Tiempos Dificiles (a la manera de Dickens) *

Pedro González Olvera

A Modesto Seara Vázquez. In memoriam

La situación actual en el mundo es extremadamente compleja. La vida internacional y, en consecuencia, la de cada país está inmersa en una crisis profunda, de dimensiones nunca vistas. Estamos en una “crisis sistémica”, retomando un concepto acuñado por Modesto Seara Vásquez, internacionalista recientemente fallecido y uno de los más distinguidos estudiosos de los asuntos mundiales. Si se prefiere, vivimos tiempos difíciles, parafraseando la novela de Charles Dickens.

Tal vez esta apreciación parezca exagerada, pues ya antes el género humano ha pasado por otras crisis que en su momento fueron consideradas apocalípticas. A fin de cuentas, por ejemplo, quienes atestiguaron el diluvio bíblico y vivieron para contarlo deben haberlo visto como una crisis colosal. Entre paréntesis, me atrevo a decir que eran otros tiempos, más sencillos, pues quien creó esta crisis fue el mismo que la resolvió y en tan sólo 40 días.

Así que la historia está llena de crisis de todo tipo, pero nunca de las dimensiones de la actual. Para justificar mi juicio (apoyado por supuesto en diversos autores que tratan el tema) acerca de que esta es una crisis sistémica enumero algunos de los elementos que, conjuntados en su diseño, permiten hablar de lo novedoso, en un sentido negativo, que tiene dicha crisis. En primer término la grave afectación al medio ambiente planetario -con el consabido cambio climático- muy mencionada pero atendida con poca seriedad por quien más lo provocan.

Día con día los daños al medio ambiente se muestran sin descanso por medio de sus innegables efectos: grandes sequías y temperaturas altísimas en países que no las habían experimentado en su historia; huracanes y tifones de efectos desastrosos para las naciones que los sufren con enormes pérdidas en vidas humanas y económicas; el deshielo de los polos y el peligroso aumento en los niveles del mar, a la par de amplias zonas terrestres a las que se les predice su inviabilidad por falta de agua potable; la contaminación atmosférica en niveles irrespirables en tanto se prevé el uso de los combustibles fósiles por muchos años todavía. Todas estas manifestaciones de afectación al medio ambiente se encaminan a escenarios de destrucción de nuestro hábitat que quizá sean irreversibles.

Por si esto fuera poco, también enfrentamos una pandemia que descolocó a la humanidad entera y que causó y sigue causando millones de enfermos e innumerables pérdidas de vidas, al mismo tiempo que perniciosas consecuencias en los ámbitos social, educativo, político y económico.

Sumemos a ella la permanente presencia de la guerra como método para resolver las diferencias, la reaparición de la amenaza del uso de las armas nucleares y el despojo territorial basado en el uso de la fuerza y disfrazado de una legalidad a todas luces falsa; violaciones al derecho internacional, a los derechos humanos, y a lo establecido en varios de los artículos de la Carta de las Naciones Unidas, la seguridad como tema central de  las agendas nacionales y, por si no bastara, la descalificación del multilateralismo y de los organismos internacionales, como si fueran éstos y no sus integrantes los culpables de las crisis. Todo esto ha estado presente en la actuación de una sola potencia, aunque otras no tienen responsabilidad pues en este inventario tenemos a la geopolítica como eje de la relaciones entre los Estados.

Así se demuestra en la lucha por mantener o construir nuevas hegemonías, militares, tecnológicas y políticas; la prevalencia del interés nacional por encima del interés colectivo; la persistencia del nacionalismo, combinado con populismo; la multiplicación de gobiernos autoritarios; la fragmentación mundial en sentido opuesto a la globalización; los riesgos que implica el uso delictivo de las modernas tecnologías (al parecer no hay archivo que se salve de los hackers) y la incertidumbre que pesa sobre nosotros con la utilización de la inteligencia artificial.

El aumento de la fragilidad y los conflictos en el mundo entero profundiza la escasez  alimentaria, la cual junto con ambientes de violencia e inseguridad, han obligado a millones de personas a abandonar sus hogares, provocando grandes migraciones en distintas latitudes. Al respecto, basta contrastar la falta de alimentos con el gasto militar mundial, que no dejó de aumentar incluso durante la pandemia, alcanzando cotas inéditas hasta ahora.

En lo económico advertimos la reaparición de un mal que afecta particularmente a los que menos tienen y que las jóvenes generaciones apenas están descubriendo: la inflación y la amenaza de una recesión generalizada y más turbulencias económicas, comerciales y monetarias. Las nubes negras se han acentuado con la reciente quiebra de dos de bancos en Estados Unidos y las dificultades de Credit Suisse Group, que ha creado nerviosismo, por llamarlo de alguna manera, en los mercados financieros internacionales y  ha abierto la posibilidad de una crisis correlativa (dentro de la crisis mayor).

Y algo que lejos de disminuir parece aumentar constantemente: la rampante desigualdad económica y social, con lo que la brecha entre países desarrollados y países subdesarrollados se mantiene, y se amplía en ciertos casos, además de que cada país afronta sus propias disyuntivas sobre este tema interiormente.

No podemos pasar por alto que la verdad alternativa, la posverdad y las fake news campean con credenciales de impunidad en los más altos círculos políticos y son empleadas para manipular a las masas. De este modo, las utopías se han ido dejando su lugar a las distopías.

Se podrían referir más expresiones de la crisis, pero con las mencionadas es suficiente para dar una idea muy aproximada de la complicada etapa que afrontan las relaciones internacionales contemporáneas.

¿Corresponde este estado de cosas a un Nuevo Orden internacional? Depende, si usamos la expresión como un concepto acostumbrado en definiciones académicas de cómo se encuentra el mundo en un determinado momento histórico, entonces es válido usarlo. Sin embargo, en realidad cuando hablamos del presente, de cómo en la actualidad se interconectan y se imbrican los elementos y las situaciones mencionadas entonces ciertamente nos referimos a un desorden internacional.

Con la aclaración de esta perspectiva, qué como todas está a discusión y puede que mañana sea ya obsoleta, ese nuevo orden o desorden internacional está desembocando en cambios drásticos en la correlación de fuerzas internacionales, en un reacomodo de las hegemonías y, en el corto plazo, en un posible nuevo bipolarismo en lo más alto de la escala del poder mundial con características más económicas que militares, sin menospreciar este elemento, con un segundo piso multipolar a partir específicamente de la posesión de las consabidas armas nucleares y, señaladamente, en graves peligros para la humanidad. Sería una especie de “bipolarismo de baja intensidad”, con el enfrentamiento sobre todo en las arenas de la economía y la tecnología entre Estados Unidos y China, con otras potencias haciendo lo suyo, como Rusia, para hacerle ver al mundo que se encuentra en una posición desde la cual hará valer sus intereses propios. Lo que no significa necesariamente que estemos en una nueva “guerra fría” a semejanza de la que fuimos testigos entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Pero, al mismo tiempo, imaginemos un escenario pesimista en el que una potencia que posee armamento nuclear, cuyos gobernantes amenazan con usarlo y, peor, lo hacen, para ganar una guerra y como un medio para advertir a otras potencias que no pueden intervenir en los asuntos que considera de su exclusivo ámbito o de su zona de influencia. Aún si sólo usaran lo que ahora los expertos denominan armas nucleares estratégicas, sería muy complicado evitar que no hubiera una reacción en cadena y el planeta tierra se viera dominado primero por la destrucción de ciudades enteras, seguido de un invierno nuclear del que muy pocos saldrían librados y los que lo hicieran, si persistieran en su loca manía de continuar con las guerras, lo harían, como advirtió alguna vez Gabriel García Márquez, con piedras y palos.

O pensemos en algo con un potencial tan destructivo como las armas nucleares; me refiero a la afectación del medio ambiente al que quienes más aportan a su daño, parece importarles poco, más allá de los discursos y de su asistencia a las reuniones organizadas para su mitigación. ¿En qué condiciones podrá sobrevivir la humanidad? Sin aire puro, sin agua potable, con una extendida desertificación, sin recursos naturales, sin alimentos y sin futuro para ser preciso.

Los dos escenarios son catastróficos, sin embargo nada imposibles de que sucedan si la situación sigue por estos senderos de poca reflexión de los líderes del mundo, y los menciono en plural porque si a algunos no les importa demasiado la destrucción del medio ambiente con tal de conseguir que sus economías crezcan, a otros no les preocupa esgrimir las armas nucleares como el mejor argumento en su objetivo de justificar los intereses nacionales o que sus pueblos pasen hambre con tal de alardear de que poseen armas de destrucción masiva y a otros más, no les interesa crear enemistades económicas con el afán de mantener su hegemonía o de conseguir un lugar entre los grandes poderes del mundo.

Lo dicho hasta aquí parece pintar un panorama sin esperanza alguna. Sin embargo, si intentamos pensar positivamente puede ser que vislumbremos una rendija en donde encontremos alguna solución, aunque sea parcial.

Si la pandemia fue un recordatorio de la fragilidad humana, el desarrollo de vacunas en un tiempo record nunca antes visto permite vislumbrar otro escenario; uno en el que la ciencia sea instrumento esencial para crear otras vacunas y encontrar con prontitud   la cura para enfermedades como el cáncer, la diabetes o el VIH SIDA; pensemos en un escenario en el que la cooperación sustituye a la confrontación y se toman medidas para mitigar el daño ambiental; pensemos en la llamada “diplomacia de las vacunas”, que aún con sus limitaciones e intereses creados, puede llegar a representar lo mejor de la solidaridad internacional y lo hará aún más cuando esa diplomacia alcance a los pueblos más pobres del mundo.

Pensemos en lo que puede aportar la inteligencia artificial aplicada al bienestar humano. Aún no sabemos hasta donde va a llegar el desarrollo de la IA ni de sus posibles aplicaciones, pero es innegable su potencial como un auxiliar de la ciencia para fines en beneficio de la humanidad

Pensemos, finalmente, en iniciativas como los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible, hoy con severos atrasos por los efectos de la pandemia principalmente, pero que significan una posibilidad real para que esos mismos pueblos atrasados cuenten con las condiciones mínimas para los niños y niñas dejen de morir por enfermedades que en otras latitudes se curan con cierta facilidad, con más niñas y niños en las escuelas, con mujeres que no sean padres y madres al mismo tiempo, con igualdad de derechos para ellas, con menos hambre, pobreza y desigualdad, en fin con mejores expectativas para la vida. Si la ONU persiste en su empeño de sacarlos adelante y si se cuenta con el apoyo de todos sus integrantes, no sólo los países ricos, sino los ricos por igual, podemos mantener viva la esperanza de alcanzar un desarrollo sostenible.

No será fácil. El mundo nunca lo ha sido. Pero trabajar en posibles soluciones a los innumerables problemas y en tratar de hacerlas realidad es indispensable. El profesor Seara Vázquez en su último trabajo publicado advertía que después de la pandemia, las conductas de los pueblos y de sus líderes volverían a ser la misma de autodestrucción y destrucción de su hábitat. Esperemos que estas voces, no catastrofistas, sino realistas sean escuchadas por el bien de la humanidad.


* Fragmento, con adiciones, del discurso pronunciado en la ceremonia de inauguración del XXXV Congreso de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales, celebrado del 13 al 15 de octubre de 2022, en Huatulco, Oaxaca, en la sede de la Universidad del Mar.