Eva y el mito de las mitades

Itzayana Dorantes Martínez

Todo libro atenta contra nuestra manera de vivir, cualquier novela o poema que valga la pena te obliga a cuestionar el mundo en el que vivimos y nuestras creencias.

Carmen Boullosa

Las mujeres somos seres humanos. Tan simple y evidente como podría sonar, vivimos en una civilización que se fundó con el mito de que no lo somos, y aun hoy hay infinidad de personas que tampoco se ha percatado de que lo somos. Entonces vale la pena preguntarnos, ¿qué implica ser un ser humano?

De acuerdo con la Declaración Universal de Derechos Humanos, “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”[1] Sin ningún tipo de distinción, incluyendo por razón de sexo, “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre […] Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.”[2]

Sin embargo, el mundo occidental tiene sus cimientos en un mito que avala que la mitad de la población surgió de una costilla de la otra mitad, lo cual no la hace un ser humano íntegro, y que esa mitad -la mujer- creada a partir del ser original -el hombre-, existe para servir a la mitad a partir de la cual fue creada. Con semejante fundamento, podrán ustedes confirmar que seguimos viviendo con grandes inequidades e injusticias para la mitad considerada como inferior.

En este mito, además, es por causa de la mujer que la humanidad se vio expulsada del paraíso, de una vida libre del tiempo, del trabajo, del dolor y del sufrimiento. Con el nacimiento de Eva, surgen también la tragedia y la errancia del ser humano.

¿Qué pasaría si la historia realmente no fuera como se plasmó en la Biblia? ¿Si el Edén no fuera ese jardín idílico que se añora? ¿Si nos dijeran que Dios y su religión en realidad fueron producto del miedo y de la envidia? ¿Qué pasó realmente después de que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso? ¿A quién se le ocurrió tal historia?

Todas esas preguntas las responde Carmen Boullosa en El Libro de Eva, una novela de ficción literaria en la que la autora busca enfrentar al mito, mientras que expone una versión alternativa basada en la no aceptación y reinterpretación de la verdad divina que es Eva; así como del pecado que cometió al probar el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. En este libro, es Eva quien cuenta su propia versión de los hechos, el origen de lo bueno y lo malo, la explicación de cómo terminó señalada culpable y como la encarnación de todo lo malo, dañino y frágil de la humanidad.

“Por mí existen el dolor y el placer humanos; por ser yo heredera del Caos, se confunden dolor y placer en los humanos. […] La primera de los nuestros soy yo, Eva. Todo empezó con lo que llaman “la manzana”. La hipótesis que circula sobre el barro y el soplo y Adán es falsa -aquí se sabrá su malintencionado origen-. Lo cierto es que la carne, como la hoja del árbol, el nervio, la roca y el polvo, están hechos de polvo de estrellas. Aseverar que con el barro la fuerza vital se dio a la tarea de crear humanos es incorrecto. Decir que la carne del varón fue anterior a la mía, y que a la mía se la sacaron de un costado, es un disparate. […] No tengo pasado. No nací de nadie. No tuve infancia. Soy el ser que no muere. Soy la primera. La madre de todos ustedes. A pesar del Infierno y de su envidia, yo, […] diré aquí la verdad.”[3]

Ni toda la bondad, ni toda la maldad

Disculparán mi atrevimiento, pero la primera duda que el Génesis me lleva a plantear es la siguiente: si Dios no quería que el hombre y la mujer comieran del mencionado Árbol, ¿por qué dejarlo a su alcance? En su omnipotencia, ¿no pudo haber buscado una forma de evitar que la humanidad tomara conciencia? Si ese árbol lo que realmente haría sería brindar conciencia a quien comiera de su fruto, lo segundo que me pregunto es, ¿qué quería realmente Yahvé de su creación? Si el mito hace evidente el miedo de que ésta tuviera una conciencia propia y acceso a conocer más del mundo que le rodeaba.

El paraíso era entonces una especie de nebulosa en la que el hombre y la mujer existían en automático, sin sentir, sin pensar, sin saber. ¿Qué sentido puede tener una vida así? Son precisamente la razón, la conciencia, la capacidad de aprender y crear lo que nos hace seres humanos. Si el conocimiento es malo a los ojos del Creador, al haber comido del fruto prohibido, Eva nos permitió pasar de un bulto sin sentido, a ser realmente seres humanos: “Con ese bocado, Eva nos dio la cultura, a ella debemos la fundación del Hombre. Ella nos dio la conciencia de que estábamos desnudos, el deseo de vestirnos, de salir de ese paraíso, de trabajar para ganarnos el pan (o el dólar), de la tierra misma.”[4]

A su vez, del hecho de pensar y vivir, de entrar en contacto con un mundo cambiante, peligroso pero también lleno de oportunidades, surgieron la necesidad y la curiosidad. Nacieron la cocina, el fuego, la pintura, las historias, el lenguaje, el vestido como ornato y no sólo como un medio de supervivencia; del goce de conocer “nació la Palabra. Del placer, del final del placer, del dolor, del frío, del gusto. No habría palabra humana sin manzana mordida por Eva. Antes hablaban lo que Dios, una lengua que se nos ha vuelto indescifrable.”[5]

En esta realidad ofrecida por Eva, el fruto sagrado no sólo fue el origen de la razón y del lenguaje, también lo fue del placer. De la semilla que ella tuvo a bien guardar antes de salir del Edén, al comerla, surgió el clítoris. Y es aquí, a decir de Carmen, donde entramos al meollo del asunto, porque de esta capacidad para el placer descubierta por Eva, empieza la envidia de Adán.

Génesis del conflicto, la dominación y la guerra

Recordarán ustedes la teoría freudiana de la “envidia del pene” y cómo declara el motivo del carácter problemático y errático de las mujeres. Si no la habían escuchado, he aquí un extracto:

“En su 33º conferencia titulada “La feminidad” Freud señala que la envidia del pene tiene una importancia indudable. Estrechamente relacionada con el complejo de castración, la envidia del pene tiene que ver con el deseo que aparece en la niña luego de la visión de los genitales del otro sexo de “tener también algo así”. Según Freud, ante esta diferencia con el sexo opuesto la niña se siente gravemente perjudicada y cae presa de una envidia que deja huellas imborrables en su desarrollo y en la formación de su carácter. Dentro de los caracteres femeninos fruto de la envidia del pene encontramos un sentido débil de la justicia, el predominio de rasgos narcisistas, una mayor influencia de la envidia y los celos en su vida anímica, entre otros.”[6]

En el origen de los tiempos, los papeles estaban invertidos y es “Adán [quien] sentía envidia del clítoris. El varón vivirá siempre con eso, la no confesada, no explícita envidia del clítoris. El silencio que acompaña a esa envidia la vuelve todavía más cierta. Nuestra convivencia cambió a raíz de su resentimiento.”[7]

A pesar de que ambos habían comido de la fruta, tenían pues las mismas oportunidades de aprovecharla, el miedo a lo desconocido y a ser expulsado del Paraíso en contra de su voluntad, impidió a Adán sacar el máximo provecho de esa nueva conciencia, de experimentar, aprender y crear igual que Eva. Ese temor lo dejó pasos atrás, hasta que la distancia fue insalvable y dio paso cada vez más a la envidia.

De esa envidia, Adán inventa su propia historia, una en la que la primera mujer creada para él por Dios, Lilith, se creía igual a él y por no dejarse someter escapó, con lo cual se ganó su lugar en el Infierno y, en sustitución, Dios sacó de la propia costilla de Adán a su ahora mujer, Eva, a quien la astuta serpiente tentó para comer del fruto prohibido y, por su culpa, debían vivir en un mundo hostil y trabajar. Habló cada vez más de la poca cosa que eran Eva y las hijas que nacieron de ella. Se atribuyó las creaciones de Eva, como el fuego, borró de las cuevas la historia tallada por ella para dibujar la suya.

Caín y Abel: el pecado heredado

“A la mujer [Yahvé] le dijo: «Multiplicaré tus sufrimientos en los embarazos y darás a luz a tus hijos con dolor. Siempre te hará falta un hombre, y él te dominará.»” [8] Pero la versión que Eva nos cuenta difiere también en este punto. Caín, el primogénito, nació sin dolor, heredó la curiosidad y el amor por el aprendizaje de Eva, respetaba la tierra, aprendió a cultivarla, regaló a la humanidad la agricultura y todos sus beneficios. La maternidad enfrentó al varón al cuestionamiento del sentido de su existencia y surgió otra razón para aumentar la envidia:

“Adán se sintió desplazado. Advertí en él temor y enojo. Ante lo que pasaba tan afuera de su dominio y escrutinio, Adán creyó que eso parecía no ser asunto suyo. ‘¿Y qué tal -se preguntaba- que ella lo está haciendo sólo con su semilla, tirando a locas mi contribución?’ El posible vástago pasaba tanto tiempo en ella -decíase Adán-, que después se alimentaría de ella, viviría apegado a ella. ¿Y él? ¿Qué y quién era él? Se supo desplazado. Se dio por vencido.”[9]

Eva quiso remediarlo e hizo un pacto con ángeles y gigantes, para remediar el resentimiento de Adán, a partir de entonces, llegaría la menstruación para que él supiera cuándo llegaría otro hijo, y en respuesta a la semilla con la que él contribuiría para la concepción, la mujer aportaría el dolor, ahora él sería el privilegiado. De esa perversa trama nació Abel, y del resentimiento y el dolor no puede nacer nada bueno.

Abel era hijo de Adán, creía sus historias, aprendió a cazar y a domesticar a los animales. Con esa posibilidad de dominarlos, se abrió también la capacidad de dominar a los pares, a otros seres humanos, volviendo a la especie humana en asesina en potencia. Abel veía en sus hermanas un animal más sobre el cual ejercer su poder, violó a Ara, hija de Eva; así como Adán violó a la más pequeña de las otras dos hijas. Se forjó entonces la opresión de los hombres sobre las mujeres.

Entonces se le ocurrió a Adán que Dios requería de un sacrificio “para que perdonase los pecados de Eva. […] [determinó que] sus dos hijos varones harían una ofrenda al innombrable Él. ‘-Las mujeres no hace falta que lo hagan, ¿quién va a querer algo de ellas? Por culpa de su madre hemos caído en esta vida de dolor y pesar.”[10] Quedó claro que aquel Dios era de y para los hombres. Aceptó la ofrenda de sangre y grasa que dio Abel, rechazó la de semilla y fertilidad que le ofreció Caín. A modo de insulto, Adán y Abel llamaron “mujeril” a Caín, porque, para ellos, no había peor insulto.

Caín no asesinó a Abel por envidia, lo asesinó por los años de daño e injurias a su madre, a sus hermanas, a él mismo por no encajar con la definición de hombre que ellos establecieron, por no sumarse a una religión que daba la espalda a las mujeres y a las criaturas de la tierra. Así lo registró Eva: “En su cólera, Caín fundó ciudades crueles que contenían el espíritu de Abel, no el de las hortalizas y frutales que él había sembrado y llevado a bien. Corría la sangre roja por los caños de la ciudad. Los habitantes sentían hambre de muerte. Así nació la guerra, de la cólera de Abel, del despojo de Caín, de las tretas de Abel, de las mentiras de Adán. No fue cosa mía.”[11]

El culto de los patriarcas

Trastocada la memoria de la creación, anuladas las hijas de Eva en su dignidad y en su trato, en la Biblia sólo se habló de generaciones de grandes patriarcas: Noé, Abraham, Nem-Rod, Jacob, Moisés. En el capítulo cinco del Génesis “los descendientes de Adán”, hay 32 versículos que explican el entramado genealógico de Adán, no aparece ningún nombre de mujer. La única referencia a ellas es que “Cuando los hombres empezaron a multiplicarse sobre la tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios se dieron cuenta de que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron por esposas aquellas que les gustaron.”[12] Ellas no tuvieron parte activa, sólo podían dejarse escoger.

El Libro de Eva nos deja ver cómo todos los descendientes de Adán heredaron su coraje y sentimiento de superioridad, se instauraron las historias, creencias y prácticas que minimizaron a las mujeres:

“Adán plantaba con sus versiones absurdas la semilla, la flama, para que violentar a las féminas fuera un derecho, una necesidad, un gusto e incluso un gozo, si se tratase de asesinar más de una, anónimas, bellas, sólo por su género elegidas. Nosotras nos volvimos […] el blanco de la violencia que fundaba su ser hombres. […] [Los varones] Regresaban de la caza con un espíritu que los alejaba todavía más. Sus cacerías se habían vuelto más brutales. […] En nuestro campamento, también se hicieron más violentos, hasta que ser varón quiso decir se eso, el que lastima.”[13]

Se les prohibió a las mujeres tocar las semillas, trabajar los cultivos, tener propiedades, ellas mismas eran la propiedad por las que los hombres peleaban entre sí. Se les quitó a los niños varones para que fueran a educarse con los hombres, a las niñas se les prohibió educarse. Se crearon los mitos de las brujas para aquellas que no querían ser sometidas, se inventaron los cinturones de castidad y la mutilación femenina. Pasaron los siglos, y las palabras de Adán ganaron la partida.

Existir sin mutilaciones

Carmen Boullosa lo tiene claro, aunque esta novela es un ejercicio imaginario y literario, si esta versión de los hechos hubiera sido real, si se hubiera respetado el papel de Eva y de sus descendientes en el origen del todo, tal vez viviríamos en una sociedad con menos inequidades.

No es un libro fácil de leer; para quienes hemos tenido acercamiento al feminismo, nos llena de gozo leer que la mujer fue parte activa de la creación del mundo, con voluntad y decisión propias. Nos reafirma que no venimos de la costilla de nadie y que siempre hemos sido capaces de aprender y crear. Somos generadoras y dadoras en potencia.

Para quien tenga un pensamiento ortodoxo e inflexible de la religión judeo-cristiana y de lo que el antiguo testamento establece, la novela será una barbarie, un insulto a las sagradas escrituras y una ofensa a lo divino y a la moral. Pero eso mismo me hace celebrar su existencia y a su autora, porque este cuestionamiento a las bases ideológicas de nuestra sociedad y cómo han perjudicado a las mujeres debe generarse si de verdad se aspira a una sociedad igualitaria.

Esta novela de Boullosa se suma a la reinterpretación que se ha realizado y se sigue realizando desde la teología y el psicoanálisis feministas. Porque, incluso al nivel de ficción, la literatura también contribuye a través de propuestas subversivas, originales y retadoras como ésta, que exigen al lector desprenderse de los mitos y creencias que aprendió desde la infancia, cuestionarse todo lo que ha aprendido.

El Libro de Eva es una aportación sumamente valiosa al feminismo mexicano, latinoamericano y occidental, porque “cuando recuperamos a los personajes olvidados, entre ellos a las mujeres, todos salimos ganando, porque si no lo hacemos, vivimos mutilados, sin partes de nosotros mismos.”[14]


[1] Naciones Unidas, La Declaración Universal de Derechos Humanos, recuperado de: https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights

[2] Ídem

[3] Carmen Boullosa, El Libro de Eva, Alfaguara, México, 2021, pp. 25 y 29

[4] Ibíd.¸p. 49

[5] Ídem.

[6] Sol B. Rodríguez, “Debates en torno a la envidia del pene: los aportes feministas de Juliet Mitchell y Lucie Irigaray”, Anuario de Investigaciones, Universidad de Buenos Aires, Vol. XXVII, 2020, pp. 317-324.

[7] Carmen Boullosa, Op. Cit., pp. 134-135

[8] S/a, “Biblia Latinoamericana”, San Pablo. Recuperado de: https://www.sanpablo.es/biblia-latinoamericana/la-biblia/antiguo-testamento/genesis

[9] Carmen Boullosa, El Libro de Eva, Alfaguara, México, 2021, pp. 162-163

[10] Ibíd., p. 222

[11] Ibíd., p. 233

[12] S/a, Op. Cit.

[13] Carmen Boullosa, Op. Cit., p. 225 y 262-263

[14] Carmen Boullosa, Presentación de “El Libro de Eva”, Biblioteca Campus Puebla, México, 2021, recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=5Tsadi2LLUI

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Fuentes de consulta:

Boullosa, Carmen, El Libro de Eva, Alfaguara, México, 2021, 331 pp.

Boullosa, Carmen, Presentación de “El Libro de Eva”, Biblioteca Campus Puebla, México, 2021, recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=5Tsadi2LLUI

Naciones Unidas, La Declaración Universal de Derechos Humanos, recuperado de: https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights

Rodríguez, Sol B., “Debates en torno a la envidia del pene: los aportes feministas de Juliet Mitchell y Lucie Irigaray”, Anuario de Investigaciones, Universidad de Buenos Aires, Vol. XXVII, 2020, pp. 317-324.

S/A, “Biblia Latinoamericana”, San Pablo. Recuperado de: https://www.sanpablo.es/biblia-latinoamericana/la-biblia/antiguo-testamento/genesis