Mi(s) Ithaca(s)

1

Debí imaginar que viviría mi primera odisea en ese viaje al estado de Nueva York que planeé por varios meses. ¿Acaso el nombre de Ithaca no me decía nada? La verdad es que mi cabeza antes del viaje solo se resumía en tres letras: NYC. Lo mismo les pasaba a mis amigos de la universidad con quienes acordamos encontrarnos en el terminal 1 del aeropuerto John F. Kennedy para luego partir juntos hacia Manhattan y finalmente tomar el bus a Ithaca, ya que todos veníamos en vuelos distintos desde Perú.  A nadie se nos ocurrió pensar que un aeropuerto es el lugar menos indicado para un encuentro, y más aún teniendo en cuenta que el JFK es el más transitado del mundo, ya que anualmente bordea los 50 millones de personas que lo circulan. Entre tantos viajeros, vuelos y maletas, nunca llegamos a encontrarnos, así que con mi colega arequipeña nos aventuramos a partir solas hacia la Gran Manzana.

Llegamos cansadas muy de noche al terminal de buses llamado Port Authority. En las calles parecían que no dejaban de circular los cerca de 9 millones de neoyorkinos que habitaban esa gran urbe. Si bien ya me encontraba en pleno corazón de Manhattan, sentí de pronto que la cabeza de toda la ciudad estaba frente a mí. Y no me equivoqué. Levanté la vista hacia el imponente edificio de 52 pisos y pude leer las letras iluminadas del The New York Times. Comprendí de inmediato que estaba en el lugar donde a diario se reinventaba el mundo. El edificio recién se había terminado de construir en el 2007, como respuesta a lo que pasó el 11 de setiembre de 2001. Su inventor, un arquitecto italiano llamado Renzo Piano, lo concibió “transparentemente”, donde todos puedan verse. De pronto me vi frente a la ventana al interior de una de esas oficinas. Desde ahí podía divisar a los viajeros de todo el mundo que arribaban o partían de Port Authority

El llamado de mi amiga me sacó de mis cavilaciones en plena madrugada. Me dijo que el próximo bus a Ithaca salía en un par de horas. Entonces me volví a acomodar en una de las bancas del terminal a la espera del siguiente viaje. Saqué mi cuaderno azul y comencé a escribir. Entre sueños me vi dentro del gran edificio del famoso periódico. Un centenar de periodistas recorrían apurados los pasillos o se encontraban absortos frente a las pantallas de las computadoras. Alguien me dijo que lo mío ya estaba listo y que estaba en la nueva portada del The New York Times. Al cabo de un rato, recibí el periódico como el pan caliente de las primeras horas de la mañana. Ahí aparecía mi crónica del viaje a Ithaca y, por supuesto, mi nombre. Cuando al fin pude despertar vi que mi amiga dormitaba profundamente, lo que no vi fue a la gente que hasta hace un par de horas esperaba el bus con nuestro mismo destino.

2

Hicimos varias paradas en la travesía por Finger Lakes. Primero fue el Cayuga, uno de los lagos más extensos del estado de Nueva York. Los árboles, las viñas y las casas apostadas a sus orillas quedaron grabadas en la mira de mi cámara.

Gracias a esa imagen vuelve a mí el agua de los lagos y su azul robado al cielo, el verdor de las hojas de los árboles, y también el racimo de uvas y su destino final en la copa de vino. Salud por ese instante pleno que bebemos gota a gota.

Hay lugares que impactan a primera vista, ya sea por la naturaleza que los rodea o por las personas que lo habitan. En los Finger Lakes, sucede por los dos motivos. Ahí ambos se complementan y quizá por eso precisamente le dan una apariencia de un cuadro impresionista.

En una de los lugares donde descansamos, escuché hablar brevemente de Walter Taylor, un hombre polifacético que había muerto hacía poco. Cuando conocí el museo dedicado al vino que él impulsó por ser precisamente uno de sus principales productores de la zona, quedé sumergida en un mundo dedicado a una coleccionista como yo. El museo parecía resguardar hasta el aroma del vino, pero sobre todo resguardaba las obras de arte realizadas por Mr. Taylor. Sus cuadros, sus dibujos, sus fotografías, etc., eran los objetos de un artista de los lagos.

3

Jorge y Gina son dos amigos peruanos que radican desde hace varias décadas en EEUU. Ellos viven en Ithaca y Cortland, respectivamente, pequeñas ciudades cercanas a la mítica y deslumbrante ciudad de Nueva York. Cuando los conocí me sentí muy orgullosa de que mis compatriotas hayan logrado tener éxito en lugares tan lejanos de su tierra natal. A través de ellos pude conocer un poco más de la vida norteamericana, y lo mejor fue que me la mostraron desde sus propias vidas personales, así una no se siente extranjera en ninguna parte.

El punto de encuentro fue Tompkins Cortland Community College (TC3), en Dryden, donde pasé una de las temporadas más felices de mi vida. En este college pude compartir maravillosas experiencias con otros colegas de diferentes universidades latinoamericanas, pero sobre todo TC3 fue la ventana que me permitió apreciar la belleza de los paisajes americanos, sus bosques, lagos y variada fauna; y fue también la puerta para ingresar a la vida cultural de este país, cuya lengua más que un obstáculo para la comunicación fue el principal motivo para adentrarme en el mundo poético de Whitman o Poe.

Jorge tiene el encanto de la magia y por eso un día, que nos llevó a recorrer los Finger Lakes, no me sorprendió que hablara animadamente con un mago al pie del lago y bajo la sombra de un hermoso árbol. Su energía es desbordante y la ha canalizado en importantes proyectos académicos que incluso han hecho posible que mis amigos peruanos y yo visitemos esos lejanos parajes donde el siglo pasado también transitaron escritores famosos como Vladimir Nabokov, quien enseñó en la Universidad de Cornell, el corazón pensante de Ithaca, entre 1949 y 1958. Terminamos el recorrido viendo caer las cristalinas aguas de la cascada de Taughannock. Ahí aprendí el significado de la palabra gorgeous.

Gina lleva el arte en sus venas y se trasluce en su voz. Su canto es la melodía perfecta que complementa la belleza de las tardes en su casa de Cortland, rodeada de bosques majestuosos. Su casa, que atesora una valiosa biblioteca y resguarda un piano que toca talentosamente su hijo mayor, nos acogió un domingo de fines de junio de 2013. La escuchamos cantar el inolvidable “Adiós Nonino” y otras piezas de Piazzolla, mientras su gato dorado husmeaba desde alguna parte del jardín. Su proyecto de una galería de arte se hizo realidad muchos años después. Se llama Sikora Arts Gallery.

4

Ya estoy de vuelta en mi país, pero hoy mismo regreso a Ithaca. Fiel al poema de Cafavis haré que sea larga la jornada, llena de aventuras y experiencias. Antes de abordar el barco que me lleve por los lagos, me echaré de espaldas sobre el último tramo del embarcadero; abriré mis ojos para confundir el azul del cielo con el color del Keuka, del Séneca o del Cayuga, lo mismo da cuando el agua gobierna nuestras vidas. Subiré al Columbia, ese barco que nos desplazó sobre el azul de esas aguas, y me ubicaré en la proa para distinguir en el horizonte otros barcos que traen a viajeros de distintas tierras. Nos saludaremos a lo lejos sin palabras como corresponde a nuestra esencia natural. Las miradas de bienvenida y despedida se cruzarán como los peces dentro del lago. Algunos viajeros, tal náufragos, habrán vivido su propia odisea; otros más bien llevarán las estrellas en sus ojos y con sus manos nos señalarán el camino. El Columbia avanza raudamente, ya sin tiempo, entre árboles y agua, su motor es mi corazón palpitante, dispuesto a llegar a otras Ithacas.