, maravillosos, donde no existe la injusticia: “Todos los duendes anhelan derrumbar mesas servidas en cuanto cae la noche. Yo no, mi anhelo se reduce a tumbar tu tristeza (Villegas, 1999, p. 56)”.
Años más tarde, confiado en tu preparación poética con Alejandro Aura y otros poetas, das rienda suelta a tu poesía amorosa en tu libro, Gatatumba, Ínsula de soledad (2013). Allí demuestras que la amistad y el amor, la vida y el recuerdo nos duelen. En él, cual viejo decrépito, rememoras la belleza pérdida de la amada joven: sus caricias, placeres y recuerdos que guardas en la memoria de tu piel: “llueve sobre mi corazón que te espera. Estás lejos de mí, / y tu carne herida está en mis manos. Siempre serás joven y bella, tibia y fresca/ mientras yo envejeceré ante tu risa tierna”. / “Admiro tu olvidadizo cuerpo/ que ya no sabe que me tuviste (Villegas, 2013, pp. 18, 29 y 32)”.
Luego abordas la soledad, “Estoy usando mis lágrimas/ como legítima defensa ante el dolor […]. A nadie le gusta lucir su llanto/ pero no tengo otro remedio/para las heridas de tu ausencia”, también los rescoldos de la tempestad amorosa: “Vibré con el áspero vello de su pubis/ y me injerté en su cadera inquieta (Villegas, 2013, pp. 73 y 97)”. Como puedes percatarte, Eduardo, estos tres libros reseñados son diferentes temática y lexicalmente a tus novelas policiacas, posteriores. Veámoslo.
Tu primera novela, que inaugura la zaga policiaca de tus relatos, es El misterio del tanque (1988). Allí aparece por primera vez tu personaje, Eddy Tenis Boy, un detective joven de veinticuatro años, sumido en la pobreza de Neza, que disfruta la amistad y el baile, las novias y las peripecias del erotismo, el habla del barrio y los albures con sus amigos. Resulta un relato ameno, divertido, lleno de erotismo juvenil, porque afirma Vicente Francisco Torres (Torres, 1982, p. 6) en su libro, “La literatura policiaca tiene como propósito fundamental divertir, entretener […], va dirigido a un público que busca la sencillez, no la complejidad formal ni de pensamiento de las grandes obras literarias”.
Por eso abordas la corrupción de los cuerpos policiales o judiciales, con escenas eróticas y el humorismo. Pues el carácter popular es uno de los rasgos fundamentales de la literatura policiaca mexicana, donde triunfa el bien sobre el mal. Tu ambiente y lenguaje juvenil, desenfadado, de la década de los 80 en la zona conurbada de la ciudad, se parece a la de autores que encarnan el barrio, como la de nuestros amigos, Armando Ramírez de Tepito o Emiliano Pérez Cruz de Neza.
Tu Eddy Tenis Boy guarda parentesco con los detectives privados, literarios, mexicanos, que le anteceden: el Peter Pérez de la década de los cuarenta de Pepe Martínez de la Vega: “detective particular que se ha dado cuenta que un detective sin pipa es como una mujer sin lápiz de labios: no gana una batalla (Villegas, 2006, p. 13); el Pedro Infante de Gonzalo Martré, en los noventa, manifiesta: “un detective sin gabardina es como un médico sin bata (Villegas, 2006, p. 13); y tu Eddy Tenis Boy, en los ochenta, manifiesta: “mis tarjetas de presentación son necesarias para apantallar a los clientes (Villegas, 2006, p. 20)”.
Los tres detectives son honestos, encarnan las aspiraciones del orden y la justicia, son más inteligentes y sagaces que la policía o judicial corrupta, en la que no confían y a la que ridiculizan. Viven solitarios, desempleados, en la pobreza y, como don Quijote, “(Villegas, 2006, p. 106) parecen detectives de la triste figura”. Uno habita en la accesoria de Peralvillo; el otro, en la de Revillagigedo y Ayuntamiento; y el otro en el cuarto de azotea de La Transa No. 69 –sus fantasías eróticas coinciden con el número de su casa-, colonia: Glorioso Lodazal, condado de Neza-York.
Los tres hacen ejercicio diario para estar en forma: uno, gimnasia calisténica; otro, se ejercita en un gimnasio y corre en los Viveros de Coyoacán; y el tuyo, realiza sentadillas y lagartijas. Los tres portan armas: un par de esposas, pistola o chacos; Los dos últimos detectives privados se graduaron, de forma chusca, por correspondencia en seis meses: el Pedro Infante de Gonzalo Martré, como criminólogo en el Instituto Houdini de Catemaco, Veracruz; y el tuyo en la Academia Latinoamericana de Profesiones Remunerativas.
En tus historias policiacas te rebelas contra los buenos modales y lo solemne literario, por eso tu protagonista es malhablado y usa el albur. Eddy Tennis Boy busca descifrar el misterio y salir victorioso, como confiesa en tu primera novela policiaca, El misterio del tanque: “Podría ser un detective algo tarugo y rayando en lo pendejo o, por el contrario, podría ser un chingonazo de la deducción. No existían otras posibilidades. Nada más esas dos (Villegas, 2006, p. 88)”.
Por medio de él, reconstruyes el ambiente y habla popular de los jóvenes de tu generación en Neza, le agregas humor e ironía, sarcasmo y el albur, como Chava Flores, el compositor de canciones: “¿Qué pedo/ te saco con el dedo/ por el agujero/ que te hace pum (Villegas, 2006, p. 55)?”
En este primer relato empleas un lenguaje coloquial y alburero, nos sitúas en los ochenta en ciudad Nezahualcóyotl con sus provincianos, sonideros y tianguistas, el judicial cornudo y la Güera nalgona. Él resuelve el Misterio del tanque de gas que la Changa le robó a su vecino el Oaxaco. Este robo no sólo resulta ridículo para un detective clásico, sino también la solución, pues para aclararlo recurre a su mamá para que le eche las cartas y al apoyo de su amigo el Lagarto. De tu obra afirma el crítico Vicente Francisco Torres (2003, p. 91): “es una obra burlesca que encaja en la vena popular y cachazuda de Pepe Martínez de la Vega, Rafael Bernal y Antonio Helú. […] Para llegar a la solución del enigma, el detective nos cuenta sus andanzas con un lenguaje sabroso, coloquial y alburero y nos lleva en un rápido recorrido por Nezahualpolvo”.
En tu otro relato, El cachondo caso del Siete Mugres (2013), dominas el suspenso, la narración ágil y fluida, a través del erotismo pícaro, juguetón e irrisorio de tu detective. En los encabezados de capítulos empleas, de manera intencional como buen poeta, rimas simples y comunes. Te enuncio dos de los primeros capítulos: “Eddy Tenis Boy inicia la mañana con un champurrado/ y de paso se ejecuta un tamal dorado”; “Donde vemos que Eddy inspecciona un enloquecido corazón y, / aunque su morrita anda lejos, se la jalonea con emoción”; más unas frases de tu texto: “ya no encontré a la tamalera con la sonrisa a flor de labios, ahora andaba apurada y mirando para todos lados. Me sirvió el champurrado/ y cosa nunca vista, / me entregó el vaso/ todo chorreado (Villegas, 2013, p. 63)”.
Este relato también lo ambientas en Ciudad Neza y tu detective, que defiende a los pobres y les cobra lo justo por su servicio, nos lleva por sus colonias: Loma Bonita, Vicente Villada, La Perla, Las Águilas, Santa Elena y Chimalhuacán; por calzadas y avenidas con sus chimecos, el Cine Lago y Hotel Lago; por sus tamales y taquerías de la esquina; y visita las zonas proletarias de Iztapalapa y Taxqueña.
Tus personajes, como en la vida real de esas zonas, poseen apodos: el Lagarto, el Pato, el Siete Mugres, el Borracho, el Animal, el Gordo. Entre ellos, aparecen el militar y el dueño de la casa de materiales, el jefe golpeador y borrachín, los secuestradores y el hijo desmadroso, la estudiante del Bachilleres y de Economía, la jefa y la noviecita santa, las mujeres solas y ansiosas sexuales.
A través de ellos, uno, denuncias los secuestros y violencia en el país de esa época: “En el país […] veía tanta pobreza que de un momento a otro podía brincar la liebre de los cocolazos. Se están poniendo de moda los secuestros y desapariciones (Villegas, 2013, pp. 67 y 98)”. Dos, los deseos sexuales de las señoras: “la señora Pancha y las otras mujeres, les brindaban apoyo a sus maridos borrachos a cambio de prolongadas e intensas sesiones de amor (2013, p. 70)”.
Y tres, la visión machista de los hombres, como Nicanor el Siete Mugres “se le conocían dos o tres mujeres que empapaban las pantaletas, gracias a sus habilidades amatorias. Ninguna de ellas ocupaba un lugar privilegiado en su vida. Estas hembras eran como pañuelos desechables para Nicanor. Nada de amor sólo pasión […], las mujeres sólo sirven para sonarse la nariz ombliguera. […] Lo malo era que toda su prole eran puras hembras y él las veía sólo como estuches para caballeros (Villegas, 2013, p. 76). […] Si les echas un verbo chido a las chavas de la colonia, te ponen las nalgas; pero si les ofreces matrimonio, me cai que te prestan la matriz para atraparte de por vida (Villegas, 2013, p. 90)”.
Para resolver los tres casos y dar agilidad al relato, él entrevista a Las Mugres, se regodea en el erotismo de ellas y resuelve el rapto de don Pepe Camacho. Allí empleas escenas chuscas e irrisorias, como ésta: “Cuando llegué a la casa, comenzó la picazón. Al principio pensé que todo se debía a la presión, al maltrato y a los vaivenes recibidos al atardecer, pero más tarde la picazón se convirtió en ardor. Mientras estaba en el baño echándome agua fría para aminorar el suplicio, comprendí todo: María Elena me la había chaqueteado con las manos llenas de picante. Se me pasó por alto que le ayudaba a su mamá a desvenar los chiles que la gente compraba para sus moles o para sus salsas. ¡Qué chinga me paró María Elena esa tarde! (Villegas, 2013, p. 85)”.
Después cuando él la reencuentra, le pregunta por el paradero del padre de ella, ella le contesta que no lo ha visto y le insiste: “¿Puedo ayudarte en otra cosa?, sus palabras venían llenas de picardía. Ahora sí tengo las manos limpias; acabo de bañar al bebé. –Tengo que localizar a tu padre. –¿No tienes tiempo o temes que te maltrate el pajarito? (Villegas, 2013, p. 85)”.
En resumen, Eddy vive en un mundo de pobreza y malestar económico, de injusticia social y judicial, resuelve los problemas e injusticias, porque nadie cree en la policía ni el gobierno. Eddy Tenis Boy, como en la tragedia griega, como los súper héroes cinematográficos gringos de Marvel o el luchador mexicano, el Santo Justiciero, representa el bien contra el mal de su población y siempre sale victorioso. Él, con su observación e inteligencia, resuelve los problemas de sus vecinos y lo remuneran, se siente útil para sí, para su familia y su barrio. Proporciona tranquilidad y alegría a los desheredados, como él.
Para terminar, Eduardo, si aquella ocasión tú y yo nos conocimos, ahora compartimos en la misma mesa la sal y el alimento, el vino y el café fraternalmente con nuestros queridos amigos en Chapingo o en las calles de Regina. Gracias, querido Eduardo, por tu enorme interés y por fomentar con tus obras la lectura entre los adolescentes ceceacheros, lo mismo que antes hicieron con nosotros con afecto nuestros queridos maestros. ⌈⊂⌋
Referencias-.
– Branagh, Kenneth (2018). All is true o El último acto. Reino Unido.
– Martínez de la Vega, Pepe (1987). Aventuras del detective Peter Pérez (Prólogo de Vicente Francisco Torres). México: Plaza y Valdés.
– Martré, Gonzalo (1993). El cadáver errante. México: Posada.
– Torres Medina, Vicente (1982). El cuento policial mexicano: México: Diógenes.
– Torres Medina, Vicente (2003). Muertos de papel: México: Conaculta.
– Villegas Guevara, Eduardo (1996). La noche de la desnudez. México: CNCA.
– Villegas Guevara, Eduardo (1999). El anhelo del duende. México: Instituto Mexiquense de Cultura.
– Villegas Guevara, Eduardo (2006). Las aventuras de Eddy Tenis Boy. (Semblanza del autor de Rigoberto Hernández). México: Nueva Imagen.
– Villegas Guevara, Eduardo (2007). Cuentos. México: Cofradía de Coyotes.
– Villegas Guevara, Eduardo (2008). Los senderos Laterales. México: Cofradía de Coyotes.
– Villegas Guevara, Eduardo (2013). El regreso de Eddy Tenis Boy (Prólogo de José Luis Herrera Arciniega). México: FOEM.
– Villegas Guevara, Eduardo (2013). Gatatumba. México: Sediento Ediciones.
Puebla, 1956. Ensayista, narrador y traductor. Licenciado en Letras Clásicas y Maestro en Literatura Iberoamericana (UNAM). Es coordinador de la Colección Bilingüe de Autores Grecolatinos, dirigida al Bachillerato de la UNAM y es profesor-investigador de la UNAM (CCH Azcapotzalco), donde imparte las materias de Griego y Taller de Lectura y Redacción. Su obra incluye: Poesía erótica: Safo, Teócrito y Catulo (UNAM-CCH, 2020), Teócrito: poemas de amor, desamor y otros mitos (UAM-A, 2019), Pétalos en el aula. La docencia, lecto-escritura y argumentación (UNAM-CCH, 2018), Totalmente desnuda. Vida de Nahui Olin (Conaculta-IVEC, 2013). Ha colaborado en las revistas, Tema y Variaciones de Literatura, Texto Crítico, Liminar, La digna Metáfora, CambiaVías, Eutopía y Poiética.