Dos siglos de vecindad revestida

Pedro González Olvera

El pasado 12 de diciembre se cumplieron 200 años del inicio de las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos. En ese mismo día pero de 1822 el gobierno del país vecino reconoció al de México recién independizado, Fue un reconocimiento de facto pues no hubo de por medio un intercambio de notas diplomáticas, ni ningún otro documento que lo avalara. En cambio el presidente James Monroe recibió en la Casa Blanca a José Manuel Zozaya, enviado del emperador Agustín de Iturbide, con la encomienda de conseguir el ansiado establecimiento de relaciones diplomáticas formales, lo que significaba ingresar de lleno al concierto internacional, a pesar de que España no reconociera la independencia mexicana.  Desde entonces Estados Unidos se constituyó en un factor de presencia permanente, por acción o por omisión, de la política exterior de México.

De hecho, la frontera común hacía imposible que el nuevo país ignorara a su vecino del norte, el cual empezaba ya a dar muestras de lo que en pocos años sería su creciente poderío, incluso a costa del territorio de España, Francia y desde luego México. Así, nuestro país, es decir los mexicanos, debió y debieron acostumbrarse e vivir al lado de una potencia, cada vez con más poder y a tratar de sortear los riesgos que representaba, al mismo tiempo, aprovechar los benéficos que pudiera conseguir en esa difícil convivencia. 

Es de sobra conocido que los dos siglos de vínculos han sido muy complicados para México; se trata de una relación con muchos tropiezos y dificultades y por el lado contrario, de buenos y amistosos momentos, no demasiados es verdad. Como sostiene un distinguido internacionalista y ex Canciller mexicano:

A fuerza de ser evidente y de repetirse todos los días, se ha convertido en un lugar común afirmar que la relación bilateral de México con Estados Unidos es la más importante para nuestro país. La forma en que nos acercamos o en que mantenemos cierta distancia con el vecino del norte permea y pervade (sic) no sólo el conjunto de las relaciones con el resto del mundo, sino también la vida pública nacional. Difícilmente se podría encontrar un tema de mayor densidad o que resulte tan polémico en los ámbitos diplomáticos, económico o político. Justamente por su relevancia, la definición de una política al respecto o la ausencia de ésta tienen consecuencias que rebasan la esfera diplomática e inciden directamente en el rumbo del país.[1]

Recurrir a la historia es un buen método para conocer lo que han sido los vínculos. Desde el principio la ambición territorial estuvo en la agenda de Estados Unidos respecto de México. Joel R. Poinsett, el primer enviado estadounidense a México, primero como representante comercial y después como primer representante diplomático, no ocultaba que uno de los objetivos de su misión era la compra de Texas. Más tarde, a trasmano, alentaron a los colonos anglosajones a los que el gobierno mexicano les había permitido asentarse en ese territorio mexicano, a declarar su independencia y enseguida a que se unieran a la Unión Americana.

No les bastó. Recurrieron a la guerra para conquistar más territorio. Lo consiguieron y dejaron a México sin la mitad de su superficie territorial, para comprar poco tiempo después otra porción de terreno, La Mesilla, con lo que se puso fin al cercenamiento del suelo de México, pero no a sus ambiciones de los que México, por una u otra razón, quedó a salvo definitivamente, aunque no de sus políticas intervencionistas casi por cualquier motivo.

Sin embargo, llegó un paréntesis. Cuando México sufría otra agresión extranjera, la francesa, que apoyaba un remedo de imperio, Estados Unidos se puso del republicano encabezado por Benito Juárez, apoyándolo con dinero, armas y presión internacional. Ciertamente, no por pura solidaridad, sino por la inconveniencia de tener en el sur a una potencia extranjera que pudiera retar su predominio continental. Sea como fuera, hubo un principio de entendimiento, que no se repetirá hasta la segunda guerra mundial, cuando de nuevo la cooperación es la llave de la relación, mediado por dos nuevas invasiones, reclamaciones y regateo del reconocimiento de gobiernos (ahí están los Acuerdos de Bucareli, como buen ejemplo de ese regateo).

De tal manera, la cooperación ha sido elemento característico de las relaciones con Estados Unidos a partir de esa gran conflagración. A decir de Mario Ojeda Gómez, la cooperación terminó con el miedo a una intervención norteamericana abierta y directa por la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas. De hecho, el acuerdo establecido a partir de la expropiación “marca el fin de una etapa de las relaciones con los Estados Unidos caracterizada por el conflicto permanente, para dar nacimiento a otra tipificada por la cooperación”.[2] 

A partir de ahí, del nuevo entendimiento, las relaciones han tenido como característica principal la fluidez, quizá por conveniencia mutua, pero el caso es que sin que dejaran de existir las desavenencias, se inauguró una política en la que México pudo obtener un grado de autonomía relativa, siempre y cuando no se pensara en salirse de la órbita norteamericana, o se experimentara con una revolución al estilo cubano. Podía haber un voto diferente en la OEA y mantener relaciones diplomáticas con la Cuba revolucionaria, por ejemplo, pero no un desafío de acercamiento estructural a la Unión Soviética, sí mantener relaciones diplomáticas, un leve intercambio comercial y una que otra visita, nada más. Desde luego, nunca hubo, ni siquiera ahora, la idea de establecer en México un gobierno con características socialistas, más bien lo que sí apareció cada cierto tiempo fue un anticomunismo grato a los Estados Unidos.

No era en la arena de la política internacional donde surgían las diferencias, sino más bien en desacuerdos sobre las agendas en temas de migración, narcotráfico y crimen organizado, medio ambiente, y comercio que hoy por hoy siguen siendo los temas prioritarios de la relación, que además con el paso del tiempo se fue transformando. Sin dejar de lado completamente el recelo se pasó a una especie de diálogo, al trato de las diferencias de manera más o menos pactada, en un medio ambiente de más cercanía hasta donde lo permitiera el sello que los mexicanos traen en su ADN sobre la creencia, o certeza, de que los Estados Unidos nos robaron la mitad del territorio nacional, en tanto esos mismos mexicanos ven al vecino del norte como el mejor espacio para encontrar una vida mejor. A fin de cuentas, era de “nuestra propiedad”.

Los nexos también se fueron haciendo cada vez más complejos y los actores que participan en ellos se fueron multiplicando paulatinamente. Y es que la relación ha dejado de ser, si alguna vez lo fue, solo de gobierno a gobierno (los tres poderes en conjunto y por separado); intervienen los gobiernos locales (estatales y municipales: la famosa paradiplomacia) las dos sociedades civiles, instituciones privadas como empresas, iglesias, ONGs, fundaciones e instituciones académicas e individuos. Las visitas mutuas de todo tipo de delegaciones oficiales se volvieron más frecuentes y numerosas, aunque otras se dejaron en el olvido, como las reuniones interparlamentarias que eran un buen foro, para que los integrantes de los respectivos poderes legislativos conocieran de primera mano. De cualquier manera los canales de comunicación son muchos y más diversos.

La dinámica fronteriza constituye una muestra muy representativa de lo que hoy son las relaciones entre México y Estados Unidos. La frontera en su conjunto tiene un número de cruces de personas que no se ve en ninguna otra frontera del mundo[3]. Por ejemplo, en el punto fronterizo de san Ysidro, cruzan diariamente más de 100 mil personas para trabajar, estudiar, hacer negocios, visitas familiares, comer, comprar, etc. Si a sumamos todos los cruces en los distintos puntos fronterizos, son más de 1 millón de personas diariamente (la cifra pudo haberse reducido un poco a raíz de la pandemia de coronavirus), las que van o vienen casi por cualquier motivo.

Los lazos intrafronterizos has llegado a crear economías que tienen su propia marcha y no son tan afectadas por los vaivenes de las dos economías nacionales; son espacios económico-comerciales –macro regiones- con una vida propia y con una dinámica que no siempre es bien comprendida desde las dos capitales.

Es por otro lado, no se puede ocultar, una relación asimétrica. Los PIB correspondientes, así como los ingresos de las personas son muy diferentes, siempre favorables a los Estados Unidos. Igual sucede con los índices de pobreza y de riqueza, son índices que demuestran la asimetría de la relación, entre otros factores. Pero aun así, desde la firma del Tratado de Libre Comercio (TLCAN), Estados Unidos se consolidó como el mercado más importante para México. No es que no lo fuera antes de este pacto comercial, pues desde el porfiriato el mercado de ese país se convirtió en preponderante para México, lo que si se hizo novedoso es que México se convirtiera en el primer socio comercial de su vecino norteño.

En años recientes padecimos el continuo hostigamiento del mandatario estadounidense, Donald Trump, quien desde su campaña presidencial hizo de México y los mexicanos, especialmente los migrantes, sus blancos de ataque, como si fuéramos los causantes de los males pasados y contemporáneos de la sociedad y la economía de Estados Unidos. Amenazó con construir un muro que impidiera la migración desde el sur, pagado por los mexicanos. Lo primero sí lo empezó a hacer, lo segundo, por supuesto, no. Al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), lo calificó como el “peor” tratado firmado en toda su historia, obligando a sus socios no a renegociarlo sino a pactar uno alterno, el Tratado México, Estados Unidos, Canadá (TMEC). Lo extraño es que sin que dejara de denostar a los mexicanos, tuviera una buena impresión del nuevo mandatario mexicano, cuando Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones presidenciales en 2018 y que, en contrapartida, este pudiera entenderse con quien se había convertido en el peor villano para los mexicanos.

Incluso, la primera visita a Washington fue para entrevistarse con Trump, oportunidad que no dejó pasar el gobernante estadounidense para tratar de llevar agua a su molino con la comunidad de latinos de origen mexicanos y de estos, residentes en Estados Unidos.

Con el triunfo del presidente Biden vino una etapa un tanto errática de AMLO en sus tratos con Estados Unidos; primero se tardó en enviarle una carta de felicitación por su victoria electoral; posteriormente, lo mismo amenaza con discursos tronantes por supuestas violaciones a la soberanía nacional (que suspende de repente), que propone trabajar juntos en pro del bienestar mutuo; y de nuevo surgen actitudes que muestran rechazo, desconfianza o desafío a Estados Unidos, como se pudo ver con su negativa a asistir a la Cumbre de las Américas celebrada en el presente año en Los Ángeles por la falta de invitación a Cuba, Venezuela y Nicaragua.  AMLO igual combina críticas con alabanzas a su vecino por “sentirse dueño del mundo”, a la vez que le envía una carta a Biden en el que le hace un reconocimiento porque “es el único que no ha mandado a construir un metro de muro, ha actuado de manera consecuente y con respeto hacia México.”

Tenemos entonces en el más alto nivel una relación que pasa por periodos de tensión y relajamiento, reclamos y amistad, miradas cautelosas y búsqueda decidida de mayor integración.[4] Es evidente, por lo tanto, que la etapa siguiente de la relación en el tiempo no está exenta de enfrentamientos y contradicciones, por visiones diferentes de ciertos acontecimientos en el escenario internacional y de la propia vecindad entre los cuales se pueden enumerar los siguientes: migración, crimen organizado, economía, comercio, medio ambiente.

El primero de esos temas es causante desde los inicios de la revolución mexicana de 1910 de grandes problemas y diferencias bilaterales. Ahora la situación es más espinosa pues el gobierno mexicano espera que Estados Unidos lo apoye en sus programas de desarrollo para detener la migración centroamericana y no encuentra eco, más que discursivo; a cambio México ha aceptado, lo que antes hubiera sido impensable: poner a la Guardia Nacional en la frontera sur y norte para detener a los migrantes, que ya no vienen solamente de América Central, sino de Venezuela, Cuba, Haití, Ecuador, y en menor medida de otros países. Ahí no ha habido la cooperación necesaria en la atención a un problema que corresponde atender a los dos socios.

En el área económica comercial, se encuentran las diferencias respecto de las nuevas leyes energéticas mexicanas. Estados Unidos ha recurrido a su perspectiva de lo que dicen las clausulas correspondientes del T_MEC y por eso ha pedido un periodo de 75 días para tratar de resolver las diferencias de opinión “existentes entre los gobiernos de Estados Unidos y México respecto de las medidas a favor de las empresas estatales Comisión Federal de Electricidad (CFE) y Petróleos Mexicanos (PEMEX), las cuales perjudican a las empresas extranjeras que trabajan en la generación de energía en México. El gobierno de Canadá se ha sumado a las demandas y ha dejado a México aislado como socio económico de Norteamérica.”[5]

En el campo del crimen organizado existe siempre el reclamo de Estados Unidos de que su vecino no hace lo suficiente para detener el tráfico de drogas ni para detener a los capos, mientras que México arguye, que el trasiego clandestino de armas desde el norte es una de las causas de la enorme cantidad de homicidios que año tras año padece México. La demanda interpuesta ante tribunales estadounidenses en contra de los fabricantes de armas, ya desestimada, es una prueba de las acusaciones de las dos partes sobre la culpabilidad que tienen los vecinos en el crecimiento histórico del problema.

En cuanto al medio ambiente y su afectación existe una corresponsabilidad manifiesta que o no se acepta o se trata con pinzas. Estados Unidos es uno de los mayores productores de gas invernadero y México continúa aferrado a la explotación de energías fósiles, sin invertir lo necesario en el crecimiento de las fuentes de energías limpias. Ni uno ni otro atienden el problema con la urgencia que se requiere.

Estamos frente a una agenda complicada, con vaivenes entre el enojo y la cooperación. Las dificultades en la agenda no impidieron que durante los actos conmemorativos, en ambas capitales, de los doscientos años de relación los discursos hayan sido positivos y floridos y se firmara una Declaración de Amistad México Estados Unidos países y se comentara la próxima reunión que tendrán en México, el 9 de enero los dos presidentes. El secretario de Relaciones Exteriores de México señaló que 2023 sería uno de los mejores años para la relación bilateral y que México y EU tienen diferencias pero también tienen cómo resolverlas. No es seguro que así sea, mientras se sigan desarrollando actitudes confusas sobre la relación bilateral que no permiten predecir ni siquiera el futuro inmediato de la relación.

No obstante, El hecho crucial es el peso guardado por Estados Unidos en el marco histórico de la política exterior mexicana y de la política en general. De modo semejante al dicho “infancia es destino”, es viable asegurar que “geografía es destino”, y ningún estudio o evaluación general de la política de México es completo sin tomar en cuenta el papel que en ella juega Estados Unidos.


[1] Carlos Heredia Zubieta, “La relación con Estados Unidos: la prueba de ácido de la política exterior mexicana”, en Jorge Eduardo Navarrete (Coord.), La reconstrucción de la política exterior de México: principios, ámbitos, acciones, UNAM, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, México, 2006, p. 175.  Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer empiezan su libro concerniente a la historia de las relaciones México-Estados Unidos de la siguiente manera “Desde el momento en que México se constituyó como soberano a principiar el siglo XIX, su relación con el país vecino tuvo una importancia vital en el sentido más pleno del término. La existencia misma de México como país independiente estuvo subordinada al resultado del choque contra la violenta expansión territorial y económica de los Estados Unidos de Norteamérica y la capacidad de la sociedad y los gobiernos de México para resistir ese embate…Fue el choque con los norteamericanos lo que marcó con más fuerza la percepción del mundo externo y dejó la huella más profunda en la conciencia nacional…(No fue sino) la Segunda Guerra Mundial la que tuvo una influencia decisiva  en el cambio de esta percepción, pues gracias a los grandes sacudimientos que entonces sufrió la estructura del poder internacional que los dos países pudieron llegar a un rápido acuerdo sobre los múltiples problemas aún pendientes.” En: México frente a Estados Unidos. Un ensayo histórico 1776-1980, El Colegio de México, México, 1982, pp. 1-2. Cfr. un libro de reciente aparición: Patricia Galeana (Coordinadora), Historia Binacional. México-Estados Unidos, INEHRM, Secretaría de Cultura, Siglo XXI Editores, México, 2018, 418 pp. Véanse especialmente los ensayos escritos por Patricia Galeana y por Walter Astié-Burgos.

[2] Mario Ojeda Gómez, Alcances y límites de la política exterior de México,El Colegio de México, México, 1976, p. 28

[3] “Somos una región binacional e inseparable. Tenemos lo mejor de México y lo mejor de Estados Unidos en la misma esquina”, asegura, por su parte, Jason Wells, que se crió en Chicago hace casi 50 años, pero que vivió entre Tijuana y San Diego casi los últimos 30. Wells, que está al frente de la Cámara de Comercio de San Ysidro, cruza varias veces a la semana a Tijuana para hacer compras, por citas médicas, para llevar a los perros al veterinario o simplemente para comer unos tacos de birria (carne de borrego con una salsa de chiles y especies), típicos de la ciudad mexicana. Analía Llorente. “Cali Baja, la dinámica megarregión en la frontera entre Estados Unidos y México que genera millones de dólares y empleos” https://www.bbc.com/mundo/noticias-60891469

[4] Pellicer, Olga.  Estados Unidos y México: 200 años de cercanía y distanciamiento. Foreign Affairs, versión electrónica, 14 de noviembre de 2022. En https://olgapellicerblog.wordpress.com/2022/11/14/estados-unidos-y-mexico-200-anos-de-cercania-y-distanciamiento/

[5] Ibid