Fuego Graneado (VI)

Luis Ayhllón

II

Moisés y Gema

  • Muchas gracias por estar aquí, Gema.
  • N’ombre. Para nada.
  • De verdad, gracias.
  • Es un placer. ¿De qué quieres hablar?
  • De lo que tú quieras.
  • No, no lo creo.
  • Sí, por favor.
  • No, así no va a funcionar.
  • ¿Por?
  • Tú me pagas por estar aquí. Yo con gusto te escucho.
  • Bueno, pero puedes hablar de cosas.
  • No, gracias. Yo te escucho, en eso quedamos.
  • ¿No quieres realmente estar aquí?
  • No, sí. Sí quiero. No te confundas.
  • Pero lo haces por dinero.
  • Pues sí, Moisés.
  • Si no te pagara, no estarías aquí.
  • Pues no, Moisés.
  • ¿Dónde estarías?
  • Viendo Netflix. No sé.
  • Bueno, eres honesta.
  • Por lo menos no me mientes.
  • No.
  • Está bueno. Quiero hablar de Lucas.
  • De lo que quieras está bien.
  • No aparece.
  • ¿Quién?
  • Lucas. No lo encuentro.
  • Lo siento.
  • Fui a su casa. Simplemente desapareció. Hablé a sus contactos. Nada. Fui a los hospitales aledaños. Nada. Fui a la Semefo. Nada.
  • Chale, qué mal.
  • De la chingada, Gema. De la chingada.
  • ¿Y si se fue la ciudad?
  • Imposible. Estaba haciendo la cuarentena.
  • Fuiste a ver a los enfermos.
  • Fui a ver a esos putos enfermos.
  • Oye, no.
  • ¿Qué?
  • No les digas así.
  • Sí. No es eso.
  • Pero no les digas así. Mi tío Chema murió por ese virus y era muy buena gente.
  • Perdón, ¿era hipertenso?
  • ¿Dónde más lo buscaste?
  • Debo decirte algo. Quiero que sepas algo de mí.
  • ¿Qué?
  • Algo me pasó.
  • ¿De qué o qué?
  • Cuando buscaba en uno de los hospitales a Lucas.
  • Sí.
  • Pues, me tocó ver en urgencias a un hombre que había sido atropellado… Llegó en una ambulancia. Los paramédicos lo bajaron y lo ingresaron. Cuando pasó, a unos cuantos metros de mí, me percaté que una línea de sangre muy delgada dejaba un rastro en el suelo. La camilla se alejaba y yo veía los metros de hilo rojo en el piso. Yo, yo. Pues estoy jurado, pero por un momento quise, con todas mis fuerzas, darle una lamida al suelo.
  • ¿Lamer el suelo del hospital?
  • Sí.
  • ¿Neto?
  • Sí.
  • Ah.
  • ¿De qué te ríes? Oye, es algo íntimo. No te pago para que te burles de mí.
  • ¿Cómo no quieres que me ría?
  • No es gracioso. Es algo, es algo/
  • Sí, es gracioso. Perdona. Pero sí es gracioso.
  • Oye, oye. Es en serio.
  • ¿Es en serio?
  • Sí.
  • ¿En serio? ¿De verdad?
  • De verdad.
  • ¿Puedo expresar mi opinión?
  • No.
  • ¿Por qué?
  • Sólo quiero alguien que me escuche.
  • Una pregunta.
  • Sí.
  • ¿Por qué no contratas un psicólogo? Tengo un tío…
  • ¿El tío Chema?
  • No. Él está en el Panteón Jardín.
  • Sí. Perdón. Se murió. Sí.
  • Es mi tío Ramón. Él es psicólogo y cobra más barato que yo. Mira, a mí no me conviene, pero te lo digo en buena onda. Creo que necesitas hablar con un profesional.
  • Tú eres una profesional.
  • No soy profesional.
  • Pareces profesional.
  • Trabajo en Banco Azteca. No hay nada profesional en ese banquito cutre.
  • Me cagan los bancos.
  • ¿De dónde sacas que soy una profesional?
  • Te quiero a ti, no a tu tío Ramón.
  • Pero ni siquiera me dejas opinar.
  • Bueno, está bien.
  • ¿Qué?
  • Opina.
  • Opina, opina.
  • Ok. Mira, Moisés. Yo sé que en el fondo, eres buena gente. Me pagaste la deuda de tu hermano y querías genuinamente conocer a tu sobrino. Te creo. Eso no está en duda. Eres un hombre bueno. Pero, ¿qué pedo contigo? No mames, Moisés. ¿Qué es eso de la sangre? ¿Del hospital?
  • Me gusta la sangre, qué quieres.
  • ¿Bebes sangre?
  • No ahora. Estoy jurado.
  • ¿Jurado, cómo?
  • Me vi con Lalo por zoom, el de la parroquia, para jurarme.
  • ¿Quién es Lalo?
  • El cura.
  • ¿Y ese cura, qué?
  • Pues, nada. Él sabe que soy vampiro.
  • A ver, el cura sabe, ¿vampiro?
  • A ver, Gema, concéntrate.
  • Es que todo es muy/
  • Sí, soy vampiro. Ya, supéralo. Necesito sangre. Es algo, es algo/
  • Ramón es bueno. Deberías hablar con él.
  • A ver, me vale verga Ramón.
  • No, no, no.
  • ¡Yo te quiero a ti!
  • No voy a permitir que te pongas grosero.
  • Es que no me escuchas.
  • Pues es que no es fácil… Sí, está bien, me pagas, pero estar escuchando ese tipo de cosas, pues mira, no soy una planta de interiores. Te pones a hablar esas cosas, pues yo tengo que reaccionar. ¿Qué esperas? ¿Que ponga cara de profesora?
  • Sí. De maestra de secundaria.
  • No puedo.
  • De maestra de civismo.
  • No puedo poner cara de maestra de civismo.
  • ¿Por qué?
  • No puedo.
  • Sólo escucha y ya.
  • Estás más pendejo que Lucas.
  • ¿Qué?
  • No, nada.
  • ¿Qué fue lo que dijiste?
  • Nada.
  • Te escuché.
  • Bueno, ya perdón.

Moisés sale de la reunión.

  • Moisés. Moisés. Chale…

Gema sale de la reunión.

III

Sra. Roldán

  • ¿Es una broma?
  • No, mi’jo.

Moisés sale de la reunión.

  • Chale. Bueno, éste…

Moisés entra a la reunión.

  • ¿Es una grabación?
  • No.
  • Pero/
  • ¿Qué?
  • Usted, Lucas me dijo que usted/
  • Pues, sí…
  • Usted se murió y le dejó una cajita.
  • Pues, sí…
  • ¿Y qué hace aquí?
  • Pues, nada, mi’jito.
  • Lucas me lo dijo.
  • Y no mentía.
  • ¿Qué madres es esto?
  • Resucité.
  • Ah, chingá.
  • Y tú eres un vampiro.
  • ¿Resucitó?
  • Así es.
  • ¿Por qué?
  • Los por qués son inextricables. Pertenecen a un orden superior.
  • ¿Y por qué me/?
  • No lo sé. Me siento un poco atarantada.
  • ¿Por qué me busca a mí? ¿Dónde está Lucas?
  • No lo sé.
  • Mire, pinche vieja. Si usted resucitó y me mandó una invitación para charlar por esta madre y no sabe dónde diablos está mi hermano, entonces no le creo nada.
  • Mira, hijo. Te paso lo de “pinche-vieja” por que sé que estás confundido. Naciste confundido.
  • ¿Por qué dice eso?
  • Porque estás confundido.
  • ¿Y por qué está aquí?
  • No lo sé con certeza.
  • Conteste.
  • A veces, no todo es claro. A veces tengo cosas qué hacer que no dependen de mí. ¿Lo entiendes?
  • No.
  • Dios habla a través de mí.
  • ¿Y qué le dice ahora?
  • Ahora no me está diciendo nada.
  • ¿Lo ve?
  • Óyeme, Dios no es una guacamaya. Pero/
  • Pero, ¿qué?
  • Quiero aclarar algo.
  • ¿Qué?
  • Yo no te hice nada, mi’jo.
  • ¿Qué?
  • Lo que oíste.
  • Yo no te hice nada.
  • Nada.
  • Yo sólo tengo que decirte algo.
  • Pues dígalo.
  • Es un recuerdo borroso.
  • Pues dígalo.
  • Borroso.
  • Oh, qué la chingada.
  • Mira, mijo. Tienes que poner de tu parte. No puedes andar de injurioso. Contrólate. ¿Quieres que me largue? Me largo.
  • No, está bien.
  • ¿Vas a seguir de grosero?
  • No.
  • Bueno.
  • Yo no te hice nada.

Yo siempre quise lo mejor para ustedes.

Y yo me di cuenta de lo que pasaba en esa casa desde el primer día que estuve ahí.

Tu madre era una vampira.

Una alma enferma.

Todo era rencor en ella.

Y se desquitaba con ustedes.

Sobre todo contigo.

Te hizo cómplice de su enfermedad.

Te jodió la vida.

Y no sólo eso.

Una noche salí al pasillo para ir al baño. Y en el baño estabas tú, inconsciente. Y tu madre te hacía cosas.

  • ¿Cómo, cosas? ¿Qué cosas?
  • Pues, ¿qué va a ser, Moi?
  • Eso es mentira.
  • A ver, Moisés. ¿Qué caso tendría entonces que Dios, después de resucitarme, me mandara aquí contigo?
  • Dios es caprichoso.
  • Dios no es caprichoso. Nosotros somos caprichosos. Nosotros somos niños. Niños idiotas, es más. No comprendemos. Yo no intento explicarlo. No hay explicación. Si te pones a explicar sus designios, querido Moi, ya valiste madres. Estoy aquí para compartirte lo que yo vi, porque necesitas saberlo.
  • Usted no es una santa, usted es una hija de la chingada.
  • ¿Ya comenzamos?
  • Perdón.
  • Contente. Respira. Lo que te digo es verdad.
  • ¿Qué más pasó?
  • Mira, hijito. Pues, yo vi a tu madre en el baño, de espaldas a mí. Y le dije:

¿Qué chingados haces?

Ella se volvió, y con el pie quiso cerrar la puerta del baño.

Yo se lo impedí.

Ella se levantó, me encaró.

Todo en silencio.

Y yo le di un cabezazo en la mera nariz.

Haz de cuenta que se abrió un grifo de sangre.

Se fue riendo a su cuarto, dejando una estela morada por el piso.

Yo te vestí, abriste los ojos y comenzaste a gritar.

Te pedí que te quedaras a dormir en el sillón de la entrada.

Te lo pedí.

Pero tú querías regresar al cuarto con ella.

Tu hermano salió. Yo sólo le dije: Moisés debe dormir en el sillón de la sala.

Siempre debe dormir en la sala.

Lucas se quedó contigo hasta que te dormiste.

Yo limpié la sangre del pasillo y me quedé haciendo guardia afuera del cuarto de tu madre.

Cuando abrió la puerta le dije que si te volvía a tocar, le sacaba las tripas.

  • Usted no es una santa.
  • No, mi’jito. ¿Quién te dijo que yo soy una santa?
  • Lucas.
  • Eso lo dice porque me quiere mucho.
  • ¿Entonces no hace milagros?
  • No, mi’jo. Yo sólo cuento historias.
  • ¿Y mi hermano?
  • No lo sé.
  • ¿Está muerto?
  • No lo sé.
  • ¿Y entonces, usted no resucitó?
  • Sí, eso sí.
  • ¿Pues no que no hacía milagros?
  • Yo no lo hice, niño. Fue Dios.
  • Bueno, si me disculpa.
  • ¿Qué vas a hacer?
  • A darme unos buenos putazos o a ponerme borracho.
  • Sale, cuídate.
  • Hasta luego, señora Roldán.

Ambos salen de la reunión.