Fuego Graneado (Fin)

Luis Ayhllón

VI

El asno y el mercader

Sra. Roldán

S:       ¿Cerraste la llave de gas?

M:     Sí.

A:      No te duermas.

M:     No, no. Me decía algo…

S:       Sí. Era un mercader que vendía sal en los mercados.

          Cuando comenzó a tener problemas en las lumbares, se compró un asno.

          Con el animal, el mercader cargaba varios costales de sal a la vez.

Un día, en el camino de regreso a su pueblo, pasaban por un río y el asno resbaló sumergiendo los costales en el agua. Cuando se incorporó sintió alivio, pues el peso se había reducido considerablemente por la sal diluída.

          El asno se puso re contento.

          El mercader, no.

Regresó a la costa con el asno para cargar, otra vez, los costales, ahora con más peso. Al pasar por el río, el asno tropezó, a propósito, para librarse de su carga.

          El mercader acusó la trampa del asno.

Regresaron a la costa, pero esta vez el mercader cargó con cientos de ligeras esponjas la espalda del burro.

Al cruzar por tercera vez el río, el asno se aventó al agua. Las esponjas, bien afianzadas a su espalda, absorbieron el agua y el peso causó que el animal se ahogara.

Antes de morir, lo último que vio el infame tramposo fue al mercader, cagado de risa, a través del agua cristalina.

M:     ¿Por qué me cuenta eso, señora Roldán?

S:       Tú sabes por qué, hijito.

Gema

M:     ¿Y tú qué haces aquí?

G:      Hablé con Querido.

M:     ¿Y qué te dijo?

G:      Hablé con él.

M:     Sí, y ¿qué te dijo?

G:      Me dijo que el señor Nishiyama no es de fiar.

          Debes mantenerte alejado de él.

          Es un informante de una gran empresa.

          Una de sus filiales fabrica androides.

Querido está por entrar a su computadora. Una vez que lo haga, se abrirá una enorme caja de pandora.

          Dice que esto es importante.

          Por eso debes alejarte de él.

          Y no hablar con nadie.

          Enciérrate en el clóset.

          Cultiva en el patio de tu casa.

          Debes ser autosustentable, Moi.

          No salgas.

Mi amigo dice que pronto Netflix producirá una serie basada en sus vidas, pero hablada en inglés.

M:     No creo.

G:      Con Matt Damon.

M:     ¿Por qué Matt Damon?

G:      No puedes seguir en contacto con el tal Nishiyama.

M:     Sí. Lo mandé a la verga.

G:      Ah, cabrón. ¿Con esa boquita comes?

M:     ¿Qué problema tienes con mi lenguaje?

G:      Sólo quiero ayudarte.

M:     …

G:      ¿Has sabido algo de Lucas?

M:     No.

G:      Yo soñé con él.

M:     ¿Y qué te dijo?

G:      Me pidió una disculpa. Me abrazaba fuerte.

M:     Ah, qué bien.

Sra. Roldán: Me acuerdo de esta mensa.

G:      ¿Y ésta quién es?

M:     La señora Roldán.

G:      ¿Y cómo se metió aquí? ¿Tú la invitaste? Mensa, su abuela, vieja grosera.

M:     No.

G:      ¿Quién la invitó?

Moisés se encoge de hombros.

Sra. Roldán: Tú hiciste sufrir mucho a mi Lucas.

G:      Y usted, ¿qué sabe de mí?

S:       Yo sé cosas que tú ni imaginas, mi’jita.

G:      Dile que se vaya.

M:     No se puede salir.

G:      ¿Por qué?

M:     Sus leyes son otras.

G:      ¿Por qué?

M:     La señora Roldán colgó los tenis.

G:      ¿Se murió? Ajá.

M:     Sí, se murió.

G:      ¿Y qué hace aquí?

M:     Pues sepa Dios.

G:      ¿Cómo sabes que se murió?

M:     Me dijo Lucas.

G:      ¿Ya regresó?

M:     No, no, no ha regresado. Antes de que se largara, me lo contó. El día que se fue, estuvo en su funeral.

          Le dieron una cajita.

          Y al tercer día, la señora Roldán resucitó.

Gema se ríe.

G:      Esto es demasiado, Moisés. No se puede contigo.

M:     ¿Qué es demasiado?

G:      Vives en un mundo imposible.

M:     Mira quién lo dice.

          Tú eres quien comentó cosas privadas con ese tal Querido.

          Tú eres la que colecciona pornografía.

Tú eres quien comenzó a descifrar tatuajes íntimos y me enredó con un puto japonés que sólo me decía: morumotto, no.

G:      Eso es otra cosa.

          No me cambies el tema.

          ¿Cómo puedes creerle a esta señora?

S:       Yo sí te conozco a ti, mi’jita. Sé muy bien quién eres.

G:      ¿Cómo es que me conoce?

S:      Yo siempre he estado muy cerca de Lucas. Yo siempre lo he cuidado. Yo velo por él y rezo por él todas las noches.

Aparece señor Nishiyama.

Sr. Nihiyama   No, conejillo. Conejillo, no.   Risa.   Morumotto, no. Morumotto, no. Morumotto, no.   Risa.   ¿Qué soy? ¿Qué soy?   Risa.   Puto japonés.   Risa.Gema   Vives en otro mundo y no distingues lo que sucede en realidad. No tienes idea de lo que sucede. Querido tiene razón. Somos parte de un experimento que lo único que busca es inocular el caos en nuestras familias. Por eso hablas de vampiros, de santas chafas y madre y media. No sabes nada. No sabes nada. Tienes que enfrentar la realidad y asumirla.    Sra. Roldán.   Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas de la ciudad.  Mas los perros estarán fuera, los putos perros y los hechiceros, los violadores, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que practica la mentira.     

Moisés se levanta y sale de cuadro.

La Sra. Roldán, Gema y el Sr. Nishiyama salen de reunión.

Entra Lucas a reunión.

– Moisés.

Moisés.

Aquí estoy.

Moi.

Moi.

Moisés se asoma a cuadro.

– ¿Lucas?

– Sí.

– ¿Dónde putas estabas?

– Bueno, es difícil de decir.

– ¿Dónde estabas?

Hablé con Chema, con Pepe, con Evaristo. Nada. Fui a los hospitales. Nada. Fui a la Semefo. Nada. Hablé con Gema.

¿Hablaste con ella?

Sí, ya sé que no tienes ningún hijo que se llame como yo.

Perdón.

¿Dónde estabas?

¿Tienes un tatuaje en forma de código de barras?

¿Eres un puto androide?

¿Viste a la señora Roldán?

¿Supiste que resucitó?

¿Por qué me has mentido?

Yo solo quiero que todo vuelva a ser como antes.

– ¿Cómo?

– Como cuando éramos niños.

– No se puede, Moi.

– Pero solos tú y yo.

– No se puede, Moi.

– Ella me dijo.

Ella me dijo.

Ella dijo que tú me querías ayudar.

Eso me dijo la señora Roldán.

Me dijo que te quedaste conmigo esa noche. Que me cuidaste.

– …

– Eso me dijo.

– Es una santa.

– Hablaste en presente.

– …

– ¿La viste?

– Sí.

– ¿Cómo fue? ¿Dónde estabas?

– La vi con unas enormes alas volando hacia el dintel de mi ventana. Vestía con unas telas de pintura renacentista, se veía radiante. Me sonrió y yo le pregunté por la cajita. No me dijo nada, pero pronunció tu nombre y se sonrió. Después me vine a casa.

– ¿Dónde putas estabas?

– Bueno, ya estoy aquí, ¿no?

– ¿Eres un androide?

Después de un momento Lucas niega con la cabeza.

– ¿Por qué tienes ese tatuaje con un código de barras?

– ¿Quién te dijo?

– Contesta.

– Todo este tiempo, ¿estuviste en algún laboratorio?

– No.

– ¿Fuiste a Japón?

– No.

– ¿Por qué tienes ese tatuaje?

– Eso es algo privado. Gema no debió/

– Contesta.

– Fue una apuesta, ¿ya?

– ¿Apuesta de qué o de qué?

– No soy un androide, carnal. Soy Moisés Sandoval Pérez. Tu hermano. Tengo diabetes e hipertensión arterial.

– ¿No lo eres?

– No.

– ¿No soy un conejillo de indias?

– No.

– ¿Estás seguro?

– Sí.

– ¿Dónde estabas?

– Lejos.

– ¿Dónde?

– No importa.

– Sí, para mí, sí.

– ¿Para qué quieres saber?

Lucas sale de reunión.

– ¿Quién soy yo, el asno o el mercader?

¿Quién soy?

¿Cuántos murieron en el incendio?

Tengo sed. Tengo un chingo de sed.

No me gustan los perros, Lucas.

Prefiero, prefiero/

Agradezco que hayas estado esa noche.

Gracias por existir.

¿Dónde estabas?

Yo no quiero ahogarme, Lucas.

Yo no quiero ahogarme.

Yo…

Yo…

Lucas se queda inmóvil y en silencio un largo momento. La imagen se corta a negros.

FIN