Pedro González Olvera /Consuelo Dávila Pérez
El presente ensayo es una versión abreviada y actualizada del artículo Diplomacia y literatura: el caso mexicano, incluido en el libro Relaciones Internacionales: Diplomacia cultural, arte y política exterior, publicado en 2021 en una coedición de Universidad Autónoma de Baja California, la Universidad Anáhuac México, el Centro de Enseñanza y Análisis sobre la Política Exterior de México y la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales.
Parece haber en el mundo una amplia conjunción entre el ejercicio de la diplomacia y el de la literatura por lo que se considera usual que quienes tienen la escritura como principal proyecto en la vida, sobre todo ficción (poesía, novela, teatro, cuento, aunque también ensayo,) incursionen en el campo de la diplomacia ya sea de manera temporal o permanente como segundo y complementario proyecto vivencial. En este caso, se trata de diplomáticos que han incursionado previamente, con distintos grados de éxito, en la escritura contribuyendo a las letras de su país o incluso en la academia, cuando su actividad literaria se refleja, además de sus obras de ficción, en la elaboración de ensayos históricos, de coyuntura o, incluso, de artículos destinados a la investigación y la enseñanza sobre todo universitaria.
Asimismo, no hay duda sobre otro hecho incontrovertible: entre los diplomáticos de carrera es frecuente el llamado a incursionar en las letras. Lo hacen a modo de una segunda profesión, la mayor parte de las veces sin esperar el éxito literario, prestigio o remuneración alguna, sino simplemente por el placer de escribir y la satisfacción de ver sus creaciones plasmadas en el blanco y negro del papel y la tinta de un libro.
Sean cuales sean el campo y la temporalidad de su presencia en la práctica de la política exterior de su país a través de la diplomacia, los escritores diplomáticos y los diplomáticos escritores terminan contribuyendo a enriquecer el bagaje cultural y, de manera más específica, a la diplomacia cultural y a la ahora llamada diplomacia pública nacionales, al tiempo que conectan la cultura nacional con la universal. Se trata pues de una tradición que aporta a los pueblos del mundo importantes elementos en la construcción de una imagen y de una identidad y logra el entrecruzamiento de lo mejor de esas identidades.
La participación de escritores e intelectuales en la puesta en práctica de la política exterior de México no tiene una intensidad uniforme a través de la historia nacional. En ocasiones ha sido vigorosa debido a la necesidad de cuadros ilustrados en el manejo de los asuntos públicos, cuando era minoritario el segmento de la población que tenía acceso a la educación, o cuando esos cuadros estuvieron al servicio de un régimen dominante durante más de treinta años y en el surgimiento y consolidación de otro, producto de la primera revolución social del siglo XX que requería de nuevos y diferentes diplomáticos, con un pensamiento equiparable al del nuevo régimen. En sentido contrario, la presencia de escritores en la diplomacia se reduce porque surgen novedosas y atractivas fuentes de trabajo o, especialmente, cuando los escritores que veían el servicio exterior como una buena opción laboral, se desencantan con el gobierno en turno.
Desde el momento mismo del inicio de su vida independiente en México, distinguidos escritores e intelectuales participaron, si se quiere a partir de diversas trincheras ideológicas, en la edificación del estado nacional. No es extraño que fuera así, pues como dijimos líneas arriba todos ellos eran parte de una élite educada. Por principio de cuentas, sabían leer y escribir en un país en donde el analfabetismo era crónico y generalizado; además eran buenos lectores no sólo de lo que se escribía tanto antes como después de la independencia en el nivel interno, sino también de lo más importante que venía del exterior, eran, en una palabra, hombres ilustrados. Tenían conocimientos de la geografía y la historia local e internacional, conocían las características de los sistemas políticos, admiraban sus ventajas y sus desventajas y habían desarrollado una clara conciencia de lo que suponían era mejor para el futuro del nuevo país.
Así, decidieron intervenir activamente en la política y en esta esfera, en el rubro de la política exterior y la diplomacia; no pocos lo hicieron incluso dirigiéndola, otros más representando a México en el exterior como enviados extraordinarios y plenipotenciarios. Varios lo hicieron a costa de su propio peculio, dadas las penalidades que padecían los presupuestos gubernamentales, y la inseguridad de que sus salarios llegaran a tiempo. Algunos más, lo hicieron en condiciones precarias, apoyados en la solidaridad de las amistades y en los pocos ingresos recibidos por sus contribuciones a la prensa extranjera, cuando lo podían hacer, o en la venta de sus obras entre los escasos lectores existentes en el territorio nacional.
Pero lo más importante es que realizaron loables contribuciones a la empresa de que México lograra salir del peligro de un aislamiento internacional motivado por las amenazas, varias cumplidas, de las potencias extranjeras, o por la creencia de que al abstenerse de realizar la conexión con las grandes corrientes mundiales el país se libraría de los acechantes riesgos impuestos por el mundo externo (Ordoñez, A., 2005).
Cuando el país por fin se asentó en el siglo XIX, con el arribo de la llamada República restaurada y luego la dictadura porfirista, los puestos diplomáticos fueron ofrecidos y ocupados por escritores partidarios de Porfirio Díaz. Lo hicieron no por ambiciones personales, ni porque se fueran a enriquecer en el puesto (algo que ningún diplomático ha logrado, sea o no escritor), sino con el objetivo de tener contacto directo con otras culturas, conocidas de oídas o por medio de libros, de llevar consigo una parte de su propia cultura e identidad personal y nacional, lo que a su vez, les permitiría directo el contacto con sus colegas extranjeros, así como difundir con mayor precisión las características de un país, de acuerdo a los dictados del porfirismo, en camino de ingresar a la modernidad y al desarrollo, digno de participar con todos los derechos y obligaciones en el concierto internacional. Los escritores diplomáticos contribuían, de esta manera, al esfuerzo de construir una imagen moderna y cosmopolita de la nación, la élite porfiriana (de la que ya formaban parte estos escritores, dicho sea de paso, casi por las mismas razones que sus antecesores) empezó a esbozar el retrato tanto de su país como de sí misma. Creía que esto cumpliría varias funciones útiles. Le serviría a México como un pasaporte al paraíso moderno, le otorgaría a la élite su propio sentido de identidad y unidad y se convertiría en una fuente de legitimidad nacional. (Tenorio Trillo, M., 1998. Paréntesis nuestro).
Luego vino la revolución de 1910 y acabó con el sueño porfirista, en el sentido que marca la anterior cita. De nuevo, tal como había sucedido en los albores de la vida independiente, México fue enviado por la sociedad internacional de la época al baúl de los países inestables, casi incivilizados, en permanente desgobierno, al grado que fue excluido de la naciente Sociedad de Naciones. Y de nuevo, correspondió en buena medida a la diplomacia, en la que se insertaban los diplomáticos intelectuales y escritores y los que pertenecían a un incipiente cuerpo de carrera, bregar intensamente en el trabajo de crear una imagen diferente a aquella que las grandes potencias habían, interesadamente, contribuido a difundir.
Los diplomáticos mexicanos lo hicieron, como había pasado en el siglo XIX, por patriotismo, por sus vínculos con las causas sociales y políticas enarboladas por la Revolución, sin dejar de lado que ello les significaba una fuente de trabajo segura, que les permitía seguir construyendo su obra personal, en horas robadas al sueño. Alejandro Pescador sostiene que como escritores la vida puede ser incierta económicamente hablando; pueden tener prestigio, tener reconocimientos, ser parte de la élite cultural, pero eso no significa que cuenten con los medios indispensables para tener una vida más o menos sin sobresaltos en sus necesidades cotidianas. (Pescador, A. 1999)
No es que descuidaran las labores que les proporcionaba el sustento; existen suficientes pruebas en dirección opuesta. Se entrenaron en el protocolo y los usos y costumbres diplomáticas más añejas y tradicionales, se volvieron conocedores de los mecanismos de representación en conferencias y nacientes organismos internacionales, manejaban como expertos el derecho de gentes, todo lo adaptaban a sus vidas, pero de manera paralela continuaban, sin prisa, pero sin pausa, con su función creadora.
Además, hacían esfuerzos superiores a fin de que las tareas burocráticas no anularan sus respectivos espíritus creadores y no le sucediera como a aquel inmenso poeta mexicano, José Gorostiza), diplomático de carrera igualmente, que argüía como causa de su sequía creativa el haber escrito muchas veces, todos los días: “aprovecho la oportunidad para reiterarle la seguridad de mi distinguida consideración”. Formaron parte del grupo de destacados profesionales que le dieron prestigio a la política exterior de México, al defender las mejores causas no sólo de México, sino de la humanidad entera, en especial la prevalencia del derecho internacional en las relaciones de los países del mundo.
Los años de consolidación de las propuestas de la Revolución de 1910 verán la tímida y tardía aparición de la mujer en la diplomacia; con excelentes credenciales en su formación intelectual; aportarán además de sus trabajos dentro de la literatura y la historia mexicana una visión fresca y novedosa a la política exterior de México, haciendo enormes esfuerzos hacia el reconocimiento del papel que el sector femenino podía contribuir, no solamente en la diplomacia sino en el conjunto de la política nacional.
Andrés Ordoñez sostiene que el oficio diplomático, en el marco de los programas de los gobiernos emanados de la Revolución, fue atractivo por la falta de oportunidades en otros campos. Pero cuando las circunstancias permitieron la diversificación de las oportunidades de trabajo se dio una disminución del interés de los escritores por sumarse a las filas diplomáticas. Si a eso le sumamos el desencanto con los gobiernos que se auto designaban herederos de la revolución de 1910 a consecuencia de la represión del movimiento estudiantil de 1968, “el Servicio Exterior Mexicano perdió atractivo para los sectores ilustrados del país” (Ordoñez, A., 2004), entre los que ciertamente se encontraba, al menos una parte, el de los escritores.
Si fue cierto que después de 1968 el caudal de escritores participantes en la representación de México en el exterior aparentemente disminuyó, no lo es menos que un grupo diferente decidiera sí hacerlo después de ese infausto acontecimiento. Lo hicieron a partir de invitaciones que los presidentes en turno les extendieran. Era, en efecto, una invitación que, generalmente, no se podía rechazar, por las más diversas razones: por identificación con el proyecto nacional del presidente invitante, por prestigio, por la posibilidad de aprovechar legítimamente, en el contexto de la diplomacia cultural, un puesto que se consideraba una oportunidad y no el exilio dorado. Así, se incorporaron o volvieron a la diplomacia con los gobiernos herederos de la Revolución de 1910 posteriores al de Díaz Ordaz y hasta el fin de esos regímenes, escritores como Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Fernando Benítez, Juan Villoro, Jaime García Terrés, José Luis Martínez o Fernando del Paso. De ahí nuestra afirmación de que, si hubo un desinterés por el servicio exterior de parte del gremio literario, ese desinterés fue solo parcial.
Incluso al despuntar el siglo XXI, con el primer gobierno de alternancia, hubo un proyecto de integrar a una buena cantidad de creadores de todos los campos y los hubo escritores, bajo la idea de que su obra y su trabajo constituían, en su espíritu, aportaciones a la elaboración de una imagen positiva del país.[1]
Algo constatable es que hace ya tiempo que los diplomáticos escritores dejaron de incidir abiertamente en el rumbo de la política exterior de México; se han conformado en la realización de su trabajo de representación, tarea importante e indispensable, pero lejos de lo que el gremio realizó durante todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, periodos en los cuales de sus plumas y sus cerebros emanaban las directrices principales de la política exterior.
Visto desde un ámbito más reducido, en la actualidad nos encontramos ante un proyecto que se denomina “nueva diplomacia cultural”, que ha integrado a creadores y trabajadores del sector cultural o periodístico a embajadas y consulados, sin que, siendo sinceros y sin menospreciar la labor de ninguno de ellos, haya una figura estelar que pueda mencionarse.
En cambio, lo que sí podemos enumerar es el alto número de diplomáticos de carrera, expertos en la escritura de ensayo histórico o coyuntural y, por supuesto, de precisos informes bien redactados que cumplen cabalmente con su función de comunicar lo más destacado de lo sucedido en sus lugares de adscripción, que se han lanzado al ruedo de la literatura, ofreciendo al público lector sus obras de ficción que rebasan los confines de la escritura de información.
La historia mexicana de la relación diplomacia y literatura
Como ya dijimos, desde los inicios de la vida independiente de México, distintos escritores participaron obligados por el ambiente histórico, social y económico, en la política nacional, entendida igual en todas sus facetas, entre ellas la diplomática. Fueron abogados, historiadores, administradores públicos, autodidactas, educadores, diputados, senadores y representantes extraordinarios y plenipotenciarios (hoy embajadores) y hasta jefes de la diplomacia. Son por ello denominados diplomáticos escritores circunstanciales.
Entre quienes podemos mencionar, y la lista es enorme, se encuentran Manuel Eduardo de Gorostiza, Lucas Alamán, José María Luis Mora, Luis Gonzaga Cuevas Inclán, José María Lafragua; Manuel Payno, José Tomás de Cuellar, Vicente Riva Palacio; Ignacio Manuel Altamirano, Victoriano Salado Álvarez, Francisco de Icaza. Federico Gamboa.
Tiempo después, cuando la diplomacia mexicana empezaba a contar con un servicio de carrera formal, participaron en él notables escritores caracterizados tanto por su pasión literaria, como por sus afinadas dotes para el arte de la representación de su país en el exterior. La lista es larga, pero a riesgo de omitir a algunos, podemos mencionar a personalidades como Isidro Fabela, Amado Nervo, Efrén Rebolledo, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Genero Estrada, Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Fuentes, Gilberto Bosques, Francisco Castillo Nájera, Rafael Cabrera, Gilberto Owen, Rafael Bernal, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Antonio Gómez Robledo, Sergio Pitol, Manuel Maples Arce, Enrique González Martínez.
Así ha sido la historia de la diplomacia y la cultura en México. En el presente también hay diplomáticos de carrera que tienen la inquietud de escribir obras que van más allá de los informes o de los ensayos analíticos y se aventuran a escribir obras que caen en la esfera de la creación literaria, sea novela, cuento, dramaturgia o poesía. Son, ante todo, representantes del país en el exterior o funcionarios de la Cancillería cuando así corresponde. Dedican entonces sus tiempos libres a la escritura, sean sus memorias derivadas de sus asignaciones laborales y del impacto que vivir en el exterior causó en su identidad interior, habida cuenta que siempre se encuentran en el umbral de dos mundos: aquel que llevan desde la cuna y el otro que el destino les ha ofrecido gracias a su dedicación al trabajo diplomático. Nada de lo escrito en el marco de la literatura representa una ventaja en su carrera como diplomáticos cuando se encuentran activos, no cuenta para ascensos ni, en seguimiento, para aumentos salariales. Lo hacen simplemente por el placer de practicar la escritura en un terreno diferente al de la mera composición de informes obligatorios, en los que, sin embargo, existe un adiestramiento y una práctica a partir del momento en que el novel diplomático inicia su carrera.[2] Entre quienes se pueden incluir en este rubro están Leandro Arellano, Walter Astié, Enrique Berruga, Francisco Cuevas Cancino, Francisco José Cruz González, Federico Chabaud, Alejandro Estivill, Daniela Gil, Carlos González Parrodi, Guillermo Gutiérrez Nieto, Ernesto Herrera, Enrique Hubbard Urrea, Andrés Ordoñez, Guillermo Ordorica, Roberto Peña Cid, Antonio Pérez Manzano Alejandro Pescador, Rafael Barceló Durazo y Jorge Valdés[3]. No quisiéramos dejar de mencionar que otros diplomáticos y diplomáticas han hecho aportes importantes en el género del ensayo, otro extenso campo de la escritura. Son innumerables los y las que han escrito extensos estudios analíticos de la realidad internacional; una fuente en la que pueden encontrarse varios ensayos de los profesionales de la diplomacia mexicana que escriben ensayos es la Revista Mexicana de Política Exterior. Una somera revisión de sus ya más de 120 números permite comprobar esta aseveración.
Por otra parte, es notoria hasta este punto la ausencia de diplomáticas escritoras. No es de extrañar; solo hasta bien entrado el siglo XX empezó a permitirse la participación de las mejores mexicanas en las lides diplomáticas y su incorporación al servicio exterior. Cuando por fin sucedió, llegaron a estas tareas distinguidas mujeres que también incursionaron en las letras, con las mismas dificultades que en la diplomacia, mencionemos tan sólo a Hermila Galindo, Palma Guillen, Rosario Castellanos, Graciela de la Lama, Amalia González Caballero, Paula Alegría.
Conclusiones
La lista de los (as) escritores (as) diplomáticos (as), o diplomáticos (as) escritores (as) es muy amplio. Unos fueron ministros o Secretarios de Relaciones Exteriores. El grupo completo fue y ha sido testigo y participante de los momentos más complicados, y también felices y exitosos, vividos por la nación; actuaron con patriotismo y sentido de la nacionalidad emergente y consolidada. Son ejemplo de humanismo, responsabilidad y sus libros literarios dignos de leerse. Promovieron y promueven de la mejor manera la mejor imagen de México a través del arte y la cultura nacionales. Son, en su persona, activos culturales.
Conocieron, conocen, defendieron y defienden el derecho internacional. Han sido, en singular y en plural, inspiradores y trabajadores de la política exterior de nuestro país. Desde su pensamiento y sus acciones, se construyeron doctrinas y principios guías de esa política exterior. Y en su calidad de escritores contribuyeron en buena medida a darle lustre al enorme caudal de la literatura mexicana. Son por ello constructores de la nación. ⌈⊂⌋
Pedro González Olvera es profesor investigador de la Universidad del Mar, Campus Huatulco. Diplomático de carrera en retiro.
Consuelo Dávila Pérez es maestra en Relaciones Internacionales. Profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, autora de diversos trabajos sobre su especialidad, particularmente Política Exterior de México.
[1]No es inédito este ejercicio. En el transcurso del mandato de Venustiano Carranza tuvo lugar un trabajo de diplomacia pública mediante la divulgación de las bondades de la revolución mexicana y de su propio gobierno, y el combate a la pésima imagen del país, difundida por el gobierno de Estados Unidos por medio de notas periodísticas, utilizando los servicios de diplomáticos, escritores e intelectuales enviados con representaciones diplomáticas especiales a diferentes países de América Latina. (Yankelevich, P., 2002)
[2]Existe en nuestro país una Asociación de Diplomáticos Escritores que cuenta con una revista electrónica denominada ADE, que ha editado 83 números, correspondiente el último al periodo julio-septiembre de 2022. El contenido de la revista incluye ensayos eruditos sobre temas de importancia en las relaciones internacionales, memorias de los integrantes de la asociación, sin importar su rango y relatos de ficción escritos por integrantes del Servicio Exterior mexicano, activos o en retiro. Es dirigida desde sus inicios por el embajador Antonio Pérez Manzano.
[3]Se trata de un caso especial pues siempre supo realizar ambas tareas, escritor y diplomático, sin menoscabo de una u otra, hasta su retiro del servicio exterior para dedicarse a la literatura.
Bibliografía utilizada
Laura Muñoz (Coordinadora), Actores y temas de las relaciones de México y sus fronteras, México, Instituto de Investigaciones “Dr. José María Luis Mora”, 2018, 494 pp.
Pablo Yankelevich, “Centroamérica en la mira del constitucionalismo, 1914-1920”, Signos históricos, México, UAM Iztapalapa, núm. 7, enero-junio, 2002, pp. 173-199
Alejandro Pescador, “Notas sobre literatura y diplomacia”, La Jornada Semanal, México, 26 de diciembre de 1999, en https://www.jornada.com.mx/1999/12/26/sem-pescador.html
Andrés Ordoñez, Devoradores de ciudades. Cuatro intelectuales en la diplomacia mexicana, México, Ediciones Cal y Arena, 2002, 261 pp.
Andrés Ordoñez, Entre Mundos, México, Siglo XXI Ed., 2004, 134 pp.
[1]SRE, AHD (Coordinación), Escritores en la diplomacia mexicana, Tres Tomos, México, SRE, Acervo Histórico Diplomático, 1998, 2000, 2002, 1172 pp.
Fernando Reyes Matta, “Literatura, diplomacia y globalización”, Revista Diplomacia, No. 125, Santiago de Chile, Academia diplomática de Chile, diciembre de 2012, pp. 8-16