La fiesta de la Avenida 83

Mario Alberto Serrano

UNO

La North 80 Lane envuelve las casas del conjunto habitacional Parc Roundtree Ranch con una exactitud milimétrica. Cada construcción se trenza entre jardines, albercas y una arquitectura que asume ser el ideal de perfección, mesura y eficiencia.

A diferencia de la North 79 que es casi un callejón, la North 80 corre como semicírculo alrededor de las casas logrando el ansiado efecto asimétrico de la vida en Estados Unidos, una forma moderna del horror al vacío que repele las cuadras y los rectángulos, las calles de rimbombantes nombres, las herencias culturales y asumen que el movimiento siempre es mejor que el estatismo. Pero lo interesante del conjunto es que cada elemento es un admirable ensamble de bloques orgánicos donde a las manchas azules de las albercas se superponen los techos climatizados de las casas y desperdigados por ahí y allí el imposible color del desierto, o lo que es igual, el color de Peoria.

El color de Tepetlixpa está definido por la época del año. Este pueblo bajo el volcán tiene una parte alta producto de haber sido fundado en la loma de un cerro y una avenida simplona que rodea el casco urbano en un circuito. Su mancha urbana crece como las anémonas invadiendo laderas y convirtiendo los campos de cultivo ejidales en nuevas colonias que se extienden a un ritmo acelerado. Entonces, según la época del año, Tepetlixpa puede tener un manto verdoso en los nogales que comienzan a llenarse de follaje o una continuidad gris de muros sin aplanar, la permanente obra negra que define la modernidad de las comunidades semirurales de México.

Si tecleas correctamente, Peoria parece un lugar imposible.

Parte de la zona conurbada de Phoenix,

una serie de manchas

un orden geométrico lleno de bloques

                        bien                        cortados.

La perfección doblemente estigmatizada de la

vista panóptica y el ideal de la vida americana.

Para propios y extraños Tepetlixpa es Tepe. A 70 kilómetros de la ciudad de México, en el suroriente del Estado de México que limita con Morelos, se encuentra este minúsculo municipio cuyo mayor atractivo es que en la delegación de Nepantla, de su jurisdicción, hace 374 años nació Sor Juana Inés de la Cruz.

Fuera de su rimbombante Centro Cultural, museo de sitio que resguarda los paredones de la alquería donde la monja poeta vino a este mundo, en Tepe se presume la cecina que se vende en un variopinto corredor de más de dos kilómetros de largo; su paisaje que recorta en primer plano una de las vistas más grandilocuentes del Popocatépetl y puede que alcancen a ponderarse dos o tres atractivos más o menos curiosos. Pero la vista panorámica de este pueblo mexiquense sin lugar a dudas es la Fiesta de Enero, una celebración profana religiosa en la que se venera al Dulce Nombre de Jesús, un impresionante nazareno de tamaño real.

Al hacer zoom sobre la imagen de Peoria, la precisión de la pantalla se desdibuja. Internet puede darte un exceso de información sobre prácticamente todo. Con paciencia y suerte puedes dar con las coordenadas geográficas, latitudes, climas o los nombres oficiales de las calles, pero desgraciada (o afortunadamente) aún resulta imposible tener una visión en conjunto de los recodos del barrio, los nombres y la pulpa misma del lugar. Indagando en la red te puedes enterar de las bondades que el vecindario tiene y oferta, del precio que tiene cada pie cuadrado de construcción así como del por qué se ha convertido en un suburbio muy atractivo para propios y extraños dada su cercanía con Phoenix y su relativa calma y plusvalía.

Con Tepe sucedería lo mismo: puedes conocerlo virtualmente tecleando sitios más o menos confiables, en todo caso hay un exceso de material gráfico y audiovisual que te ahorran las dos horas de autobús desde la TAPO en Ciudad de México.

El asunto es que en ambos casos, sin importar su ubicación, el exceso de zoom convierte el paisaje virtual en una masa informe de pixeles.

La historia de Lucía García Ávila es un puente entre Peoria y Tepetlixpa. Nacida en el pueblo mexiquense, Lucía creció y se integró a las costumbres ancestrales de su comunidad, sobre todo en lo que respecta a la devoción al Dulce Nombre de Jesús y al igual que otro tanto de habitantes de este pueblo, parte de su familia emigró tempranamente a los Estados Unidos.

Resulta superfluo señalar el destino al que una comunidad migrante llega: que sean lugares tumultuarios o barrios marginales, que el clima sea propicio o más o menos parecido al rancho, si hay mucho o poco jale. En realidad todo y nada importa. Las cosas simplemente suceden. En Phoenix o Nueva York, en Santa Mónica o en Anaheim los vecinos de Tepe han encontrado pequeñas extensiones de su pueblo que permiten su reunión orgánica. Evidentemente siempre es bueno contar con el apoyo de los paisanos y la familia en un lugar que parece otro mundo, pero también es cierto que las mafias que controlan el tráfico de personas bloquean corredores enteros del centro de Estados Unidos en donde, si no te pones a mano con la organización, no vas a encontrar alojamiento, trabajo, ni paisanos ni idioma ni nada.

Como sucede con la familia García, Phoenix ha sido y sin duda alguna será el principal sitio de migración para los Tepes como huelga decir, también son llamados los habitantes de este municipio.

La devoción al Dulce Nombre de Jesús implica tradiciones, costumbres y una continuidad que viene al menos desde 1874. Su Fiesta es como todas las ferias de pueblo, grandilocuente e irónica. Se queman fuegos pirotécnicos que oscilan entre cincuenta y cien mil pesos, hay bailes, jaripeos, algunas danzas tradicionales que sobreviven milagrosamente a estos tiempos globales y otras que siempre se están adaptando como el morelense brinco del chinelo que convoca multitudes impresionantes. Pero todo está centrado en la parte religiosa, desde luego.

El último domingo de enero el Dulce Nombre de Jesús se baja del baldaquino donde descansa todo el año y se expone a la devoción de los fieles. Los mayordomos de su santuario colocan una inmensa alfombra en el pasillo central por la que cada fiel va recorriendo sus penas y miserias mientras avanzan de rodillas hasta llegar a los pies de la imagen. Se realiza una “limpia” con los cordones que sobresalen de la túnica que reviste al nazareno y finalmente, al fiel se le coloca un listón de colores en el cuello, se le entrega una flor y una estampa.

Cumplidas tales obligaciones se puede disfrutar de la fiesta en extenso. Las comilonas, la bebida, el brinco del chinelo y la pachanga nominalmente duran un mes pero el último domingo es el Día Grande, hay 16 horas para vivirlo, o 20 o más según el ánimo y aguante.

Cuando Lucía decidió que era tiempo de ir a visitar a sus hijos a Phoenix, atenta a las costumbres de su pueblo, lo primero que hizo fue plantarse frente al nazareno para pedirle permiso. Que le permitiera llegar con bien a ese destino opaco por la otra pantalla pixeleada que marca la distancia respecto de las personas que te importan y amas.

Lucía le pidió al Dulce Nombre de Jesús que llegara con bien a esa parte del mundo cuyo color es el desierto. Pero un año antes, fíjate, yo ya había soñado cómo iba a pasar y así pasé. Y pase por la línea, salí domingo de allá y el martes ya estaba aquí en tu pobre casa. En la relativa proximidad que permite la aplicación de videollamadas Zoom el sueño de Lucía se puede atrapar e incluso grabar en vivo. Pero es imposible detallarlo y aún no se pueden atravesar plenas las emociones a la distancia. Al menos no es posible mientras suceden los primeros cuarenta minutos.

Lucía soñó exactamente cómo iba a ser su viaje, cómo iba a cruzar la frontera y cómo llegaría. Por eso pidió permiso de hacerlo. Y además, le prometió al nazareno que si pasaba con bien, se lo iba a llevar al otro lado.

DOS

Lucía es una mujer mayor en cuya forma de hablar ha permeado la vida y estilo de Estados Unidos. El detalle es superfluo por universal: los migrantes acaban integrándose a las formas culturales. Usa una playera Armani, en el Parc Roundtree Ranch donde vive tiene de vecinos a casi puros americanos y algunas palabras que usa son típicas del slang local. Pero los mismos detalles son relevantes para su historia de cómo logró crear un puente entre dos comunidades absolutamente distintas.

Instalada en Arizona, Lucia mandó traer una imagen vicaria del Dulce Nombre de Jesús en agosto del 2005. No era una reproducción propiamente sino una esencia transportable. Una fuerza capaz de cruzar las fronteras y aduanas para hacer visible esa palabra tan enorme como la fe de una persona; palabra que por otro lado no se puede borrar de una pantalla así como así.

La imagen llegó y una de las hijas de Lucía le propuso que hicieran una fiesta de bienvenida. La hicimos aquí en la casa; invitamos a algunas personas y se hizo sencillo. Solo ocupamos la banda para que le diera Las Mañanitas y hasta ahí. Para enero del año siguiente un conocido se le acerca para decirle si podría llevar chinelos al evento. Le dije que sí. Tenemos como se dice allá en el pueblo, nuestro corral muy grande, pero pues ya no cabíamos, así fue como decidimos que haríamos la Fiesta en un salón.

Según Edgar García Estrada, sobrino de Lucía que tiene más de diez años de haber regresado de Phoenix a Tepetlixpa, hoy día la comunidad tepetlixpense en la capital de Arizona oscila entre 280 y 300 personas. Los vínculos entre ambos lugares resultan necesariamente intensos, complementarios y constantes pero la pequeña fiesta que Lucía comenzó en 2005 significa un paso más adelante en su complejidad. En todo caso Lucía García echó a andar una extensión de su pueblo y su Fiesta en otro país con muchas lecturas posibles.

Ya en el salón ocupamos la danza de los chinelos, apaches; hay otra danza que se llaman matachines y son de la frontera, la banda, el DJ y la comida. En la avenida 83 de Peoria está el salón de eventos “Las Brisas” cuyo dueño, también mexicano, no sólo accedió a rentar su local para hacer una fiesta religiosa sino que les brindó apoyo. No compren hielo, no compren agua, yo les ayudo con un poco, nos dijo, además nos hizo una rebaja porque la renta fue más barata de lo que se cobra en una fiesta de quinceañera. Y así empezamos.

Siete momentos clave de la Fiesta de Enero en Tepe:

  • La mayoría del pueblo (los tepetlixpenses que profesan otra religión que no sea la católica no se contabilizan) participa con algún recurso en la organización de la fiesta: comidas, eventos, cooperaciones para el templo, para espectáculos, venta de algún producto, etcétera.
  • Las comidas son fundamentales porque la tradición de este pueblo sigue siendo de pueblo: se abren las casas y cualquier persona que pase puede entrar libremente y sin invitación a comer.
  • Mientras más personas acudan a comer a una casa, el anfitrión se sentirá más a gusto y sabrá que hizo buen trabajo.
  • Una comida para una comparsa (grupo) de chinelos, el día domingo, se prepara para dos mil comensales.
  • Algunos otros Tepes que no son católicos llegan a aportan cooperaciones para la fiesta. “Es que al final de cuentas somos del pueblo. No creemos en su religión pero ahí va la cooperación”.
  • Otros no cooperan, pero igual ponen algún puesto de frutas, aguas de sabores o baños públicos.
  • La Fiesta detona, cómo no, la economía local.

Los paisanos empezaron a apoyarnos, los que no nos dan dinero, pues nos dan agua, nos dan sodas, cosas pues. Para difundir la fiesta que migró del Parc Roundtree Ranch al Salón las Brisas usan Facebook. Mandamos una invitación, ya los de los chinelos ya nos conocen. Los primeros años nos cobraban, pero ya ellos recibieron milagros de Él, y nomás les avisamos antes que ya se viene la fiesta. Son de Tepoztlán, de Tlaltizapan, de Yautepec [municipios de Morelos]. Algunos dicen que sí han ido a la Fiesta en Tepe, otros no.

Lucía comenzó una organización casi idéntica a la de sus paisanos en México. Por principio a buscar la manera de “engrandecer” como se dice en Tepe, la festividad. Un día que fue a vender unas latas de aluminio se topó con unos concheros, los practicantes de la danza azteca. Los contactó para que fueran a su Fiesta en la Avenida 83 y aceptaron. Los primeros años tuvo que hacer un contrato escrito con una banda de estilo sinaloense, ahora solo les marca por teléfono, lo mismo que a los concheros, chinelos y patrocinadores. Lo único que no pudo prever es que la pandemia castigaría muy fuerte a esa parte de Arizona y por razones de salud van tres años que su fiesta no se lleva a cabo.

La imagen la mandó traer del mismo santuario en Tepe. Me la mandaron con un señor que llevaba y traía cosas de allá. Lo trajo con un dedito quebrado pero ya lo fui a arreglar. También le compré su nichito. Tiene su altar, un lugar para él en especial y pues ahí lo tengo. Pasó el tiempo y pensé, le voy a mandar a hacer su cúpula, pequeña, de cincuenta por cincuenta. La mandé a hacer en Ozumba y una persona que tiene visa, que va y viene, me dijo, no pagues la mensajería. Yo voy a ir por unos sombreros de chinelo y yo te la traigo.

La Fiesta en Phoenix a diferencia de lo que se puede pensar de primera mano no es una calca de la fundacional en México sino un puente. La hacemos igual que en Tepe el último domingo de enero. También el 6 de agosto. Hay un vínculo entre las comunidades que se trenza con muchos objetos: la imagen en primer lugar, pero también la parafernalia para la misma. Las danzas, las estampas y listones que también llegan del santuario, las prácticas alrededor de la organización pero sobre todo esa fuerza inclasificable llamada fe. Lucía lo declara en todo momento, esto que lleva a cabo no es un asunto personal, no es liderazgo, es fe.

Llegan muchas personas que no son de aquí porque les ha hecho muchos milagros. Cuenta el caso de Ashley, una niña residente en Phoenix que llegó cinco años atrás para buscar el favor del Dulce Nombre de Jesús de la Avenida 83. Venía muy mal, con su traqueotomía, su tanque de oxígeno, una bolsa colgándole al lado donde venía no sé, su comida, todo eso de su enfermedad. Y pues la verdad él le hizo el milagro porque ahora ya tiene ocho años, ya camina sola, ya va a la escuela y su mamá está bien agradecida con Dulce Nombre de Jesús. Y todos ellos tienen sus testimonios.

No podría ser de otra manera como tampoco podría Lucía carecer del suyo. El 14 de septiembre del 2012 su esposo, a raíz de una enfermedad agresiva entró en coma. Los doctores le daban un patético dos por ciento de posibilidades de sobrevivir. El Zoom alcanza en ese momento su mayor capacidad de capturar no solo el audio o el video sino sobre todo las emociones a flor de piel de Lucía. Estuvo un mes en coma. Entonces pedí permiso para llevar a Dulce Nombre de Jesús al hospital. Me dieron permiso y lo llevé, pero me dijeron que lo dejara un tiempo en la sala de espera del hospital y allí se quedó. Como a los cuatro días mi esposo comenzó a reaccionar.

Hace unas pausas que atraviesan la tecnología, la diferencia de horarios y el sentido de la charla. Me dijeron que ya lo iban a despertar totalmente. Como su enfermedad le pegó duro en el pulmón estuvo en una cama especial, bocabajo y poco a poco lo iban moviendo para estabilizarlo. Cuando al fin despertó me dijo “tú no me quieres”. ¿Cómo? Sí, porque tú no me querías dar agua. Pero la persona que vive aquí, el viejito, él me da agua y me da permiso de bañarme y de caminar, pero poquito. Me dice que no salga porque hay niños. La puerta que me señalaba era la del baño. ¡Ahí no había nadie! Pero ahí le dejamos una estampa de Dulce Nombre de Jesús. Mi esposo era incrédulo. Cuando andábamos organizando lo de la fiesta nos decía “ustedes ya van a buscar problemas con los vecinos, ya van a hacer su escándalo”; para cuando él se levantó, él sin que uno le dijera nada comenzó a limpiar la yarda, a acomodar todo, las sillas, las mesas, porque él ya creía en el Dulce Nombre de Jesús y hasta la fecha así es.

Después de 2006 se corrió la voz de que en tierras americanas se celebraba al nazareno y comenzaron a llegar otros migrantes residentes en estados más lejanos como Nueva York o Washington pero también de California. El sobrino de Lucía, Edgar, me lo platicó justamente en una Fiesta de Enero en Tepetlixpa. Andaba con su cámara tomando fotos; me contó un tanto con la añoranza del que se ha quedado en medio de dos tradiciones y arrastrando una nostalgia de trasterrado en su propio pueblo, que en ese mismo momento, mientras nosotros estábamos rodeados de la algarabía de las personas, la música y el jolgorio, en Phoenix se estaba llevando a cabo otra fiesta, pequeña y menos grandilocuente pero no menos importante para los Tepes que ya se habían arraigado en esa ciudad. “Es pequeña pero es como si estuvieras aquí mismo. Eso es lo importante para los paisanos, ¿sabes?”.

Edgar, que es chef justamente por lo que aprendió en los restaurantes de Phoenix, en ese momento vivía una verdadera confusión ontológica entre estar en la versión original de la fiesta y añorar un tanto la extranjera. Ya había recorrido los dos extremos del puente que construyó su tía Lucía pero en ese momento por razones poderosas e inexplicables, se había quedado parado justo en el centro.

TRES

En la seminal crónica Oaxacalifornia de Rodrigo Jardón, se exploran los vínculos que pueden tener las comunidades migrantes en Estados Unidos a través de sus expresiones culturales y festivas. Lo mismo logró capturar Adriana González Mateos en la multicultural Nueva York en su libro And then… andenes. Crónicas DF/NY, a partir de la comida y la urgencia de contar con ciertos insumos para la misma. Resulta obvio que cada ciudad, cada comunidad y pueblo tienen sus propias historias y matices dentro de la Migración con mayúscula. La fiesta de la Avenida 83 es una historia religiosa y de fe pero como intento reiterar, un puente.

Los hijos de Lucía, Heriberto, Mayra, Arely y María del Rosario Vidal García también son parte de la fiesta y su organización. Después de la recuperación de su esposo, Lucía y sus hijos llevaron su imagen vicaria a California, el otro estado donde los Tepes han arraigado. Nos recibió Maricela Lima en su casita de Anaheim. Allí dejamos el santito, le hacían su rosario, invitaban a la gente. Se unieron muchos paisanos. Luego, el señor Iván Castillo y Manuel Vázquez le hicieron su fiesta muy en grande. Se reunieron muchos paisanos de Nepantla, porque son de allá y también de Tepetlixpa y ahí se comenzaron a unir. Pasó un rato y volvimos a llevar a Dulce Nombre de Jesús con algunos amigos de la familia Galicia y ellos le hicieron un rosario al santito. La señora decía que le dejara la imagen ahí pero pues la verdad no. Pasó el tiempo y mandaron traer el suyo.

La fiesta no pasó desapercibida para otros mexicanos. Se fue pasando la voz y comenzaron a llegar personas de pueblos vecinos de Tepe que viven en Arizona entero pero también migrantes de Morelos, Puebla, Guerrero e incluso de la frontera, que llegan al salón Las Brisas puntualmente el último domingo de enero. Pero como en Tepetlixpa también se festeja al nazareno el día 6 de agosto y el día 2 de enero, aunque en forma más modesta, esos días no se dejan pasar en blanco en Phoenix. 

La “limpia” que se hace en el santuario del Dulce Nombre de Jesús en Tepetlixpa se lleva a cabo con unos cordones que están adosados a la túnica que viste la imagen. En el pueblo se le da el nombre de “la soga del señor” y representa una extensión física y espiritual de la devoción y fe que se le tiene. Antes de la pandemia Mauro Lima, un joven mayordomo del santuario, tuvo la idea de hacer una gira por California y Phoenix para llevar esa soga a las comunidades de tepetlixpenses y en general a los fieles de la imagen en Estados Unidos. Contra los acostumbrados cotilleos de pueblo que critican iniciativas muy novedosas y le buscan tres pies al gato, esa vez la idea de Lima fue socialmente muy bien vista y aplaudida. Con mayor razón en las comunidades de Tepes a quienes iba dirigida. Fue muy emocionante porque nunca en la vida pensamos que alguien pensar en venir a visitarnos. Hubo muchos enfermos que salieron adelante gracias a Dios. Ese día fue muy bonito, muy emocionante, llegaron más de quinientas personas. Mauro me dijo “usted tiene su altar, usted es la indicada para tener la santa soga y aquí se la coloca” y pues ya estaba listo el altar.

El catolicismo rural y puede que en general el de todo México obedece a formas especiales de sus ritos y prácticas en donde siempre será más importante la hagiografía popular que las reglas de la Iglesia. Con mayor razón en un país como Estados Unidos donde un sacerdote no va a hacer misas especiales fuera de sus templos y donde las creencias religiosas son enormes y variadas. Mientras la fiesta se llevó a cabo en el Parc Roundtree Ranch por ejemplo, hubo que negociar con los vecinos cómo iba a llevarse a cabo una festividad religiosa ajena a sus creencias. Como casi todos son americanos y cristianos, pues la verdad no les interesaba nada, ni pusieron muchos peros, eso sí, claro nos dijeron que a las diez había que parar la música porque si no iban a venir a tocarnos. En ese tiempo la verdad solo vino un vecino pero no pasó nada gracias a Dios.

La familia de Lucía ha adaptado su fiesta a las prácticas y a las duras reglas que en Estados Unidos sí se cumplen cabalmente: no se puede encender ningún tipo de fuego dentro del salón Las Brisas, por lo que solo se sahúma a la imagen afuera y luego se apagan los copales. Evidentemente no se puede guisar a la manera tradicional en fogón, pero los quemadores industriales hacen lo propio. Y aunque se morirían por ver sus propios fuegos artificiales en la noche o salir por las calles adyacentes a la Avenida 83 para brincar chinelo, se “conforman” con brincar dentro del salón y eso sí, mandan su puntual cooperación para su comparsa de chinelos en Tepe lo mismo que para las “corporaciones de castilleros”, los grupos que se encargan de organizar la quema de castillos y otros fuegos pirotécnicos en su lejano pueblo bajo el volcán.

La familia de Lucía lleva a su imagen a una misa normal del día domingo. El padre le da la bendición pero no te la hace especial, nunca sale. Entonces oye su misa y luego la llevamos al salón; ahí una persona le hace el santo rosario. Luego ya comienza la fiesta. Cumplen en la medida de sus posibilidades las reglas. Desde luego, sus propias reglas sin que se den cuenta, o puede que al contrario, porque se dan cuenta y las pulen lo más posible, van formando tradiciones internacionales.

Lucía sonríe cuando le digo que me diga cómo es el último domingo de enero en Phoenix. El Zoom no es la octava maravilla pero ha demostrado ser un excelente vínculo que supera con creces la idea un tanto chata de “medio de comunicación”. Un paréntesis vale la pena: en diciembre de 2019 se realizaban alrededor de 10 millones de reuniones diarias por la plataforma. Para abril de 2020 la cifra se había disparado a 300 millones diarios y aunque estamos en un paulatino regreso a las formas tradicionales de reunión y comunicación, seguramente la aplicación se convertirá en una palabra cotidiana de este siglo y en una extensión natural de la comunicación que irá desplazando el adjetivo “virtual”.

Después de respirar profundamente y permitirme que escuche las risas de sus hijas, que están fuera de cuadro de la pantalla pero acompañan a su mamá en la sala donde se lleva a cabo la charla, Lucía comienza a relatar con una frase que resume todo: Para nostros es como si estuviéramos allá el domingo. En grande, muy emocionado, desveladas porque nos levantamos desde las cuatro para hacer la comida.

Si, están emocionadas. En la grabación se cuelan risas apenas disimuladas. Un día antes vienen las esposas de las personas que están conmigo para ayudarme a hacer la comida, a preparar las cosas, limpiar nopal o lo que se va a dar. Como se acostumbra allá damos mixiotes, arroz, frijolitos, salsa y las tortillas; carnitas, pollo, tacos, caldos de camarón, sopas de limón; hay unas muchachas de Tepe que traen nieve aparte de otra señora que es de Ozumba que trae bolsas de chicharrones, elotes. El señor de los Riveras dio elotes, esquites, chicharrones, bolis. Yo mandé hacer “chinelitos”, ves que allá en Tepe los andan vendiendo en la Fiesta; pues mandé hacer unos, los vendí y el dinero que recolecté sin quitar nada, nada de lo que invertí, lo mandé allá a la iglesia.

A las cuatro de la mañana el Salón Las Brisas se llena de bullicio. Llegan personas con todo lo que se va a necesitar, los arreglos de flores sobre todo. Se disponen las mesas y el altar, al que se le coloca un mantel nuevo que ex profeso se mandó decorar con un pintor de Tepetlixpa, Guillermo López Águila. También estrena su túnica, pero esa la hace mi hija Mayra. Al igual que en su pueblo natal, Lucía sabe que el arranque de la fiesta deben ser Las Mañanitas para la imagen. Que se debe ir a la iglesia local para oír misa, que nuevamente regresarán al salón y entonces, solo entonces, comenzará la banda a tocar algunos sones; que luego alternarán con los concheros, matachines y sobre todo con el chinelo, que es carnavalesco y verdaderamente orgiástico con sus movimientos de caderas y hombros: danza única los chinelos en la que no necesitas coreografías ni pasos ni talento sino simplemente tener ganas de pasarla bien.

La música dará paso a la comida, que por razones de la eficiente mensajería de los paisanos que ya tienen visa “y van y vienen” pueden llevarles los detalles más precisos para sus recetas, como “legítimas” hojas de aguacate para los mixiotes (porque aquí consigues de todo, pero la verdad no sabe igual).

Todo lo que se ofrece en la Avenida 83 es gratis desde luego. A Lucía la respalda su familia pero también su propia organización. Creció viendo este tipo de grupos en su Tepetlixpa natal, una persona que con cierto liderazgo se rodea de amigos y vecinos para reunir dinero y voluntades, buscar contactos, apalabrarse, firmar contratos si es necesario, llevar, traer, dar la cara. En Tepe no es raro que al frente de una organización o corporación como también se les llama esté una mujer, pero el santuario y todo lo relacionado a la imagen es un coto absolutamente masculino.

No le pregunto ni le digo pero de hecho, ella ha dado otro paso más con su puente al tomar las riendas de la festividad profana pero también de los aspectos religiosos. El Dulce Nombre de Jesús en Phoenix tiene una mayordoma pues, aquí en México eso llevará muchísimos años si es que un día sucede.

Tenía muchos videos y fotos pero mi Tablet se quebró y ya no pude rescatar ningún material, pero acá mis hijas te pueden ayudar con eso. Lucía abre la toma y sentadas como en fila están sus hijas que saludan. En las fotos que me comparten vía Facebook se ve a su organización: igual que en Tepe se han mandado a hacer playeras bordadas, su altar está lleno de luces navideñas, manteles, floreros, sin faltar cuadros y fotografías del Dulce Nombre de Jesús que en una peculiar composición aparece con el Popocatépetl al fondo en el preciso momento en que el volcán arroja una fumarola impresionante. Igual que en el santuario en Tepetlixpa, unos dólares dentro del mueble que resguarda a su imagen son ornamento y recordatorio a un tiempo: hay que ser agradecido.

A veces la frialdad de las redes sociales se rompe momentáneamente. Sus fotos transmiten una alegría y satisfacción legítimas. Nuestro grupo se llama “Barrios Unidos de Tepetlixpa en Phoenix”, chécalas, así empezamos dice el mensaje que acompaña las fotos y videos que me hizo llegar una hija de Lucía. Ciertamente es como si estuvieran en su pueblo, salvo por evidentes toques de tecnología y orden que serían imposibles en este pueblo mexiquense.

¿Mis deseos? Bueno, que ojalá un día mis nietas puedan ir a Tepe, que no se les olvide como es la fiesta allá, que no se les olvide lo del pueblo. Lucía y su familia, lo mismo que los Tepes que viven en Phoenix, Peoria, Santa Mónica, Alaska, Charlotte, Nueva York, Chicago, Anaheim, San Diego y tantas y tantas ciudades de las que no hay un registro oficial pese a que el ayuntamiento de Tepetlixpa tiene una Coordinación de Asuntos Internacionales y Apoyo al Migrante han reforzado sus naturales redes sociales gracias a las nuevas, las de Internet. Siguen puntualmente la información que generan fanpages de Facebook, canales de YouTube, chats de Whattsapp y han hecho de aplicaciones como Zoom un canal directo para seguir en contacto con Tepe y sus familias.

Pero no están aquí. Y quizá no van a regresar nunca. Lucía lo desliza como sin querer pero de manera muy realista, sin afectación. Le digo que así como ellos no se olvidan de su pueblo sería importante que los habitantes de Tepe tampoco se olviden de ellos. Ella asiente y me agradece la deferencia. Pues mira, cuando Mauro vino la verdad yo no le di ni un quinto para lo de su pasaje, pero las limosnas que se recogieron, íntegras las mandé al santuario y otra parte a la parroquia. En la primera vez se junto algo así como catorce mil pesos mexicanos. Ese fue nuestro granito de arena para las obras que se necesitan hacer en el pueblo.

En cierto modo este granito de arena es recurrente y como sucede con la idea general de las remesas económicas, se esperan y son necesarias. Las comparsas de chinelos en buena medida ajustan sus elevados gastos porque hay más de un migrante “que no se olvida de su comparsa” como se agradece públicamente y a grito vivo en las calles y mandan dólares para tal fin. A cambio se les manda ese agradecimiento público en un video donde la comparsa brinca para su amigo o amiga salvadores tratando de enviarle toda esa energía aunque sea por Internet.

A Lucía no le digo que su fiesta y trabajo, aunque esté en suspenso por la pandemia, es un puente y no es que ella lo sepa o así lo nombre. Antes de despedirnos le deseo que ojalá pronto pueda reanudar su fiesta y que siga teniendo éxito en hacerla cada año más grande. Lucía sonríe y sus hijas también, hay muchas posibles lecturas para lo que hacen pero su historia es asunto de fe y la fe en este caso, mueve festividades completas.