Gustav Klimt en San Miguel de Allende

Leandro Arellano

Crónica y memoria          

El más reconocido pintor austriaco, Gustav Klimt, visita San Miguel. La muestra de su obra ha viajado hasta el corazón del Bajío mexicano, y se exhibe al público en el Patio central de La Casa de Europa en México (CEM), desde el 12 de mayo. La CEM está ubicada en el centro de San Miguel de Allende, esa antigua población guanajuatense que ofrece, como otras ciudades abajeñas, momentos profundos y fugaces en que ostenta su espíritu generoso y abierto.

La Casa de Europa y la Embajada de Austria en México pulsaron voluntades y recursos para trasladar esta muestra de arte austriaco, desde el Palacio del Belvedere en el Tercer Distrito vienés, hasta la aridez colorida de San Miguel. La muestra se integra por un conjunto de fotografías e imágenes de las obras del artista, que exhiben la riqueza de sus formas y colores.   

La presentación de Klimt forma parte de una muestra mayor, titulada “Austriacos en San Miguel”, que incluye también una exposición biográfica del compositor Joseph Haydn; una exposición histórica digital de la Viena de fin de siglo; la presentación de varios cortometrajes; así como un concierto – homenaje a María Abel (QEPD), ex presidente de la CEM.

Medidas sanitarias mediante, la inauguración del evento congregó una entusiasta participación, que resistió estoicamente el calor tenaz que también estuvo presente. La exposición estará abierta al público hasta el 2 de junio, lapso suficiente para acoger la visita tanto de los sanmiguelenses como de los interesados de pueblos comarcanos.

El autor de la presente crónica –miembro del Consejo Directivo de la CEM- hizo una breve semblanza del pintor austriaco, la cual figura como capítulo final de esta nota.  

La Casa de Europa en México

No es improbable que Gustav Klimt expresara satisfacción por compartir las muestras de su obra –lo mismo que la de otras expresiones artísticas de Austria- expuestas en el espacio cultural de La Casa de Europa, en El Bajío mexicano.

La Casa de Europa en México (www.casaeuropamexico.mx) es un ente constituido por un pequeño grupo de personalidades -mexicanos y europeos- afectos al arte y la cultura, radicados en San Miguel de Allende, congregados en torno a una Fundación establecida hace una década y cuya labor es, sobre todo, la promoción cultural, educativa, ambiental y otros sectores, tanto de México en Europa como de Europa en México. La presente muestra es un ejemplo del trabajo que realiza.

Imperio y cultura 

Desde su formación en la edad Media, Austria -el Imperio del Este– ha mantenido una presencia constante en la historia europea. Su historia parece  mayor que las dimensiones del país. Durante siglos constituyó uno de los sistemas más estables e incluyentes en el centro del continente, hasta su abolición al comenzar el siglo veinte. La Casa de los Habsburgo gobernó Austria de 1278 a 1918 y encabezó el Sacro Imperio Romano por largo tiempo también.

En el siglo dieciocho el Imperio abarcaba lo que actualmente es territorio de doce naciones e incluía hablantes de las lenguas hoy conocidas como: croata, checo, flamenco, francés, alemán, húngaro, italiano, ladino, polaco, rumano, serbio, eslovaco, esloveno, ucrano y yiddish. Esa diversidad se extendía también a las prácticas religiosas que comprendían, además del lugar privilegiado del catolicismo, a cristianos ortodoxos, católicos griegos, judíos, unionistas, calvinistas, luteranos, armenios cristianos…

En 1848 ascendió al trono Francisco José I –hermano mayor de Maximiliano, Emperador de México-, quien gobernó hasta 1916. En 1867 se estableció la doble monarquía, imperial y real: Emperador de Austria y Rey de Hungría. Pero igual, se convirtió en monarquía parlamentaria también en 1867, con el triunfo de los liberales.   

Durante las últimas dos décadas del siglo diecinueve y la primera del veinte, el Imperio tuvo una vitalidad abrumadora lo mismo que una intensa transformación mediante el arte y la cultura. Su influencia cultural llegó a muchas partes del planeta. Entre nosotros inspiró a Juventino Rosas, el compositor de Sobre las olas, una pieza que se hombrea con los valses de Johan Srauss.

La Austria moderna, actual, fue enderezada al carácter y conducción del Emperador Francisco José. El Emperador era un hombre reflexivo, disciplinado y adicto al trabajo. Su grandeza de ánimo calaba en la población, quien tenía por él un profundo afecto. Les atraía su imagen bonachona, sobre todo en su vejez. Al morir en 1916, había gobernado 68 años.

Las grandes potencias predecían –la habían procurado- la inminencia de la guerra. Francisco Fernando, sobrino y sucesor designado fue asesinado con su esposa Sofie en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, hecho que desencadenó la Primera Guerra Mundial. En 11 de noviembre de 1918, el emperador Carlos I, sucesor de Francisco Fernando, dio fin a seis siglos de Imperio de los Habsburgo, anunciando su retiro de los asuntos de estado.

Durante la formación de la Austria presente, la cultura tradicional de la aristocracia austriaca, profundamente católica, era sensual, plástica, muy alejada del puritanismo de la burguesía. La asimilación social era difícil pero se podía alcanzar por una vía: la cultura. El arte se había convertido casi en religión.

La palabra cultura es una seña de identidad de Austria, equivale –digamos- a un recurso natural extendido y sólido. La torna un país donde las marcas comerciales o publicitarias no se aquilatan por la eficiencia o la productividad, sino por los paisajes y la música, la cultura y el arte.

La Viena que vio morir a Francisco José bailaba vals, paseaba por las calles diseñadas por Otto Wagner, estudiaba y debatía las teorías de Sigmund Freud, escuchaba las invenciones musicales de Mahler y Schoenberg, leía por las mañanas la sátira periodística de Karl Kraus y admiraba la pintura de Klimt.

El dolor inconfeso de los austriacos al acabar el Imperio se convirtió en sustancia de la literatura, señala José María Pérez Gay en su libro El imperio perdido. De distintos modos, todos los escritores austriacos de la época acabaron escribiendo lo que representa, en el fondo, la nostalgia por el Imperio perdido.

La literatura es la más fácil de las artes pero es también la que hace resbalar con mayor facilidad. Es el mayor aval moral de una sociedad en lo colectivo y la zona más acogedora de la existencia en lo individual. Es otra forma de la felicidad.

“Esta patria desconocida, en la cual se vive con una cuenta en números rojos –ha escrito Claudio Magris-, es Austria, pero también es la vida, amable y –en el borde de la nada- feliz”.

Viena en el fin de siglo                  

Si los límites cronológicos son imprecisos, el cambio de siglo representa una referencia inconfundible. Hacia 1900, la humanidad transitaba tiempos inéditos como resultado de la revolución industrial y el vertiginoso avance de las ciencias. Igual, una intensa actividad cultural se desarrollaba en varias ciudades adelantadas.

Si un ferviente movimiento artístico tenía lugar en París, Londres y Berlín, otras naciones también mostraban sus empeños. Rumania descubría para asombro de todos, el arte escultórico de Constantin Brancusi y la obra musical de George Enescu. El influjo creativo se extendía hasta el otro lado del Atlántico, donde el Modernismo hispanoamericano renovaba la literatura de la lengua española.

Viena vivía momentos exultantes. Centro del Imperio Austro- Húngaro, guiaba los destinos de una porción no pequeña de Europa. En tanto que residencia imperial y asiento de la capital del Imperio, Viena era no sólo multinacional sino internacionalmente importante. El emperador gobernaba con sabiduría y tolerancia –durante  tres generaciones ya- a una docena de naciones y etnias, en un territorio que se comunicaba en otras tantas lenguas y abarcaba el bulto mayor de la Mitteleurop, la Europa Central y sus confines.

Transformada en sede del saber y del conocimiento, Viena transitaba por una de las etapas más luminosas de su historia. No había territorio del arte, la ciencia y la cultura en que no se ubicara a la vanguardia: psicología, música, urbanismo, arquitectura, economía, artes visuales, diseño, filosofía, literatura, etcétera.

Gustav Klimt fue coetáneo de esa época radiante.

El arranque del desarrollo urbano de Viena, la transformación del anacronismo en que se hallaba la ciudad y el embellecimiento de la misma, fue promovido por los liberales que alcanzaron el poder en 1860, encabezados por Otto Wagner, Adolf Loos y Josef Hofman. 

Un grupo de artistas plásticos congregados alrededor de Otto Wagner y varios arquitectos inspirados se abrieron a las innovaciones europeas y al Art Nouveau y confluyeron en el levantamiento de la Ringstrasse, el elegante bulevar que circunda el centro de Viena.

Ese mismo grupo disolvió en 1897 la Kunstlerhaus –la Cooperativa de Bellas Artes de Viena- y ante el rompimiento, varios de ellos crearon un nuevo agrupamiento, llamado Secesión, que fue encabezado por Klimt. La nueva formación declaró su independencia de las artes decorativas tradicionales y rechazó la orientación que prevalecía en la Kunstlerhaus. Publicaron su propia revista y construyeron un edificio propio para exhibir su trabajo y el de otros. El edificio sigue en pie, fue restaurado en 1986 y representa un modelo superior del Jugendstil.

A la ciudad, colmada de corrientes artísticas e intelectuales, se agregó en mayo de 1903, el Wiener Werkstätte –el Taller vienés- de Josef Hoffmann, Koloman Moser y Fritz Waendoper, con el propósito de diseñar muebles y otros objetos y espacios, así como para decorar casas, negocios, comercios, locales… A los tres diseñadores se unieron Klimt y Oskar Kokoschka.

Al mismo tiempo, en el campo de las ciencias se debatían las novedosas teorías de Sigmund Freud. Sus estudios dieron un vuelco a arraigadas ideas y conceptos de la sociedad y sacudieron la vida de miles de personas. Las teorías del psicoanálisis y del pansexualismo transformaron una concepción vital. La interpretación de los sueños, nuevas ideas sobre la personalidad y el inconsciente y otros conceptos, impactaron hondamente la conducta y el pensamiento en  Occidente. 

En el área musical la Viena finisecular cerraba algunas corrientes y abría otras nuevas. Gustav Mahler, Johann Strauss, Arnold Schoenberg  y  otros compositores transformaban elementos esenciales de la música y se empeñaban a fondo hasta alcanzar una novedosa tonalidad.

Arthur Schnitzler, Hugo von Hofmannsthal, Karl Kraus, Robert Musil y otros escritores hacían lo propio en literatura. Karl Kraus depuraba a la sociedad vienesa con sus sátiras; Schnitzler introducía el monólogo interior en las letras de lengua alemana; Hofmannsthal hacía un llamado a la universalidad y la reconciliación; y Robert Musil redactaba una de las mayores novelas de la literatura universal.   

Cuatro años después de que iniciara la Primera Guerra  Mundial, el Imperio de los Habsburgo fue abolido. Ese año -1918- también murió Gustav Klimt.

La profusión e intensidad que alcanzó la literatura creada unos años más tarde se concentró, sin proponérselo o no, en lamentar aquella época venturosa: la del Imperio irremisiblemente perdido.          

Klimt: su arte y su tiempo

La época durante la cual emergió la obra de Gustav Klimt ha sido una de las más estimulantes de la historia de Austria. Igual fue una de las etapas más resplandecientes de las postrimerías del Imperio.

Gustav Klimt nació en Viena, en 1862, siendo el mayor de una familia de siete hermanos. A los catorce años ingresó a la Escuela de Artes y Oficios de Viena, donde adquirió una acabada virtud técnica y una amplia erudición en el diseño y en historia del arte. 

De esa escuela emergió para realizar un trabajo insustituible en los muros y techos del Museo de Historia del Arte y del Burgtheater. En éste inmortalizó en su pintura a no pocos patrones del Teatro, lo que le valió reconocimiento y prestigio inmediatos. La calidad de su arte quedó establecida muy pronto.

La Cooperativa de Bellas Artes de Viena -la Wiener Kunstlerhaus- fue disuelta en 1897. Varios de sus miembros crearon un nuevo agrupamiento al que llamaron Secesión y fue encabezado por Gustav Klimt. A esta nueva formación la unía no un estilo de trabajo sino la búsqueda de libertad para crear. El grupo era proclive a las innovaciones y contribuyó con Otto Wagner en la urbanización y embellecimiento de Viena.

Si en varias poderosas capitales europeas y otras, se desarrollaba un intenso movimiento cultural, la acción de los Secesionistas austriacos desató un oleaje que alcanzó no sólo a la región sino a Europa toda.

Cuando se agotaron los contratos públicos Klimt se dedicó a pintar para la alta sociedad, sobre todo retratos de mujeres. Con los retratos creció su abstracción y simbolismo, a decir de los estudiosos. De las más de 250 obras de Klimt, 80 son retratos de mujeres. Hizo también más de cuatro mil dibujos de mujeres, en todas las posiciones amorosas.

Las murmuraciones lo acusaban de haber mantenido relaciones con una cantidad de modelos, clientas y amistades. Pero igual, debates ríspidos levantaron también sus murales “Filosofía” y “Medicina” de la Universidad de Viena, entre el profesorado en el primer caso, y en el segundo la controversia llegó hasta el Consejo Imperial.

Hay un testimonio confiable que contradice los cargos. Una de las hermanas del pintor aseguraba que Klimt llevó una vida asaz convencional, viviendo en un departamento con su madre y dos hermanas, con una rutina sólida. Y en una nota personal, el mismo pintor habría escrito: “Estoy convencido de que no soy particularmente interesante como persona… si alguien quiere saber de mí –como artista, la única capacidad en la que valgo- debe atender a mi pintura…

Críticos e historiadores coinciden en que su arte pertenece a las corrientes expresionista y simbolista, antes de adoptar su propio estilo “dorado”, y cuando ya su notoriedad como artista se hallaba establecida. Bien poco se ha estudiado su afición al estudio del arte japonés.

El magisterio de la obra de Klimt ha pasado a constituir una referencia natural para todo estudioso o amante del arte, e indispensable y obligada para cada aspirante al ejercicio de las artes plásticas. El lenguaje de las formas y los colores de Klimt es luminoso y armónico. Su pintura, como el amanecer, enciende la vida y sus ansias más recónditas. Más que un estilo, Klimt parece un arquetipo.

Además de retratos, Klimt pintó paisajes, árboles, varios murales, frisos y motivos clásicos: Atenea, Teseo, Danae… Pintó en un Spa de Karlsbad, en el Burgtheater, en la Universidad de Viena, en el Museo de Historia del Arte y en otros sitios.

Participó en varias exposiciones internacionales: la Novena Bienal de Venecia en 1910; la Exhibición Internacional de Arte en Roma, en 1911; exhibiciones en Budapest, Múnich y Manheim, en 1913; con Egon Schiele y Oskar Kokoschka en Berlín en 1916. En 1917 fue electo Miembro Honorario de la Academia de Bellas Arte en Múnich y Viena.

Sin duda, el tránsito terrenal del pintor fue privilegiado. Murió en 1918, el mismo año que el Imperio austriaco desapareció.      

Epílogo    

Una temporada fuimos vecinos de Klimt. El Palacio Belvedere, el cual alberga la obra mayor del pintor y su memoria, se encuentra en la Prinz Eugenstrasse 27, a unos metros de Theresianumgasse, la calle donde residimos durante nuestra estancia –más de cuatro años- en Viena. Así que lo visitamos a menudo. Quién sabe si el pintor nos reconoció alguna vez, confundidos entre la multitud cotidiana de turistas.

San Miguel de Allende, mayo de 2022