Pedro González Olvera
El máximo organismo de representación internacional acaba de cumplir 75 años desde su fundación y Pedro González Olvera lo celebra haciendo un recuento de sus principales logros y desafíos. Al reconocer que la convivencia entre naciones está lejos de ser armónica, rescata lo dicho por uno de los dirigentes de este foro mundial respecto al sentido de su existencia.
En el septuagésimo quinto aniversario de la Organización de Naciones Unidas los especialistas se preguntan una vez más si ha cumplido con sus objetivos, y las respuestas son variadas. Unos afirman que la ONU ha fallado, especialmente en lo tocante a mantener la paz y en mantener lejos de los conflictos a la humanidad. El número de enfrentamientos bélicos habidos en las siete décadas y media de vida de la ONU, representa la base de quienes argumentan el fracaso de la organización en este campo; y es verdad, si tomamos el fin de la Segunda Guerra Mundial como punto de partida pues la ONU fue fundada, como se sabe, en ese momento, la cantidad de muertos y heridos en pugnas bélicas de toda índole es todavía alta, no en porcentajes similares a la de esa gran guerra, sin embargo suficientes para no poder semejar al mundo con un sitio totalmente pacífico y armonioso.
Pero seríamos injustos si aceptáramos la visión de un organismo en completo naufragio; en todo caso, la situación no es culpa de Naciones Unidas. A pesar de que la Asamblea General funciona con la formula igualitaria de “un país un voto”, su construcción se consumó fijando un modelo en donde los intereses individuales nacionales se antepusieron al interés de la comunidad internacional, situación bien demostrada en el formato del Consejo de Seguridad, con cinco integrantes más iguales que el resto, con derecho de veto cuando una resolución no se ajusta a sus intereses nacionales. No sólo esto, todos los integrantes de la organización toman en cuenta, antes que nada, es9os intereses, si consideran que se encuentran en trance de ser afectados por una medida multilateral surgida de la ONU.
El contexto mundial configurado al finalizar la Segunda Guerra Mundial fue el de la guerra fría, caracterizado por un sistema bipolar, con dos grandes potencias, cada una con su zona de influencia y su bloque de poder, en permanente pugna. Era difícil por lo tanto para cualquier organismo internacional, sin importar su estructura y sus normas de funcionamiento, tener éxito en un medio tan complicado, en donde las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, constantemente solían poner al mundo al borde de la guerra nuclear.
La Organización de Naciones Unidas tuvo que bregar en medio de este ambiente tan complejo, que la hacía parecer como un “elefante reumático” cuando se trataba de imponer la paz. Los intereses de las dos grandes potencias se imponían a la hora de conseguir una solución a múltiples conflictos regionales, que fue la forma que esas dos grandes potencias encontraron para que la guerra fría no se transformara en una guerra caliente.
De cualquier manera, esfuerzos para mejorar el entorno conflictivo no faltaron; desde la Asamblea General se creó la Unión pro Paz, con la que se buscaba superar la parálisis del Consejo de Seguridad, se dio vida a las Fuerzas de Paz (Cascos Azules) y Operaciones de Mantenimiento de la Paz, que dependen directamente del Consejo de Seguridad y tienen como objetivos generales promover y mantener la paz en áreas de conflicto, monitorizar y observar los procesos de paz, así como asistir a las partes contendientes en la implementación de tratados con fines de paz. A lo que debe sumarse sin reservas la gran responsabilidad de la ONU en el trabajo del desarme.
Con sus limitaciones, problemas y fracasos, a la ONU deben reconocérsele varios éxitos en sus labores; gracias a ella, o en buena medida gracias a ella, el mundo pudo atestiguar el surgimiento de numerosas nuevas naciones que antes habían sido colonias de imperios como el inglés, el francés y el holandés, en el proceso conocido como descolonización, del que Naciones Unidas fue un activo promotor. Muchos de estos países son diferentes ahora en educación, salud, y desarrollo económico de sus respectivas poblaciones, si los comparamos con su situación al momento de su independencia. La ONU ha sido el innegable motor de la cooperación internacional para el desarrollo en beneficio de estas naciones.
Con seguridad oiremos voces que nos dirán que falta mucho por hacer y esas voces tendrán razón, en el sentido de que no se han alcanzado índices suficientes de desarrollo para cubrir todas las necesidades de su población, es decir lo que debe considerarse una nación con vida digna, pero no es culpa de la Organización de las Naciones Unidas. Lo es de un sistema que antes que la equidad privilegia la desigualdad, en donde unos cuantos acaparan la mayor parte de la riqueza y una enorme proporción de la humanidad posee una cantidad mínima de la riqueza mundial.
Y que quede claro que esta aseveración no proviene de ningún grupo de revolucionarios, sino que surge de la propia organización internacional, que ha logrado establecer un consenso al respecto, preocupada por una situación que amenaza el desarrollo social, frena el crecimiento económico y puede provocar más inestabilidad política.
A partir de esta constatación de una realidad enfermiza, la ONU ha dedicado una buena suma de esfuerzos orientados a acelerar la cooperación internacional redundante en el crecimiento, el desarrollo y la mitigación de la desigualdad. Invierte energías de manera permanente en su logro: desde sus orígenes se formó el Consejo Económico y Social (ECOSOC), dio vida a los Decenios para el Desarrollo, propuso metas de cooperación internacional, como la de 0.7% del PIB nacional de sus integrantes a aplicarse directamente a las labores pertinentes al desarrollo y estableció en el año 2000 los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Al cumplirse el plazo fijado para el cumplimiento de estos, fueron sustituidos por los Objetivos de Desarrollo Sostenible o Agenda 2030, a los que deben sumarse un buen número de actividades (conferencias, cumbres, reuniones regionales) sobre la materia. Los triunfos han sido limitados, las metas se cumplen solo parcialmente, no obstante hay ganancias. Las estadísticas lo demuestran.
En el año 2020, en medio de la epidemia más grave padecida por el género humano en mucho tiempo, la ONU está dedicada a buscar paliativos, a encontrar fórmulas de cooperación que permitan que las vacunas y los medicamentos que habrán de aliviar esa epidemia no sean acaparados por unas cuantas naciones ricas, y que, por el contrario, se distribuyan en beneficio de todas las naciones de nuestro planeta.
Desde una perspectiva de la ONU como un sistema de instituciones, normas y costumbres que buscan una paz multidimensional en el mundo, la connotada internacionalista mexicana, Olga Pellicer, subraya “que han sido principalmente tres los esfuerzos del organismo para detener la pandemia. El primero es la coordinación de agencias dentro del sistema de Naciones Unidas con organismos económicos internacionales; el segundo, elaborar informes específicos sobre los efectos de la crisis por regiones y por grupos sociales, y, el tercero, buscar que la vacuna sea accesible para todos”.
Además, la enfermedad no tiene sólo efectos en la salud, ha acarreado una catástrofe económica de dimensiones mayúsculas, La ONU tiene que vigilar también que esa catástrofe tenga los menores efectos negativos posibles. La suma de los efectos de la COVID en los ODS o Agenda 2030 diseña un escenario trágico. Con seguridad palmaria, grandes sectores que a fines de 2019 se encontraban en la clase media, o creían estarlo, pasarán a engrosar las filas de la pobreza. Muchos se mantendrán desempleados esperando una recuperación de la economía o ingresarán al empleo informal.
Un amplio porcentaje de niños y adolescentes no retornarán a las aulas; las escuelas privadas sufrirán una merma en sus inscripciones y muchos de sus profesores su quedarán sin empleo. Los servicios de seguridad social quedarán debilitados, más aún de lo que ya estaban, salvo honrosas excepciones, la brecha digital tendrá un ensanchamiento y la cultura será una de las áreas más rezagadas en la inversión pública.
Esto sin contar que los pobres serán más pobres, que continuarán padeciendo hambre, falta de vivienda digna, agua potable, servicios de salud, educación, etc. En conclusión, será prácticamente imposible llegar al año 2030 y poder atestiguar el cabal cumplimiento de los ODS.
Sin embargo, queda espacio para ser optimistas. En la ONU se sabe que los programas de largo aliento, semejantes a los implementados alrededor de la búsqueda de desarrollo, no se conquistan en su totalidad. Se entendía de antemano que, aún sin la pandemia, esto iba a pasar, análogamente a lo sucedido con los ODM y la gran crisis económica de 2008.
La intención real, entonces, es avanzar lo más posible dentro de lo viable. Esto sería ya una ganancia y será el punto de partida del siguiente programa, cuidando sobre manera que no haya más retrocesos, y reiterando a los gobiernos integrantes de la ONU la permanente necesidad de que intensifiquen sus esfuerzos o al menos los mantengan en favor de los ODS; de ahí la insistencia en celebrar constantes reuniones internacionales, que son criticadas por una aparente inutilidad, empero son fructíferas en mantener el interés en los temas tratados en ellas.
La ONU tiene éxitos en otros campos que han cambiado las relaciones internacionales. Desde su núcleo salieron propuestas importantes para el avance del derecho internacional público, como el Derecho del Mar y el Derecho Diplomático y Consular. De la ONU surgió la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hace 72 años, estableciendo, por primera vez, los derechos humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero y que en la actualidad son reconocidos universalmente, aunque no se respeten aquí o allá, sin que esto sea culpa de la organización.
La ONU se auto asignó la tarea de llevar al desarme universal y completo, tarea idealista si alguna, Sin embargo, también hay avances, como los logrados por el insigne diplomático mexicano, Alfonso García Robles, entre ellos la firma del Tratado de Tlatelolco, que le valieron el Premio Nobel de la Paz en 1982. Vale la pena recordar de paso el tiempo que llevó lograr los mencionados avances en el derecho internacional público y la plena aceptación de los derechos humanos. Eso nos da una idea de lo que le cuesta a la ONU reformar aspectos nodales de la convivencia internacional.
La ONU ha hecho otras relevantes aportaciones en los más diversos campos. El área del medio ambiente tampoco es ajena a su trabajo. Desde diciembre de 1972 con la creación del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), no ha dejado de lanzar iniciativas dirigidas a la preservación del medio ambiente mundial y el combate al cambio climático ha tenido a su más decisivo impulsor en este organismo. La Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que se realiza anualmente contra viento y marea, busca adoptar decisiones clave para, por lo menos, atenuar el grave daño que sufre el medio ambiente en todo el planeta. Sus conferencias sobre este tema han sido fundamentales en la adopción de medidas que respondan al daño que se le hacho a la naturaleza en todos sus ámbitos. Que no se cumplan, es otra cosa, de nuevo porque los Estados, anteponen sus intereses particulares a los de la sociedad internacional.
En las labores por conseguir una real igualdad de género y de alcanzar mejores condiciones para la mujer (adulta y niña), la ONU ha estado igualmente en primer lugar. La ha realizado al menos desde 1975, con la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer, celebrada en la ciudad de México, y posteriormente con diferentes reuniones: como la Conferencia Mundial del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer de 1980, en Copenhague, la Conferencia Mundial para el Examen y la Evaluación de los Logros del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer, que se desarrolló en Nairobi, el 23º periodo extraordinario de sesiones para llevar a cabo un examen y una evaluación quinquenales de la aplicación de la Plataforma de Acción de Beijing, el 49º periodo de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de 2005, en el cuál se elaboró un examen y una evaluación decenales de la Plataforma de Acción de Beijing, el examen al cabo de quince años de la Plataforma de Acción de Beijing se realizó durante el 54º periodo de sesiones de la Comisión, celebrado en 2010, la revisión y evaluación tras 20 años de la Plataforma de Acción de Beijing tuvo lugar durante la 59ª sesión de la Comisión en 2015, y la próxima revisión y evaluación tras 25 años desde la adopción de la Plataforma de Acción de Beijing, pospuesta hasta nuevo aviso por la epidemia de COVID. De nuevo, al igual que en otros asuntos de primera importancia, si no se logra la total puesta en marcha de todas las medidas en favor de la mujer no puede culparse a la ONU sino a los Estados que no tiene el suficiente interés en hacerlo.
En su funcionamiento, la ONU se ha movido siempre moviendo en aguas peligrosas. Ahora, El nacionalismo, el aislacionismo y el unilateralismo representan serios obstáculos a la cooperación internacional. El recorte de los fondos otorgados por Estados Unidos a la OMS, acompañada de la salida de este país de la organización decretada por el presidente Donald Trump y en general la embestida del gobierno de éste en contra del multilateralismo, el acaparamiento de insumos médicos y la carrera individual en diferentes carriles en la investigación de las vacunas contra la epidemia de COVID, son las mejores muestras de la imposición del interés nacional por encima del interés universal.
Sólo algunos gobernantes han entendido el valor del trabajo conjunto, de la cooperación internacional, considerándolo el mejor sendero de superación de una crisis semejante a la provocada por el coronavirus. En el resto, primordialmente las grandes potencias, ha prevalecido el interés nacional.
La ONU en cambio, junto con diferentes países, rema a contracorriente. Impulsa el multilateralismo al considerar que es la mejor manera de encontrar salidas a la pandemia y otros problemas correlativos en la coyuntura actual. Los expertos en la organización mantienen un optimismo moderado en función de lo anterior y basados en las experiencias del pasado. Son idealistas, sin desconocer el contexto en el que se fundó la ONU y todavía la rodea, a pesar de la desaparición del sistema bipolar. Seguirán permanentemente haciendo llamados a la solidaridad internacional, para conseguir respuestas y logros parciales. Este es su modus operandi, el único que pueden usar en una sociedad internacional, en la que no existe una completa gobernanza global y el derecho internacional sólo se aplica fragmentariamente.
Lo anterior no quiere decir que la ONU no pueda ser reformada y llevada a una nueva etapa en su estructura interna y en sus funciones. Hace ya algunos años, otro gran internacionalista, el Dr. Modesto Seara Vázquez, propuso adoptar una nueva Carta de Naciones Unidas, acorde al orden internacional surgido al finalizar la guerra fría, para constituir una organización más efectiva, y también más democrática; que no pueda ser utilizada para legitimar acciones arbitrarias de las grandes potencias.
Hay otros posibles cambios, como desaparecer o disminuir el poder de veto de los cinco integrantes permanentes (el Reino Unido y Francia se han comprometido a no usarlo en caso de crímenes de lesa humanidad), o reemplazar la fórmula de un país un voto, por una semejante a la que tiene el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), de porcentaje de votos de conformidad con las dimensiones de económicas y políticas de los países y de sus aportaciones a la propia ONU. Todo para mejorar lo que ya está rebasado o no ha impedido una óptima marcha de la ONU funcionamiento. Incluso, hay material para llevar a cabo modificaciones inmediatas de situaciones que se antojan ya absurdas, como eliminar la inclusión en la carta de Alemania y Japón como los enemigos derrotados de la segunda gran guerra.
Es imperativo igualmente corregir las desviaciones que han tenido en el campo de acción los Cascos Azules. Su incapacidad para impedir el genocidio en Ruanda, en 1994, cuando fueron acusados de abandonar a los tutsis a manos del exterminio hutu, o su supuesta, o real, insolvencia para impedir la limpieza étnica en Bosnia llevada a cabo por las fuerzas serbio-bosnias en contra de la población musulmana, en la que tuvieron que intervenir fuerzas de la OTAN para detener el genocidio. Pero quizá lo peor, por ir en contra del espíritu con el que se fundaron, son las serias y graves denuncias por sus abusos sexuales contra mujeres y niños en Haití y países africanos como Guinea, Chad, República Centroamericana y Guinea Ecuatorial. Este es, a no dudarlo un tema de urgente resolución, a modo de que los culpables sean castigados y que esto no vuelva a suceder.
En cualquier caso, la ONU debe ser analizada objetivamente en todos sus alcances y limitaciones, solamente así podremos percatarnos de la importancia que ha tenido durante los 75 años de su existencia en el marco de las relaciones internacionales. La decisión de reformarla o ir por una nueva organización multilateral de carácter global dependerá de ese análisis. Y tal vez terminemos por estar de acuerdo con Dag Hammarskjöld, el segundo secretario general de Naciones Unidas: “La ONU no fue creada para llevar a la humanidad al cielo, sino para salvarla del infierno”. ⌈⊂⌋
Licenciado y Maestro en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM ; tiene una Especialización en Promoción Cultural por la UAM y ha sido profesor en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, en el área de Relaciones Internacionales. Autor de artículos publicados en revistas mexicanas y extranjeras. Diplomático retirado con rango de Embajador. Actualmente es profesor investigador de la Universidad del Mar, campus Huatulco, adscrito el Instituto de estudios Internacionales “Isidro Fabela”.