Miguel Angel Echegaray
Por una de esas casualidades, siempre latentes, aunque dispersas, me encuentro con unas cuantas piezas de Víctor Herrera, filósofo y ensayista formado fuera de México, y que discretamente ha ejercido el dibujo y la pintura.
Podría suponerse, anteponiendo la primacía de sus estudios literarios, que se trata de un autodidacta de las artes plásticas, pero tal denominación, amén de inexacta, es pobretona para caracterizar sus representaciones. Un término errado, pues se usa a veces para exaltar un talento desconocido o, en otro extremo, para señalar un pasatiempo sin demasiadas repercusiones en el limitado y exclusivo curso de la expresión pictórica. Es decir, apenas la medianía del diletante ocupado en variados menesteres.
No es el caso de Herrera. Unas cuantas obras, rescatadas de una carpeta con más de treinta y cinco años de secrecía individualizada, remiten, como cualquier obra, a una época, a un vigor figurativo y a una motivación nunca esclarecida por completo.
Sin embargo, las filiaciones con una época precisable en el tiempo y los demonios del contexto no son nada evidentes: una sicodelia arrogante; una provocación del estatuto de la forma y el color, pues tampoco. Estas piezas se definen por sí mismas y no languidecen dentro de aquella furibunda ola generacional.
Véase la imagen que preside la publicación de la antología de poesía mexicana que Herrera trasladó al alemán: la distingue el sentido unitario de la figuración de un objeto, irónicamente seria, que remite a la bipolaridad de voces y sentidos poéticos, recreando una estética de estela maya y sus glifos simétricos; así es como se resuelve en una nueva y total mismidad. Un gesto inquietante expresa el doble rostro de esos personajes, como si se tratara de un entenado de dios Pan que se divierte. Este es un rasgo que lo caracteriza como hacedor de imágenes: meticuloso en las formas y proporciones, pero igual exultante en la combinación de los colores. Una novedad de siempre para quienes desconocíamos su trabajo. En el centro de sus coloridos medusarios anida un rostro que inquiere sobre lo desconocido e ignorado.
Más complejo de explicar es la trama orgánica dislocada que parece aludir al nudo del sexo bajo una mirada contorsionada de la Anatomía convencional y sus esquemas. Recuperar lo que no se ha perdido es una tarea aún más complicada que machacar sobre la necedad de lo siempre ostensible. Quedan, por supuesto, más obras de Herrera por observarse. ⌈⊂⌋
Ciudad de México, 1959. Editor, crítico de arte y promotor cultural, concibe la novela como un gesto esencialmente narrativo, pero esto no lo separa ni del cuidado de situaciones y caracteres psicológicos ni de su manifestación visual.